En diciembre, los seres humanos, una extraña variedad de homínidos singularmente frágiles y sin pelo, lanzaron al espacio un nuevo telescopio de 10.000 millones de dólares, seis metros de diámetro y, al igual que muchos grandes templos, cubierto de espejos dorados.
El telescopio espacial James Webb es 100 veces más potente que el telescopio Hubble. Se alejó 1,5 millones de kilómetros de la Tierra con una misión, cuyos primeros frutos vimos la semana pasada con las fotografías publicadas por la NASA: mirar a lo lejos (es decir, mirar hacia el pasado) hacia el momento en que las estrellas se encendieron y disiparon las nubes infinitas de gas primigenio.
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El administrador de la NASA, Bill Nelson, describe la primera imagen a todo color del telescopio espacial James Webb de la NASA.
(AFP)
Los lectores del primer libro de la Torá, Bereshit (Génesis), estudian sobre una época en que todo era tohu vavohu, cuando todo era informe y oscuro, y existe una gran posibilidad de que el telescopio Webb nos muestre el momento exacto en que algo sucedió y hubo luz.
Podremos ver ese momento de la creación. El momento en que comenzaron a arder las primeras estrellas, recipientes insondables de brillo que crearían el carbono, el nitrógeno y el oxígeno que componen el 86,9% de nuestros cuerpos, que luego se fragmentarían para crear nuestros átomos más pesados, que se combinarían luego con el hidrógeno causado por el Big Bang.
Todo esto significa que, por alguna alquimia de la termodinámica que, para mí, todavía está envuelta en sombras, o tal vez por algún acto de gracia primordial, estamos compuestos principalmente de luz estelar, nuestra masa proviene de alguna vibración misteriosa de energía infinita y atemporal, resonando a través del universo desde el principio de los tiempos.
Esta energía ha existido desde el momento en que se encendieron las primeras luces y existirá después de que se apaguen las últimas. Cuando todo regrese a una nada sin forma, esos pequeños pedazos de luz estelar que soy yo todavía estarán allí, tal vez uniéndose en una danza cósmica con aquellos que son ustedes, formando algo nuevo, tal vez algo maravilloso.
Podremos ver el momento que hemos estado leyendo durante toda la historia judía: Vayomer elohim yehi or, vayehi or; dijo Dios “Hagase la luz y se hizo la luz”
Somos el universo llegando a conocerse a sí mismo. Somos los ojos de Dios que se asoman a la oscuridad infinita, encendiendo fuegos de imaginación e ingenio. Podremos ver el momento que hemos estado leyendo durante toda la historia judía: Vayomer elohim yehi or, vayehi or; dijo Dios “Hagase la luz y se hizo la luz”.
No podemos, y tal vez nunca seremos, capaces de ver más allá, en esos 250 millones de años después del Big Bang pero antes de las estrellas, cuando todo era un magma oscuro y caliente, informe y vacío, tohu vavohu.
Como usted, tal vez, como todos en el mundo que alguna vez han investigado seriamente la termodinámica del hombre, no sé qué hacer con todo esto. No sé qué hacer con el conocimiento de que fui forjado a la luz de las estrellas o que el espacio entre mis átomos está vacío, un vacío, como el vacío en el que, según los cabalistas, el Infinito vertió la primera luz. No sé qué hacer con el hecho de que cada parte de mí ha existido y existirá para siempre.
Cuando me imagino a mí mismo regresando algún día a las estrellas, y cuando observo las nuevas imágenes del universo publicadas esta semana por la NASA, me llena de una sensación de asombro, humildad, consuelo y gratitud. Tal vez algún día construyamos un telescopio aún más poderoso. Tal vez retrocedamos más en el tiempo y nos maravillemos ante la obra oscura de la creación, el mundo anterior a la letra "bet" de bereshit.
Hasta entonces, cada año, haremos retroceder los rollos, volveremos a leer la historia y, con nuestros torpes y maravillosos dedos, intentaremos tocar la creación.