“Soy músico; eso lo dice todo”
Gustav Mahler
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“Soy músico; eso lo dice todo”

Un genio sin hogar: "La resurrección" de Gustav Mahler

Nació judío y se sintió extranjero toda la vida, e incluso después de convertirse al cristianismo sus opositores siguieron actuando contra su éxito como compositor y como director de orquesta. Pero cuando se fundó el Estado de Israel, la Sinfonía Nº 2 de Mahler, con el imperativo de “prepárense para vivir”, se convirtió en un símbolo de la victoria, así como del renacimiento y la resurrección.

Iosi Shifman - Adaptado por Beatriz Oberlander |
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Hace 71 años, en noviembre de 1948, tuvo lugar el primer encuentro entre la Sinfonía Nº 2 de Mahler y el público israelí. Eran días de Guerra de la Independencia y Leonard Bernstein fue el primer director que tuvo la entonces llamada Orquesta Filarmónica Palestina (Palestine Synphony Orchestra), después convertida en Orquesta Filarmónica de Israel.
Cuando había combates, los ensayos se hacían en diferentes lugares de Tel Aviv. Bernstein viajaba con los músicos en vehículos blindados, y no dejaron de ir a ningún lugar, en particular al espectáculo histórico de Beer Sheva inmediatamente después de terminados los combates. “Tocaremos en cualquier lugar en el que nos quieran escuchar”, dijo entonces Bernstein, que después fue nombrado director musical de la orquesta. Bernstein dirigió obras de Beethoven, Copland y Ravel. Y por primera vez la Sinfonía Nº 2 de Gustav Mahler, “La resurrección”, en Tel Aviv.
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Gustav Mahler
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La Sinfonía Nº2 tiene su propia y fascinante historia. Gustav Mahler nació en el seno de una familia judía de Bohemia en el año 1860. Fue el segundo de 14 hijos (de los cuales sobrevivieron sólo 8), y mostró un gran talento musical desde niño. Pero al mismo tiempo que descubría la música, descubrió también el antisemitismo. Aunque el emperador del Imperio austro-húngaro abolió algunas restricciones a la libertad de movimiento que regían sobre los judíos, ellos se siguieron sintiendo extranjeros en un entorno en el que vivían alemanes. La sensación de extranjeridad acompañó a Mahler a lo largo de sus 51 años de vida. “Carezco de hogar tres veces: como nativo bohemio en Austria, como austríaco entre alemanes y como judío en todo el mundo. En todas partes soy un huésped no deseado, y en ningún lugar soy bienvenido”, dijo con una lucidez que lo reflejaba a la perfección.
El joven Mahler terminó sus estudios en Viena con honores, y comenzó a buscar trabajo como director de orquesta en los diferentes teatros de ópera de Europa, y al mismo tiempo comenzó a componer música, en particular canciones y sinfonías. Muy pronto destacó como brillante director de orquesta en la ópera, y asumió toda la responsabilidad: dirigía la orquesta, elegía a los cantantes, fijaba los planes y dirigía. Tuvo éxitos en Leipzig, Budapest y Hamburgo, pero aspiraba a llegar a Viena. Pero allí no querían judíos en el cargo respetable de director de la ópera; preferían católicos. El alcalde de Viena, Karl Luaguer, un reconocido antisemita que no era querido en la corte del emperador, anunció al público: “¡Yo decido quién es judío!”
Mahler no veía ningún problema. Si el cargo requiere que me convierta, seré católico. Él de todos modos no destacaba por el cumplimiento de las nuevas leyes religiosas: “Soy músico; eso lo dice todo”, solía decir. En febrero de 1897 se convirtió al cristianismo, pero eso no detuvo a sus oponentes. Éstos utilizaron a Cósima, la viuda de Wagner, para impedir el nombramiento. Pero el responsable de la ópera por parte del emperador tenía sus propias ideas: sólo Mahler podría devolver a la importante ópera el deteriorado prestigio. La dulce venganza de Mahler se produjo el 11 de mayo de 1897, cuando dirigió en la ópera el “Lohengrin” de Wagner, y recibió la simpatía y el aprecio de la audiencia y de la crítica.
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Bernstein dirigiendo la Filarmónica de 1948 en Beer Sheva
Bernstein dirigiendo la Filarmónica de 1948 en Beer Sheva
Bernstein dirigiendo la Filarmónica de 1948 en Beer Sheva
(AP)
También los propios músicos de la Filarmónica de Viena eligieron a Mahler como director musical. En la temporada musical dirigía la orquesta, y en las vacaciones de verano componía música: “La sinfonía es el mundo. La sinfonía lo abarca todo”, aseguraba. Mahler dedicó seis años a componer su Sinfonía Nº 2, y siguió corrigiéndola y llevándola a la imprenta hasta dos años antes de su muerte. Es una obra para una gran orquesta, para coros y para dos cantantes mujeres. Fue el primer compositor, después de Beethoven, que incluyó fragmentos cantados en sus sinfonías.
