La semana pasada las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) asesinaron a tres terroristas de la Brigada de los Mártires de Al Aqsa, un incidente de seguridad que ya no puede tomarse como parte de la rutina de la Autoridad Palestina (AP) y puede ser un indicio de un tiempo nuevo.
Los eliminados no fueron miembros de Hamás o la Yihad Islámica, sino de una organización afiliada a Fatah, el partido de Mahmoud Abbas, la piedra angular que sostiene políticamente a la Autoridad Palestina y cuya identidad ideológica se basa en acuerdos con Israel.
La actividad de rebeldes dentro de Fatah no es una novedad, pero a juzgar por la historia reciente merece atención. En vísperas de la Segunda Intifada (2000) también se registraron incidentes de seguridad protagonizados por factores de la AP. Activistas de la organización Tanzim y personal de las fuerzas de seguridad palestinas tuvieron un papel central en aquella oleada de violencia, y en ocasiones adoptaron los métodos de sus adversarios de Hamás: atentados suicidas contra objetivos israelíes.
2 צפייה בגלריה


Israel mató a tres terroristas de la Brigada de Mártires Al Aqsa, organización afiliada al Fatah.
(Ynet)
La Autoridad Palestina de Abbas no es la misma que la de Arafat en 2000, posterior al intento fallido de alcanzar un acuerdo permanente al conflicto entre israelíes y palestinos en Camp David. En ese momento la cuestión política era la principal locomotora de la agenda palestina.
La situación actual es diferente, pero conceptualmente debería encender luces de alerta. Hoy la agenda de la AP se basa en dos pilares: la cooperación entre la élite palestina de Ramallah con Israel, cuyos aspectos económicos y políticos constituyen la base de una relativa tranquilidad en los territorios de Judea y Samaria; y la disputa de poder que asoma para la sucesión de Abbas en la presidencia.
Los eliminados no fueron miembros de Hamás o la Yihad Islámica, sino de una organización afiliada a Fatah, el partido de Mahmoud Abbas, la piedra angular que sostiene políticamente a la Autoridad Palestina y cuya identidad ideológica se basa en acuerdos con Israel.
El orden político y económico produce críticas internas, fundamentalmente de la periferia palestina que disfruta menos de los frutos de la cooperación económica y política con Israel, y percibe a Abbas como una especie de títere israelí. A su vez, en la política palestina ya existe tensión respecto a cuáles serán las nuevas características del liderazgo palestino cuando Abbas ya no esté. Dentro de la AP y Fatah muchos se están preparando para ese día.
Las críticas internas y la sensación de renuncia, a través una estrategia centrada en la supervivencia y no tanto en los objetivos supranacionales, y la certeza de que el día después de Abbas ya está cerca; aceleran los procesos de fragmentación. Esto se manifiesta en fenómenos que, como en Israel, son titulados como “problemas de gobernabilidad y delincuencia”: grupos anárquicos en distritos periféricos de Hebrón y Jenín, o la presencia de militantes de Hamás en campos de refugiados.
La actividad del escuadrón terrorista eliminado por las FDI debe analizarse como parte del proceso de internas palestinas. Israel está forzado a tener más independencia de acción y pulso para evitar que estos elementos se conviertan en olas de violencia y terrorismo generalizado.
La actual estrategia israelí, que no se diferencia de los gobiernos derechistas de Netanyahu, se basa en fortalecer a la Autoridad Palestina, que no es un “socio político” pero en los últimos años funcionó como un “socio de seguridad”. Esta realidad puede cambiar de golpe.
El frente palestino en Judea y Samaria es de baja prioridad porque Israel que basa su estrategia de seguridad en Irán. Pero se puede transformar en un frente activo de seguridad, y tal vez también político. No porque la AP decida una estrategia diferente, como hizo Arafat tras el fracaso de Camp David, sino porque Ramallah tal vez ya no pueda cumplir con el rol que jugó en la última década.