Los resultados de las elecciones en Israel conmocionaron al bloque de centroizquierda y en los análisis posteriores a la votación se pueden identificar todas las etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Algunos culpan a la falta de alianzas entre los partidos y otros acusan un fracaso ideológico. Todos tienen razón. Pero al mismo tiempo omiten el factor principal: la razón más importante del surgimiento de una derecha populista cuyos líderes son Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir es la falta de educación humanista en Israel. En otras palabras, fueron los procesos educativos religiosos, conservadores, etnocéntricos y nacionalistas los que llevaron al electorado a girar hacia la derecha.
Aunque todavía no hay datos completos, el ascenso de la derecha se explica por el enorme apoyo de una audiencia joven. Resulta difícil precisar cuándo la educación israelí comenzó a convertirse en religiosa, pero está claro que la retirada de Gaza en 2005 fue un punto de inflexión. Allí el sector sionista religioso se dio cuenta de que había fracasado y comenzó un ambicioso y exitoso proyecto de infiltrarse en la educción estatal.
Organizaciones religiosas se incorporaron a las escuelas públicas e impusieron a estudiantes laicos una cosmovisión religiosa-ortodoxa. En los libros de texto no se diferencia entre la cultura y la religión judía. El autoritarismo penetró en el sistema educativo y muchos de los directores y docentes encarnan un espíritu de comandantes. Ya sea para obtener más presupuesto o ganar la simpatía del Ministerio de Educación, o simplemente por alineamiento ideológico, no resulta raro encontrar escuelas estatales que elijan este camino, aunque no estén obligadas.
La razón más importante del surgimiento de una derecha populista cuyos líderes son Smotrich y Ben Gvir es la falta de educación humanista en Israel.
Desde hace años los alumnos del sistema educativo estatal asisten a sinagogas ortodoxas, en muchos casos con segregación de género, y arrastran a niños y niñas en prácticas religiosas. Esto, sumado a una gran cantidad de estudios religiosos obligatorios, crean un sistema educativo cerrado y conservador.
No fue un golpe rápido, sino una serie de movimientos calculados que redundaron en cambios profundos no solamente en qué se enseña, sino también en cómo se enseña. No solo en quiénes son los docentes, sino en sus motivaciones morales. No solo en los reglamentos de las escuelas, sino también en su cultura social y organizacional.
Las escuelas no son niñeras, sino incubadoras de conciencias. Esta batalla, que actualmente perdemos, solo se puede afrontar si entendemos la importancia de trabajar por una educación independiente. En un sistema educativo estatal, laico e independiente, si es que algún día existe, los israelíes se van a educar en democracia desde una edad temprana. Se fomentará la expresión, el pensamiento crítico y la creatividad. Se dará lugar al arte, las humanidades y la naturaleza. En nuestras escuelas el clima educativo debe abogar por la curiosidad, la aspiración a nuevos conocimientos y la cooperación entre alumnos y profesores.
En un sistema de educación independiente se pueden construir los cimientos de una comunidad basada en valores fundamentales del secularismo: el derecho a elegir, el deber de asumir la responsabilidad de cada elección, la libertad individual y el entendimiento de que las creencias religiosas son creaciones humanas y no divinas. Una educación estatal laica no le dará la espalda al judaísmo, sino que lo verá como un marco de referencia cultural pero no religioso.