“Sólo los peces muertos nadan con la corriente”. Malcolm Muggeridge.
Vivir juntos antes de casarse es mucho más común hoy en día que en el pasado. Más del 70 por ciento de las parejas en Estados Unidos conviven antes de tomar la decisión de casarse. El argumento principal a favor de la convivencia es que permite que la pareja se conozca mejor y sepan si se llevan lo suficientemente bien como para casarse. Sin embargo, y para sorpresa de muchos, numerosos estudios han demostrado que el hecho de vivir juntos antes de casarse aumenta considerablemente el riesgo de divorcio y la violencia doméstica, contribuye a que la vida de casados sea peor y empeora la comunicación. También hay estudios (aunque en menor número) que niegan que haya una relación entre vivir juntos antes de casarse y el divorcio.
¿Por qué este fenómeno, que se ha vuelto tan común y se supone que tiene como objetivo mejorar la adaptación entre los miembros de la pareja, arroja resultados tan controvertidos? La respuesta radica en el mecanismo que está en juego a la hora de tomar la decisión de pasar de la convivencia prematrimonial a casarse, que a menudo es un mecanismo de “dejarse llevar” y que no necesariamente refleja un gran amor.
“Dejarse llevar” en la vida amorosa
“Hay continentes que se dejan llevar por la corriente, y lo mismo ocurre con los corazones”. John Mark Green.
Para muchos, el comportamiento romántico a lo largo del tiempo se parece al de los peces muertos, que flotan con la corriente y poco a poco se ven arrastrados por ésta. Y aunque “dejarse llevar” en el amor no es necesariamente negativo, sí lo puede ser –y mucho– la manera en que se toma la decisión de pasar de la convivencia prematrimonial a casarse.
Tanto el sistema cerebral como el emocional son responsables de la toma de decisiones. Cuando usamos la mente, sopesamos nuestra posición en un proceso consciente y lento, en comparación con la emoción, que toma decisiones de manera rápida e intuitiva. Otro proceso de toma de decisiones es el lento “dejarse llevar”. En realidad, es un mecanismo de “abstención” en el que hay una no-decisión o una decisión de no decidir. En la base del lento “dejarse llevar” en lo amoroso se pasa en forma gradual de un estado romántico a otro, sin que la persona sea plenamente consciente de ello o lo elija de manera explícita.
La cuestión del compromiso
El paso de la convivencia prematrimonial a la vida de casados a menudo (pero no siempre) se basa en “dejarse llevar” en lo amoroso. Para comprender el efecto que tiene esta manera de tomar decisiones en la vida de casados a largo plazo, tenemos que entender qué hay detrás del compromiso en el plano amoroso.
La teoría del compromiso psicológico se refiere a tres factores principales determinan el nivel de compromiso en el amor. Se trata del grado de amor, del precio de la separación y de la disponibilidad de alternativas. El compromiso amoroso se fortalece no sólo cuando hay mucho amor, sino también cuando el precio de la separación es alto. Además, el compromiso se debilita cuando hay más alternativas amorosas disponibles. La calidad de una relación amorosa tiene un efecto muy importante en el hecho de que la relación continúe. Un efecto mucho mayor que los factores exteriores del precio de la separación o la disponibilidad de alternativas.
Dicho esto, cuando el amor no es fuerte, el precio de la separación y el grado de atracción por alternativas amorosas pueden ser factores de mucho peso. Por ejemplo, cuando el cónyuge padece una enfermedad grave, el precio de la separación es muy alto porque en esas circunstancias la separación es como abandonar a un herido en el campo de batalla. La vergüenza y las críticas de la gente al hecho de separarse en estos casos pueden ser tan intensas que está claro que en la mayoría de los casos no habrá separación, independientemente del grado de amor. Asimismo, cuando hay muchas alternativas amorosas alrededor de una persona, es más difícil que se conforme con lo que tiene.
El compromiso amoroso se fortalece no sólo cuando hay mucho amor, sino también cuando el precio de la separación es alto.
Pregunta: ¿Cómo se toma la decisión de casarse?
“En la época en la que todavía me dedicaba a tener citas con chicos, la palabra aterradora era ‘compromiso’. Y en el momento en el que la mayoría de los hombres se enteraban que yo tenía un hijo, huían. Si estaba a punto de pronunciar las palabras ’te amo’, huían más rápido aun”. Regina Brett.
Respuesta: En estudios que llevaron a cabo Scott Stanley y sus colegas, se vio que la decisión de casarse cuando ya se convive se toma en un proceso lento de “dejarse llevar”, que casi no implica tomar una decisión cerebral o emocional deliberada. Más de la mitad de las parejas que viven juntas no tuvieron en cuenta las consecuencias que tenía el hecho de casarse, sino que sencillamente se vieron arrastradas: “se dejaron llevar”. En comparación con una relación amorosa sin convivencia, o que no tiene un marco vinculante, vivir juntos implica pagar un precio más caro en caso de separación. (Por ejemplo, obligaciones económicas, contratos de alquiler a nombre de los dos, una mascota que adaptaron juntos, embarazo, vergüenza.) Pero eso no quiere decir necesariamente que el amor sea más intenso y profundo. Los investigadores sostienen que la importancia relativamente baja que se da al amor puede volverse problemática después de casarse, cuando la pareja tendrá que lidiar con diferentes problemas.
