Hace solo dos días que el ahora derrocado presidente afgano Ashraf Ghani aseguró a su país y al mundo que todo estaba bajo control.
Sus garantías siguieron a las del presidente estadounidense, Joe Biden, quien dijo que "300.000 soldados nacionales están bien equipados para hacer frente a 75.000 militantes talibanes", y las agencias de inteligencia no pronosticaron un colapso inminente.
La única sorpresa no fue que Afganistán cayera en manos del grupo terrorista islamista, sino lo rápido que sucedió.
Si bien la evacuación de las fuerzas y el personal estadounidenses debía demorar otras dos semanas, los talibanes optaron por no esperar.
Aún no está claro cómo ambos presidentes fueron tan ignorantes respecto de lo que podría suceder. Biden prometió que "no habrá ninguna circunstancia" para una repetición de las imágenes de la caída de Saigón en abril de 1975, pero las escenas de Kabul desmienten esa promesa.
Al igual que con Afganistán, Estados Unidos partió de Vietnam dejando atrás un estado dividido y millones de muertes, incluidos miles de soldados estadounidenses caídos.
Los próximos meses y años verán una plétora de libros que intentarán explicar por qué Estados Unidos y el resto de Occidente fueron tan estratégicamente ciegos.
¿Cómo pudo la superpotencia más poderosa del mundo permitirse una vez más quedar atrapada en una guerra de desgaste de dos décadas que finalmente perdió?
Mientras que para los estadounidenses Afganistán está a océanos de distancia, Israel se encuentra en una posición más precaria. Con Hezbollah al norte y Hamas al sur, los talibanes están a unos pocos cruces fronterizos de distancia.
Hay quienes en los Estados Unidos están dispuestos a despedir a casi medio millón de muertos en Afganistán e Irak, y en dinero una cantidad equivalente al PIB anual de Francia, que se esfumaron. Si bien pueden afirmar que "un acuerdo" hará que todo esté bien, Israel no tiene esa opción.
Cualquiera que busque entender lo que le sucederá ahora a Afganistán, y probablemente a Irak en un futuro cercano, debería considerar la Franja de Gaza como un caso de prueba. Las imágenes de los militantes talibanes marchando victoriosos por las calles de Kabul sólo abrirán el apetito de sus acólitos, dondequiera que se encuentren. Si tienen éxito en poner de rodillas a la nación más poderosa del mundo, todos los demás deberían ser simples pusilánimes.
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Una columna de humo se eleva cerca de la embajada estadounidense el domingo 15 de agosto de 2021, en Kabul, Afganistán.
(AP)
Este cambio geopolítico masivo afecta directamente a Israel. No es necesario que la mayoría de los palestinos apoyen la ley de Hamas o la Sharia. Todo lo que se necesita es un grupo fundamentalista fanático con una determinación ilimitada, independientemente del apoyo público o la falta de él.
Con los talibanes derrotando a la Unión Soviética y ahora a Estados Unidos, la conclusión implícita es que sin el control de seguridad de Israel, Ramallah, la sede del poder de la Autoridad Palestina en Cisjordania, caerá ante Hamás mucho más rápido que Kabul.
Todas las naciones de Occidente sufrieron una ceguera estratégica completa ante los peligros de los talibanes, e Israel debe tener cuidado de no hacer lo mismo.
Esto no significa que Israel ahora necesite tomar medidas extremas como anexar Cisjordania o aumentar su presencia de colonos –ambas decisiones que resultarían fatales– pero los organismos de seguridad del país deben empezar a pensar fuera de la caja.
Todas las naciones de Occidente sufrieron una ceguera estratégica completa ante los peligros de los talibanes e Israel debe tener cuidado de no atraparlos también.