La mayoría de nosotros vive en ciudades donde el contacto con la naturaleza es limitado. En el último tiempo, con cientos de millones de personas en todo el mundo encerradas en sus casas a raíz de la epidemia de coronavirus, muchos entendieron la importancia de los parques y jardines. Más allá del obvio motivo respecto de la calidad de vida, los jardines urbanos pueden tener un impacto ambiental beneficioso: reducir las temperaturas, aportar sombra y disminuir la contaminación del aire.
Cuando Raphat Kabaga, un investigador palestino de la ciudad de Tarqumiyah, ingresó por primera vez a uno de los huertos del Instituto Weizmann de Ciencia para apuntar con sus instrumentos de medición hacia un objetivo de investigación, no imaginó que esas mediciones experimentales se convertirían en una serie de estudios que evalúan cómo los huertos urbanos mitigan el cambio climático.
El huerto urbano del instituto se extiende sobre un área de aproximadamente cuatro hectáreas y se compone principalmente de limoneros plantados en el año 1976 sobre suelo arenoso. Kabaga, quien completó de forma reciente su posdoctorado en el Departamento de Ciencias de la Tierra y Planetas, investigó en detalle el balance entre carbono y agua del huerto para demostrar el gran potencial ambiental que presentan los huertos de cítricos a partir de un mínimo de riego.
Un investigador palestino en un instituto israelí no es cuestión de todos los días. Kabaga, quien completó su maestría en Ciencias de la Atmósfera en la Universidad al-Quds en Jerusalem del Este, nunca imaginó que continuaría su carrera en un instituto de investigación israelí. “Cuando me gradué no tenía plata, pero tampoco quería renunciar al sueño de ser investigador. Estaba buscando becas de doctorado en instituciones de todo el mundo, pero suponía que mudarme al extranjero con toda la familia sería muy costoso. Un profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem, que conocía mi investigación, me dijo: '¿Por qué no consideras estudiar en Israel?”, cuenta Kabaga, de 42 años y padre de cuatro hijos. “Su consejo me generó una gran inquietud, pero decidí darle una oportunidad. Apliqué a todas las instituciones en Israel y recibí algunas respuestas positivas. Al final, el mismo profesor fue quien me aconsejó elegir el grupo de trabajo y el instituto en que estoy ahora. Fueron dos grandes consejos”, agrega.
El primer año de Kabaga en Israel no fue fácil: “Al principio tenía la esperanza de que podamos vivir toda la familia juntos en Israel y que mis hijos pudieran disfrutar de los beneficios del Instituto, pero no recibimos permisos de residencia”, detalla. Kabaga decidió en épocas de mucho trabajo dividir su tiempo entre Rehovot y Tarqumiyah, viviendo entre semana en el departamento del instituto y reuniéndose con su familia los fines de semana. El resto del tiempo se trasladaba a diario al instituto desde Cisjordania.
Su viaje comenzaba en taxi hasta el puesto de control de Tarqumiyah cerca de Hebrón, allí cruzaba el puesto (“Si tienes suerte, en diez minutos; si no, una hora o más”), desde allí la siguiente parada: Kiryat Gat. Allí tomaba los transportes de trabajadores de la construcción que ingresan a diario a Israel. Y, por último, un autobús a Rehovot. Un total de tres horas por trayecto. “No habría conocido la dificultad del camino si no hubiera sido por el apoyo de mis profesores y compañeros. Ellos más que colegas son hermanos. Cuando vivía en el instituto, se ocuparon de todo: colchones, electrodomésticos, todo lo que necesitaba para la cocina”, evalúa.
De forma reciente, cuatro artículos escritos por Kabaga y su equipo fueron publicados en las principales revistas científicas que tratan el tema de la fijación de carbono (conversión de carbono inorgánico en compuestos orgánicos) en regiones semiáridas. Uno de los estudios encontró que los bosques de regiones áridas pueden protegerse de la sequedad en el verano absorbiendo la humedad del ambiente. Esta capacidad de supervivencia es de gran importancia ecológica: los bosques de pinos en estas áreas son particularmente efectivos para capturar dióxido de carbono atmosférico. Los resultados del estudio muestran que la silvicultura del 20% de la tierra semiárida (que representa aproximadamente el 18% de la superficie terrestre total del mundo) podría conducir al almacenamiento de mil millones de toneladas de carbono por año. “No vamos a salvar el mundo, pero esperamos que nuestra investigación contribuya en algo para mitigar los efectos del cambio climático”, cuenta.
La experiencia exitosa de Kabaga se ha convertido en una fuente de inspiración para otros investigadores palestinos. “Cuando comencé mis estudios era, según tengo entendido, el único investigador en Israel de los territorios palestinos. Hoy ya no es así. Sólo entre mis familiares hay tres o cuatro. Todos vinieron a consultarme, a escuchar acerca de la vida en Israel. Les conté todo lo que no ven en la televisión. Les dije que nadie nunca me cerró las puertas y que siempre sentí que las personas confiaban en mí. ¿Para qué ir a Canadá si se puede hacer buen trabajo científico acá, cerca de casa”, concluye.