No es de extrañar que Bernstein, también brillante compositor y director, se enamorara de las obras de Mahler. A lo largo de su carrera grabó sinfonías del director con distintas orquestas, en particular con la Filarmónica de Israel, y en otoño de 1948 en Tel Aviv escogió la Sinfonía Nº 2. Pues qué más apropiado que brindar a la entonces pequeña comunidad judía de Israel la primera interpretación de la Sinfonía “La resurrección”, en la que el coro canta “todo lo que ha muerto volverá a la vida, se levantará; ¡dejad de temblar, preparaos para vivir!”. La actuación provocó un gran revuelo emocional en el seno de la comunidad judía de Israel. “ No intentaré analizar, ni explicar la gran vivencia que penetró en los corazones de los miles de oyentes”, escribió el crítico musical David Rosolio.
Bernstein volvería a dirigir la Sinfonía 19 años más tarde, al finalizar la Guerra de los Seis Días y para celebrar la victoria, en el primer concierto que tuvo lugar en el anfiteatro de la Universidad Hebrea de Jerusalem en el monte Scopus. Esta vez los fragmentos finales se cantaron en hebreo. “El círculo vicioso de amenaza, destrucción y resurrección continúa, y se refleja muy bien en la música de Mahler. "Y en particular la creencia de que al final vencerá el bien; ¡no queda más remedio!”, mencionó Bernstein ante un público entre quienes figuraban el presidente Zalman Shazar, el primer ministro Levi Eshkol, el ex primer ministro David Ben Gurión, jueces del Tribunal Supremo y combatientes de la brigada que luchó por Jerusalem.
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Zubin Metha dirige la Filarmónica de Nueva York en la interpretación número 10.000 de la obra de Gustav Mahler
Zubin Metha dirige la Filarmónica de Nueva York en la interpretación número 10.000 de la obra de Gustav Mahler
Zubin Metha dirige la Filarmónica de Nueva York en la interpretación número 10.000 de la obra de Gustav Mahler
(AP)
Durante el concierto se oyeron explosiones de quienes estaban neutralizando minas cerca de allí. El ruido no le molestó a Bernstein ni a los artistas, que renunciaron a su salario y a otros ingresos, y los donaron a un fondo para niños judíos y árabes de Jerusalem. “Fue un momento de esperanza. El hecho de tocar ‘La resurrección’ en Jerusalem estaba cargado de simbolismo y de significado. De allí saldrá la el mensaje de paz a la zona y al mundo entero”, comentó el director en una entrevista a un periodista estadounidense. Y agregó que “de Sión saldrá la Torá, y la palabra de Dios sobre Jerusalem”. Y con estas palabras, devolvió a Mahler al seno del judaísmo.
“La resurrección” siguió siendo un símbolo del triunfo del judaísmo y de Israel. Y en octubre de 1988, en un acto con el que concluyeron los festejos por los cuarenta años del Estado de Israel, la dirigió Zubin Mehta a los pies de Masada ante un gran número de invitados del extranjero, entre ellos Ives Montand y Gregory Peck. Cientos de linternas iluminaban la cima de Masada, y 12 grupos de niños simbolizaban las 12 tribus. La decisión de tocar esa Sinfonía en el lugar en el que se habían suicidado los defensores de la fortaleza para no caer prisioneros en manos de los romanos, les pareció natural a los organizadores del evento. El primer ministro Isaac Shamir mencionó en esa ocasión: “Sólo una obra musical es capaz de crear un lazo entre acontecimientos históricos, los logros del presente y la esperanza del futuro, para unir a los judíos, y a éstos con lo universal. Así es la monumental Sinfonía ‘La resurrección’. Dudo que Gustav Mahler, el gran compositor judío, uno de los colosos de la historia de la música, hubiera imaginado que una de sus mejores obras se tocara en la Tierra de Israel, frente a Masada. La música que se toca aquí dice que hemos vuelto a la Tierra de Israel, y que Masada no volverá a caer por segunda vez”.
Desde que se comenzaron a tocar las obras de Mahler en Israel en la década del 30, hubo quienes se opusieron a ello por el hecho de que Mahler se hubiera convertido al catolicismo. Otros, entre ellos el compositor Iosef Tal, alegaron que Mahler es un compositor judío muvhak, y que en sus obras se puede estudiar acerca de su judaísmo. En Viena, la orquesta que dirigió, lo olvidaron al final de la Primera Guerra Mundial hasta que Bernstein les enseñó a los vieneses cómo se interpreta a Mahler.
Hoy en día se tocan sus obras en todo el mundo, y también en Israel pasó a formar parte de la oferta permanente de las orquestas. Es aceptado y querido, y atrae mucho público. ¿Es que el compositor que decía que no tenía un hogar en ningún lugar, ahora tiene su propia casa? ¿Es que el compositor que se sentía extranjero en todas partes, llegó por fin a casa? En Tel Aviv hay una plaza que lleva su nombre, ¿pero supone esto un verdadero reposo? Al parecer, la decisión de culminar el próximo domingo (20 de octubre) con la interpretación de la Sinfonía “La resurrección” la serie de conciertos festivos con los que Zubin Mehta se despide de su cargo como director musical de la Orquesta Filarmónica de Israel, pone fin a una época que comenzó en la Guerra de la Independencia. Y que de ahí en adelante, otras interpretaciones de la Sinfonía de Mahler en Israel -y habrá muchas- se evaluarán únicamente en el contexto musical, y ya no en su papel social e histórico.
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