Israel se enfrenta a desafíos de seguridad en el norte y en el sur, y pese a las diferencias entre ambas arenas, son similares en lo que respecta a la habilidad de Israel de influir en ambas fronteras por medio de métodos no militares.
La situación no ha cambiado en los últimos 13 años, y esto se refleja en las protestas semanales en la frontera con Gaza y en el fuego de cohetes esporádico contra comunidades israelíes cada pocas semanas, los lanzamientos masivos contra las ciudades de Ashkelon, Ashdod y Netivot cada pocos meses, y la incursión terrestre de las FDI en Gaza que se da cada pocos años.
Los gobernantes en la Franja de Gaza no aceptan la política israelí de “la tranquilidad será respondida con tranquilidad”.
El Israel tranquilo aspira a a métodos por medio de los cuales los problemas económicos y humanitarios que plagan a los palestinos en el enclave están destinados a crecer.
La única forma en la que este paradigma cambiará es si Israel reconoce a Gaza como un Estado con un gobierno legítimo y accede a permitir esfuerzos internacionales para rehabilitar la infraestructura de la Franja en cooperación con el gobierno israelí.
Si eso llegara a ocurrir, los líderes de Gaza tendrían mucho que perder si la tranquilidad que Israel espera es violada. El castigo militar junto con el premio político sólo serían necesarios si llevaran a un cambio real.
En los últimos 13 años, el norte también ha estado tranquilo. Hezbollah es un enemigo de Israel más formidable que Hamás, pero se ha mantenido calmo en su frontera por el entendimiento de que si la violencia estalla en la frontera, la destrucción en el Líbano sería grande.
El Líbano está en condiciones económicas mucho mejores que Gaza y tiene una infraestructura altamente superior, por lo que Hezbollah tiene mucho más que perder.
El problema con Hezbollah no es la situación como se ve actualmente en la frontera. La preocupación es el daño potencial que podría ocurrir en Israel si se desata una tercera Guerra del Líbano.
Ahora, una oportunidad para mitigar el peligro hasta cierto punto se ha presentado.
El Líbano está en una crisis económica y política. El interés que las elites sunitas y cristianas comparten con Hezbollah han salido a la luz. Ambos grupos políticos pueden estar a favor de dejar las cosas como están, pero las personas que se lanzaron a las calles quieren cambios.
El Líbano está en deuda. El próximo gobierno seguro apelará a Occidente, Arabia Saudita y el Banco Mundial por crédito.
Esto presenta una oportunidad para Israel para abogar para que no se brinde esta asistencia a menos que haya un esfuerzo gradual por separar a Hezbollah y su armamento pesado, prohibir la producción de sistemas armamentísticos avanzados en el Líbano, e impedir que el grupo chiita los importe.
Hezbollah, que se encuentra bajo presión económica, se apoya en el mapa político libanés para conseguir su legitimidad con gran éxito, ya que promueve como su misión la “resistencia” a Israel y la protección del Líbano.
Cuando el pueblo libanés se de cuenta de que el armamento de Hezbollah es lo que bloquea las inversiones extranjeras o la asistencia económica, y que tal vez incluso sea la causa de futuras sanciones estadounidenses, el grupo terrorista podría encontrarse con menos libertad para actuar.
Israel debería dialogar con todos los países que tomarán decisiones económicas en lo que respecta al Líbano.
El impasse político en Jerusalem impediría tal esfuerzo, pero existe una oportunidad que no debe ser desaprovechada. Aunque los misiles iraníes continúen siendo una amenaza para la seguridad israelí, un Hezbollah debilitado puede ser necesario para que Teherán evite atacar a Israel.