Es interesante señalar que los efectos negativos que tiene la convivencia sin más en el matrimonio son considerablemente menores si aquélla comienza después de la ceremonia del compromiso y el intercambio de anillos. O sea, después de haber tomado la decisión de casarse. En ese caso, la decisión de casarse se tomó cuando el amor pesaba mucho más que el precio de la separación.
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“El mecanismo de la toma de decisiones consiste a menudo en ‘dejarse llevar’”
(Shutterstock)
El amor es casi toda la cuestión
Otro factor que limita la capacidad de una pareja que convive de tomar una decisión óptima es el hecho de que las parejas que viven juntas tienden a subestimar la diferencia que existe entre convivir y estar casados. Sobre todo en lo que respecta al compromiso y a los desafíos a largo plazo. Muchas parejas que viven juntas y deciden casarse piensan que habrá una diferencia mínima en su forma de vida.
Esa suposición es muy errónea. Aunque convivir antes del matrimonio pueda parecerse a estar casados, se trata de situaciones completamente diferentes. Vivir juntos no incluye todas las limitaciones que tiene el matrimonio (como, por ejemplo, exclusividad y menos libertad), y los desafíos (como criar hijos). Vivir juntos es un tipo de prueba en mejores condiciones, que implica menos compromiso y menos desafíos. En esa prueba, la fuerza de la inercia tiene un peso significativo.
Es más, cuando una pareja se casa después de haber convivido, el deseo y la pasión no están en su apogeo. Si la pareja alcanzó el pico de deseo durante la convivencia sin más, van a llegar a los primeros años difíciles del matrimonio sin el motor del deseo que les proporciona la energía necesaria para superar los desafíos del matrimonio. También es posible que después de la convivencia prematrimonial, a la pareja le resulte mucho más fácil el divorcio porque esa convivencia les hizo experimentar y pensar en la separación como algo más natural.
La teoría del compromiso considera que la existencia de alternativas amorosas a las que es fácil acceder, es un factor que reduce el compromiso en el matrimonio. Aunque convivir reduce el número de alternativas de calidad –y en ese sentido refuerza la relación existente–, por otro lado la convivencia es un paso para elegir un cónyuge. Y la limitación de vivir juntos puede dificultar la posibilidad de encontrar la mejor pareja posible. Esta es otra razón por la que es mejor irse a vivir juntos después de haber tomado la decisión de casarse, y el objetivo es entonces fortalecer la relación.
Vivir juntos puede ser negativo si ustedes aún están buscando la mejor pareja amorosa posible. Parecería que entonces el paso de vivir juntos no va acompañado de un aumento significativo de compromiso, sino que en general lleva a aumentar e intensificar las limitaciones de permanecer juntos, independientemente de su grado de compromiso o de amor.
Una opinión diferente
“Es posible encontrar una mujer que nunca ha tenido un romance prohibido, pero es raro encontrar a alguien que haya tenido solamente romance de ese tipo”. François de la Rochefoucauld.
Contrariamente a las consideraciones que he esbozado aquí, hay investigadores que ponen el acento en el valor de la convivencia prematrimonial como “experimento”, algo que le permite a la pareja conocerse mejor antes de comprometerse y casarse. Los partidarios de este punto de vista sostienen que quienes viven juntos antes de casarse corren más riesgo de romper el matrimonio, pero no porque han convivido sino por razones de personalidad y de historia vital, que los llevan desde el principio a vivir juntos sin estar casados. Ese tipo de convivencia, por oposición a la del matrimonio, constituye una elección de personas que en realidad están menos comprometidas. Cabe señalar que Scott y sus colegas sostienen que tomaron en cuenta este factor, así como otras diferencias personales y de circunstancia.
Hay investigadores que ponen el acento en el valor de la convivencia prematrimonial como "experimento", algo que le permite a la pareja conocerse mejor antes de comprometerse y casarse.
Un estudio más reciente indica que vivir juntos antes de casarse tiene un efecto diferente a corto y a largo plazo. En el primer año del matrimonio, las parejas que habían convivido antes tienen menos posibilidades de separarse que las que nunca convivieron. Esto probablemente se deba a la ventaja de la experiencia que ya han tenido de vivir juntos. Pero esta ventaja solamente dura el primer año, y después desaparece. La desventaja de la convivencia sin más en el contexto de la estabilidad matrimonial aumenta mucho después de cinco años de matrimonio, y permanece más o menos constante con el tiempo.
En resumen, no se trata aquí de una cuestión moral en lo que se refiere a las relaciones sexuales y a la convivencia antes del casamiento. Para la mayoría de las personas, ésta no es la cuestión, como lo era en el pasado. El debate se centra en los aspectos más prácticos relacionados con los posibles riesgos para la calidad de vida marital como resultado de la convivencia. Y de las formas posibles de reducir esos riesgos. Hemos visto que existen factores importantes relacionados con la forma en que se toma la decisión de pasar de vivir juntos a casarse, que a menudo tienen un efecto afectan negativo en la calidad del matrimonio.
En todo caso, está claro que no se trata de una decisión acerca de añadir un trozo de papel a las relaciones existentes, sino si se decide mejorar de manera significativa el compromiso mutuo que subyace en la relación de la vida en común. De aquí que la decisión no debe tomarse por inercia, sino con el mayor cuidado y de todo corazón.
*Aarón Ben-Zeev es catedrático de Filosofía de la Universidad de Haifa. El texto está tomado de su nuevo libro titulado El amor es casi toda la cuestión, publicado por la Editorial Yedioth junto con la Universidad de Haifa.