La Ciudad Vieja de Jerusalem es mágica y maldita al mismo tiempo. Está lleno de esperanza y, a la vez, de sufrimiento. El pueblo judío esperó miles de años para volver a caminar por esas calles, solo para estar cerca de un lugar de la Shejiná.
Nuestra gente conoció altibajos, construimos un reino en Tierra Santa y fuimos testigos de su aniquilación. Después de la destrucción, fuimos esparcidos por todo el mundo, donde fuimos avergonzados, perseguidos y masacrados.
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Trabajadores municipales lavan el suelo bañado de sangre tras el ataque en la Ciudad Vieja de Jerusalem.
(AFP)
Lo que nos atrajo y nos conectó nuevamente fueron estos pocos cientos de metros cuadrados, donde crecieron nuestro ancestros. Sin embargo, el asesinato de judíos en esta ciudad no ha cesado y continúa hasta estos días.
Eliyahu Amedi fue asesinado en 1986. Cuando era niño recuerdo que los rumores de su muerte llegaron al barrio judío donde vivíamos. Nos apresuramos al único lugar donde podía recibir la información más reciente: el Muro Occidental.
El lugar estaba lleno de gente, las tensiones flotaban en el aire y las sirenas sonaban a nuestro alrededor, rompiendo el silencio de Shabat en el barrio religioso de Jerusalem. Entonces, de repente, esposados y vistiendo solo ropa interior, los asesinos de Eliyahu fueron llevados al Western Wall Plaza. Era tan absurdo e impensable ver asesinos en ropa interior en el lugar más sagrado del mundo.
Un año después, Yigal Shachaf fue asesinado, también en Shabat. Recuerdo que los adultos estaban hablando después de Mincha -oración de la tarde- y diciendo que "un judío había sido asesinado".
Tres años y medio después, el 28 de febrero de 1991, mi hermano Elhanan Atali se dirigía a una yeshivá donde estudiaba, aunque nunca llegó a destino, ya que fue apuñalado y asesinado en las mismas calles malditas.
Después de él, más judíos fueron asesinados en esos callejones: Gabriel Hirschberg, Chaim Kerman, Nehemia Lavi, Aaron Bennet y Adiel Coleman. Mi familia conocía a la mayoría de ellos. Todos tenían una cosa en común: el amor incondicional por Jerusalem.
No amas esta ciudad como amas a una ciudad "normal", hay algo más que es difícil de expresar con palabras. Una conexión de conciencia histórica, tradición y creencia de que este lugar es el corazón del pueblo judío.
Aparentemente, el amor por Jerusalem es también lo que caracterizó a Eliyahu David Kay, quien fue asesinado a tiros a principios de esta semana por un atacante palestino en la Ciudad Vieja. También soñó con Jerusalem, hizo aliyah solo desde Sudáfrica, se unió a la unidad de combate de élite de las Fuerzas de Defensa de Israel y, después de su baja del ejército, se convirtió en guía turístico en el Muro Occidental.
La diferencia entre los asesinados y los asesinos es que los primeros querían que Jerusalem prosperara para que todos sus residentes la disfrutaran, no solo los judíos. Vinimos aquí en virtud de nuestro derecho a vivir, mientras los asesinos santifican la muerte.
Hace poco, recibí un enlace a la cuenta de Facebook de Aboud Abu Shkhaydam, hijo de Fadi Abu Shkhaydam, quien asesinó a Eliyahu Kay. La diferencia entre nosotros y ellos es que tan pronto como el asesinato que cometió su padre se hizo de conocimiento público, en lugar de estar avergonzado o de luto, el hijo Aboud simplemente reemplazó la foto de su perfil con una junto a él y escribió sobre lo orgulloso que estaba. Como resultado, cientos de personas comentaron la foto, felicitándolo por el privilegio de ser hijo de un yihadista.
Sin embargo, la resistencia y la voluntad de vivir del pueblo judío me llena de esperanza. A pesar del dolor, la luz disipará las tinieblas y el bien dominará al mal. Es incomprensible que las personas cuyo mayor honor es el de asesinar a inocentes venzan a quienes solo buscan hacer el bien. Puede que sea un camino largo y agotador, pero estoy seguro de que hay una luz al final.
