El éxito que se festejará hoy tiene varios padrinos, y vale la pena mencionarlos a todos. En primer lugar se encuentra el yerno y principal asesor del presidente de Estados Unidos Donald Trump, Jared Kushner. Estos acuerdos son principalmente obra suya. Le siguen Mohammed bin Zayed, gobernante de los Emiratos, Hamad bin Isa, rey de Bahrein, y Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel. Los tres mostraron coraje: bin Zayed y Hamad, que decidieron arriesgarse a la furia de Irán, y Netanyahu, que accedió a pagar los costos exigidos.
Hoy es día de celebraciones: no se habla de precios, pero los conocemos todos.
Los palestinos también estarán hoy en ese jardín de la Casa Blanca. No físicamente, pues han decidido boicotear la fiesta con espuma, sino con sus problemas. "Le dije a los palestinos", contó Jared Kushner en una conversación privada durante una de sus visitas a Israel, "si hablan con nosotros, les vamos a dar mucho. Si continúan con la negativa a conversar, nos damos media vuelta y nos vamos”. "Esa es la diferencia entre nosotros y tú”, respondió su interlocutor israelí, "tú puedes irte. Nosotros nos quedamos aquí, con ellos".
Para el anfitrión de la ceremonia, el presidente Trump, la celebración de hoy es importante. Le otorga gran cantidad de videos para su propaganda electoral. Le proporciona también un argumento ganador en el debate televisivo con Joe Biden, el candidato demócrata. La normalización con los Emiratos y Bahrein es el único logro real de Trump en política exterior, y la única decisión del presidente sobre la que hay consenso en el sistema político estadounidense. Los evangélicos darán su beneplácito. La mayor parte de sus otros votantes no distinguen a un país petrolero de otro, pero celebran que haya una victoria, un logro.
Irónicamente, lo que hizo posibles los acuerdos fue precisamente el debilitamiento de Estados Unidos. Los Estados del Golfo se dieron cuenta de que ya no podían confiar en la voluntad de Estados Unidos para defenderlos militarmente. Trump infiere amenazas muy seguido, pero se cuida de llevarlas a cabo. Es difícil confiar en él. Israel está entrando en este vacío.
La boda tiene una dama de honor, la más importante de todas, aunque sus representantes no fueron invitados: Irán. Puede que las calles en los países sunitas odien más a Israel que a Irán, pero no así sus gobernantes. El poder militar y tecnológico de Israel, su determinación, la voluntad de usar su poder, en realidad no hay mucha opción. Todas estas cualidades hacen de Israel un socio atractivo.
Los acuerdos anteriores firmados en esos mismos jardines dieron algunos frutos, pero la realidad dista mucho de las esperanzas expresadas en los discursos de celebración. La “cálida” paz con Egipto se convirtió en una paz fría, efectiva entre los gobiernos y vapuleada en las calles. La paz con Jordania se transformó en una paz amarga, con altibajos entre sus dirigencias pero también con el rechazo popular. El fracaso más devastador es el del acuerdo con los palestinos: agoniza hoy sobre sus últimos restos de confianza.
Hay una lección para aprender en todo esto: la paz no se celebra una vez y ya está. Requiere cuidados constantes. Su permanencia no debe ser confiada únicamente a los gobiernos.
Netanyahu puede ver la celebración de hoy como su mayor logro en la esfera política. Estampa su firma, crea un legado. Se le puede comparar con Jano, Dios de dos caras de la mitología romana. Hoy veremos a Netanyahu el estadista, caminando a sus anchas en la Casa Blanca, abrazando al mundo. Ayer y mañana vamos a ver al Netanyahu dirigente político, que llevó a Israel a un colosal fracaso en la lucha contra el coronavirus. Netanyahu tiene dos caras: una admirable, la otra vergonzante.