Los oídos armenios se levantaron el fin de semana cuando Netanyahu criticó a Turquía por no reconocer el genocidio armenio perpetrado por los otomanos hace un siglo.
Después de todo, el propio Israel ha negado el reconocimiento por razones que frustran a los armenios, que se ven a sí mismos como compañeros de viaje de los judíos. ¿Por fin está en marcha el cambio? Por ingenuo que parezca, insto a que la respuesta sea sí.
Por supuesto, entiendo el contexto, y la palabra para describirlo es realpolitik: la subordinación de la ética, los ideales y los principios a intereses concretos y al cálculo de resultados. Israel no reconoció el genocidio armenio por temor a ofender a Turquía, un populoso miembro de la OTAN que supo ser socio comercial y un gran destino turístico para los israelíes.
Netanyahu parece estar dando un giro porque el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, apoya firmemente a Hamás. No sólo no condena la masacre que el grupo terroristas perpetró el 7 de octubre, sino que acusa al propio Israel de genocidio y hasta supo comprara a Netanyahu con Hitler.
"Turquía es un país que habla abiertamente con los líderes de Hamás y los respalda firmemente", sostuvo Erdogan el sábado.
“Netanyahu y su administración, con sus crímenes contra la humanidad en Gaza, están escribiendo sus nombres junto a los de Hitler, Mussolini y Stalin, como los nazis de hoy”, remarcó el líder turco.
Luego vino el tuit de Netanyahu: “Israel, que se adhiere a las leyes de la guerra, no aceptará los sermones morales de Erdogan, que apoya a los asesinos y violadores de la organización terrorista Hamás, niega el Holocausto armenio, masacra a los kurdos en su propio país y elimina a los opositores al régimen y periodistas”.
Cualquiera que sean los aciertos y los errores de la guerra de Gaza, el hecho es que en la Corte Internacional de Justicia de La Haya en enero, Israel fue acusado de genocidio en Gaza. La defensa israelí se basó en gran medida en una palabra: intención. Israel dice que su objetivo es sacar a Hamás del poder en Gaza y no matar a civiles palestinos. Sostiene que la intención, y la falta de ella, es fundamental para determinar si una acción es un genocidio.
La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1951 lo define, entre otras cosas, como asesinatos y otros actos “cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.
Esa convención fue adoptada principalmente debido a dos grandes genocidios que conmocionaron al mundo en la primera mitad del siglo XX. El primero fue el asesinato de 1,5 millones de armenios por los otomanos durante la Primera Guerra Mundial. Fue una campaña de marchas de la muerte al desierto sirio y a campos de concentración, y un proyecto para erradicar a los armenios que incluyó confiscaciones, violencia sexual e islamización forzada.
Nuestra tragedia afectó profundamente al abogado judío polaco Raphael Lemkin, quien acuñó el término genocidio en 1944, en el apogeo del Holocausto, el asesinato sistemático de 6 millones de judíos por los nazis.
Dos años más tarde, las nacientes Naciones Unidas reconocieron el genocidio como un crimen según el derecho internacional, y luego surgió la convención.
Más de 30 países de todo el mundo reconocieron el genocidio armenio como tal, pero Israel no es uno de ellos. Negar ese reconocimiento fue un punto delicado en relaciones que deberían haber sido estrechas, porque los armenios tienen una historia de defender a los judíos y tratar de protegerlos.
Estamos orgullosos de que en Yad Vashem muchos nombres armenios figuren entre los justos que arriesgaron sus vidas para salvar judíos durante el Holocausto. Ninguna otra nación en todo el Medio Oriente se acerca siquiera a esa cifra. La Iglesia armenia también tiene una larga y orgullosa historia en Tierra Santa y siempre buscó tener buenas relaciones.
Mientras tanto, Israel desarrolló una alianza con Azerbaiyán, el vecino hostil de Armenia al este. El Estado judío vende drones a Bakú y otras armas (que fueron utilizadas contra nosotros), compra petróleo a su régimen despótico y, por tanto, también disfruta de acceso a la frontera iraní.
Por desafortunada que sea esa alianza desde nuestra perspectiva, el problema de Azerbaiyán no es el genocidio perpetrado por sus primos turcos hace un siglo; estuvo más interesado en perpetrar su propia limpieza étnica contra 120.000 armenios en Nagorno-Karabaj apenas en septiembre pasado.
El principal impedimento para el reconocimiento israelí de nuestro genocidio fue Turquía, que lo niega con vehemencia, temiendo que el reconocimiento conduzca a demandas de reparaciones.
Israel, que busca mantener relaciones diplomáticas y cooperación militar con Turquía, cumplio más bien dócilmente. Ese barco figurativo parece haber zarpado de manera decisiva en los últimos meses.
Erdogan es amigo de Hamás y no de Israel.
Entendemos muy bien que Netanyahu esté utilizando la cuestión del genocidio como un garrote contra el cada vez más beligerante líder turco. Pero también hay un panorama más amplio. Israel está bastante aislado en el mundo en este momento. No necesita más cinismo e intrigas por parte de su primer ministro. Más bien, ahora sería un buen momento para hacer lo correcto.
6 צפייה בגלריה


El presidente turco Recep Tayyip Erdogan, entre Mahmoud Abbas e Ismail Haniyeh en 2022.
(AFP)
Joe Biden, que reconoció el genocidio hace dos años, sin duda estaría satisfecho, lo que ayudaría a aliviar la brecha con la administración estadounidense. Además, la influencia de Turquía en la región disminuyó en los últimos años, mientras que las relaciones de Israel con otros actores regionales, como Grecia y Chipre, se fortalecieron.
Pero la realpolitik, aunque a menudo aclamada como un enfoque pragmático y realista de las relaciones internacionales, tiene un lado oscuro. Puede implicar un compromiso moral insoportable y dar lugar a alianzas con regímenes opresivos, haciendo la vista gorda ante los abusos de los derechos humanos.
Esas acciones socavan la credibilidad de las naciones y empañan su reputación.
6 צפייה בגלריה


Civiles ondeando la bandera nacional armenia en las calles de la capital, Ereván.
(AP)
Como nación fundada sobre los principios de justicia, derechos humanos y recuerdo de injusticias históricas, Israel tiene la obligación moral de reconocer el genocidio armenio, que una abrumadora mayoría de académicos y expertos considera un hecho histórico.
Al adoptar una postura de principios y reconocer el genocidio armenio, Israel puede demostrar su compromiso con los valores universales y fortalecer su posición moral en la comunidad internacional, en este momento cuestionada.
Así que Netanyahu debería hacer algo más que publicar un tuit. Debería seguir los pasos de Biden. Llegó el momento de que Israel reconozca el genocidio armenio. Sería una respuesta apropiada para Erdogan.
Grigor Hovhannissian es el ex embajador de Armenia en Estados Unidos y México, y ex viceministro de Relaciones Exteriores de Armenia.