En 1990, cuando el legendario entrenador inglés Bobby Robson asumió la dirección técnica del PSV Eindhoven holandés, se sorprendió por la cultura de la discusión. "Un futbolista en Inglaterra escucha la decisión del técnico y hace su trabajo, pero en Holanda todos discuten", contó tiempo después.
Se trata de parte de la cultura del fútbol holandés, al menos desde Rinus Michels en adelante, considerado el padre de una escuela que creía en el principio del conflicto, que requiere críticas entre los jugadores y con el entrenador para un óptimo funcionamiento. "Algunas veces generé situaciones tensas para mejorar el espíritu del equipo", confesó tras su retiro el entrenador del Ajax y la selección de su país. Y esta postura, debatida, revisada y corregida, es considerada la base del éxito que en la década del 70 convirtió a Holanda en una potencia y en fundadores del fútbol moderno.
Johann Cruyff, jugador clave en el equipo de Michels, fue el primero en exportar el modelo de conflicto holandés al fútbol mundial. Como entrenador del Barcelona entre 1988 y 1996, criticaba con insistencia a la estrella danesa Michael Laudrup, alegando que no tenía habilidades de liderazgo y cuestionando su predisposición a mejorar. El jugador se destacó en los primeros años, pero finalmente se fue al Real Madrid. Pero el modelo funcionó mejor con Khristo Stoichkov, un delantero búlgaro arrogante, que formó dupla de ataque con el brasilero Romario. "En frente de todos me decía que era un desastre, y al final del entrenamiento íbamos a comer todos juntos", recordó Stoichkov.
El éxito inicial de Cruyff en Barcelona, que incluyó cuatro campeonatos españoles y un torneo europeo, se derrumbó junto a su modelo de conflictos. Un 0-5 contra el Real Madrid y un 0-4 humillante frente al Milan en la final de la Champions League marcaron el final de un ciclo. El equipo contaba con Stoichkov y Ronaldo, considerado los dos mejores jugadores del mundo en aquel momento, pero que apenas se hablaban entre sí. Cruyff creyó que esa sociedad podría funcionar a base de discusiones, pero resultó hasta que los dos se cansaron de pelear entre ellos.
Unos años después Louis van Gaal, también holandés, trató de implementar en Barcelona una versión suavizada del principio de conflicto: "Tengo una filosifía, pero la cambo si hay argumentos convincentes". Pero en la práctica su arrogancia provocó que nadie pudiera convencerlo. Lograba evidentes resultados con talentos jóvenes y atentos, como Xavi, Puyol e Iniesta, pero cuando ellos crecían y desarrollaban su ego el trato se desgastaba.
La conclusión es que para que el modelo de conflicto tenga éxito sin que los jugadores se maten entre ellos, se deben cumplir algunas condiciones. Y lo más importante es que todos los protagonistas lo quieran. Y esto aplica tanto al fútbol como a los ámbitos de trabajo. En 2012, Google impulsó una investigación que involucró a psicólogos, trabajadores sociales, ingenieros y otros profesionales, con el objetivo de determinar cómo se logran grupos más efectivos. Se analizó si las personas tímidas trabajan mejor juntas, si las afinidades de pasatiempos son menos efectivas que las sociedades entre personas que no tienen nada en común, y otras combinaciones para detectar fórmulas de éxito.
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Un gobierno de unidad puede proporcionar una política acordada, pero en Israel existe una controversia de raíz
(Ynet)
El estudio determinó que no hay ningún patrón claro: que existen buenos equipos formados por amigos, otros que evitan discusiones, otros que las fomentan, otros con un "adulto responsable" dominante, otros de artistas irresponsables; y que todos pueden funcionar o fracasar. La conclusión del estudio fue que lo que separa a los equipos eficaces e ineficaces no son las normas específicas del equipo, sino la disposición de todos los miembros para adoptar y seguir normas uniformes. Más que ponerse de acuerdo sobre qué se debe hacer, es importante generar consenso como cómo hacerlo.
Y eso es exactamente lo que falta en Israel en vísperas de las terceras elecciones en menos de un año. La votación no solamente es innecesaria por la inestabilidad política que causa o el enorme gasto económico, sino porque no resolverán el problema real: la falta de acuerdo sobre las reglas del juego. Un gobierno de unidad puede proporcionar una política acordada, pero en Israel existe una controversia de raíz sobre las normas, el modelo que el Estado quiere seguir, el alcance y los límites del poder. Sin ese acuerdo, el equipo no ganará.