La reciente declaración de Yair Golan (presidente del Partido de los Demócratas, coalición entre los antiguos partidos Laborista y Meretz) nos recordó a todos una simple verdad: lo viejo siempre seguirá siendo viejo. Incluso si hace un esfuerzo por cambiar su piel, seguirá con los mismos moretones. Su intento de reimaginarse a sí mismo sólo enfatiza la brecha entre la retórica y la sustancia. Golan, que intenta posicionarse como una nueva alternativa, sigue prisionero de viejos conceptos, que ya han sido probados y no pasaron el umbral electoral.
Naftali Bennett (ex primer ministro y ex líder del partido Yamina) no es diferente de él. Ambos gozan de un abrazo mediático, adoptan mensajes ambivalentes y están dirigidos a la misma población de votantes indecisos. Sin embargo, en la realidad política israelí, esa escala no dura mucho. Cuando Bennett comience a hablar por la verdad, a formular, a presentar posiciones, se revelará su versión original, vieja y zigzagueante, la que dependía de los votos de la derecha para promover un gobierno de izquierda. Porque el durmiente, incluso cuando está en silencio, siempre vuelve a hablar por sí mismo.
Benny Gantz y Yair Lapid tampoco están exentos de zigzaguear. Gantz busca un lenguaje unificador, pero habla con ambigüedad. Lapid, por su parte, zigzaguea entre la excesiva agresividad y la laxitud diplomática. Se jacta de haber sido más agresivo que Netanyahu a la hora de atacar a Irán, pero al mismo tiempo sugiere que Egipto gobierne Gaza, el mismo Egipto que hizo la vista gorda ante la Ruta de Filadelfia durante años, permitiendo que Hamás se fortaleciera. Esto no es una estrategia, es una ilusión envuelta en eslóganes.
Israel necesita un nuevo liderazgo. No un liderazgo "renovado" de la vieja estantería, sino uno que nazca de una profunda comprensión de la realidad. Voces auténticas, que aún no han tomado el relevo, tanto nacionalistas como liberales, aquellos que entienden que Israel es el hogar del pueblo judío, pero también de los drusos, beduinos y musulmanes que viven aquí en sociedad. Un estado de libertad, donde todo ciudadano tiene derecho a prosperar sin sacrificar la soberanía, la identidad y la seguridad.
Israel necesita de aquellos que entienden que Israel es el hogar del pueblo judío, pero también de los drusos, beduinos y musulmanes que viven aquí.
Las armas y misiles de Hamás, Irán, Hezbolá y los hutíes no preguntan si eres judío, árabe, druso o beduino. Por lo tanto, Israel debe combinar una mano de hierro contra sus enemigos con una política responsable hacia sus ciudadanos, tanto judíos como no judíos. Abrazar a las familias de los secuestrados, luchar por su regreso y recordarnos a nosotros mismos: sin el regreso de los secuestrados, sin una soberanía firme, los viejos seguirán gobernando.
Hay quienes llevan esperanza. Algunos de ellos salieron del infierno del 7 de octubre y hablan en un lenguaje auténtico, modesto y decidido, desprovisto de modales, que nace de una profunda responsabilidad. Israel los necesita.
(*) Profesor investigador en política y derecho público en la Academia Tel Aviv-Yafo