Personas con mucho talento pueden tenerle miedo a la tecnología.

Tecnofóbicos: la pantalla del miedo

La expresión ‘Google docs’ les pone los pelos de punta, no saben cómo mantener una conversación con Zoom, y ni se les ocurre pagar con “bits” a través de Facebook. Incluso en una época en la que la tecnología domina por completo nuestras vidas, hay personas a las que les produce el mismo rechazo que si se fueran a quemar con fuego. ¿Cómo afrontar este miedo?

Elisaf Dauel - Adaptado por Beatriz Oberlander |
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Basta con una rápida mirada a las obras del ilustrador Philip Packer, de 43 años, para darse cuenta de que se trata de una persona muy talentosa. Sus hermosos y finos dibujos y pinturas nos llevan al pasado, a los viejos e inocentes libros para niños.
Packer convirtió ese talento excepcional en su profesión, y se gana la vida ilustrando y enseñando ilustración. Recientemente, durante un curso de comics que da a niños pequeños, un amigo le propuso enseñarles también animación por medio de aplicaciones gratuitas. Packer se estremeció. “Cuando oí que iba a enviarme aplicaciones, me asusté y dije ‘no, gracias’”. “No quiero más aplicaciones; me basta con los papeles. Les enseñaré a los niños perspectiva, expresión facial, cómo contar un cuento. Incluso estoy dispuesto a cocinarles, siempre que no tenga que abrir otra aplicación”, cuenta el ilustrador.
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Tecnofobia
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Personas con mucho talento pueden tenerle miedo a la tecnología.
(Shutterstock)
Packer se define a sí mismo como tecnófobo, como una persona que le tiene miedo a la tecnología. Un problema nada fácil cuando se tiene una profesión tan tecnológica como la ilustración. “La tecnología tiene una gran cantidad de posibilidades, opciones, teclas y conexiones. Da miedo. Y una y otra vez me encuentro a mí mismo arrastrándome de vuelta al lápiz y al papel”, dice. “Aunque lamento que en el papel no se pueda apretar la tecla de ‘cancelar’, y no hay manera de guardar el trabajo, prefiero volver a empezar y seguir con mis errores. Hace muchos años que no hago animación, por ejemplo, debido a la tecnofobia. Antes, cuando lo hacía, en lugar de aprender tres dimensiones, prefería dibujar montones y montones de dibujos. Y no era sólo la ilustración misma. Hace poco, un cliente quiso pagarme con ‘bits’, pero preferí que me pagara en otra ocasión en efectivo porque sencillamente no sé lo que es un ‘bit’. Sólo sé que es un tipo de dinero que él de alguna manera me iba a transferir, pero no sé cómo sucede…”
Estamos en una época difícil para los tecnófobos. La crisis del coronavirus no hace más que enfatizar nuestra dependencia de la tecnología. El amor es distancia. Ésta es la orden del día, y las relaciones humanas se redujeron a una videoconferencia por Zoom. Y pese –o tal vez porque, dirán algunos– la tecnología ocupa un lugar tan importante en nuestras vidas, el miedo no hace más que aumentar. La Universidad de Chapman, en California, llevó a cabo hace cinco años un estudio en el que se pidió a 1.500 personas que colocaran en orden de importancia 88 situaciones diferentes que dan miedo. Los miedos se dividieron en 10 categorías diferentes. Y los resultados mostraron que el miedo a la tecnología estaba en segundo lugar, sólo después de ‘desastres naturales’ en la lista de miedos. La brillante serie de televisión Black Mirror ("Espejo negro", en español) muestra varias situaciones –ficticias pero lógicas–, con las tenebrosas consecuencias que puede tener la tecnología, y con los miedos que trae aparejados, como la pérdida de control, la falta de privacidad y más.
“Actualmente, la tecnofobia afecta más que en el pasado, y afecta más cada día”, explica Iosi Bahar, un entrenador de tecnología que acompaña a tecnófobos y los ayuda a superar el gran miedo. “Recibo todo tipo de consultas. Un día me llamó una mujer que hacía mucho tiempo que quería tener una relación amorosa. Le hablé de los sitios web que hay en internet para buscar pareja, hicimos juntos un perfil y le expliqué cómo manejarlo. Ella se dio cuenta enseguida de que ésa era la solución a lo que buscaba. Y tuve una clienta que me dijo que hacía seis meses le habían regalado una laptop, que medio año después seguía cerrada en el armario porque le da miedo abrirla. Fijamos un día para reunirnos, abrimos juntos el paquete y lo conectamos a internet. Ahora es una campeona de Facebook”,
¿Cuál es el origen de la tecnofobia? Está, por supuesto, la causa clara y natural: personas mayores que no crecieron con la tecnología y que ahora tienen que adaptarse a un mundo completamente diferente del mundo que conocieron. El famoso autor de ciencia ficción Douglas Adams lo definió muy bien: “Todo lo que se inventó cuando yo tenía entre 15 y 35 años es nuevo, emocionante y revolucionario, y uno puede convertirlo en su profesión. Todo lo que se inventó después de que tenía 35 años va contra el orden natural de las cosas”.
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La tecnofobia devolvió a Packer al papel y lápiz.
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Pero la tecnofobia no es exclusiva de las personas mayores. Hay un número considerable de jóvenes de entre 20 y 40 años a quienes les resulta difícil afrontar el ritmo vertiginoso y enloquecido al que avanza la tecnología, y ocupa más y más aspectos de nuestras vidas. Tomen como ejemplo a Whatsapp. Cuesta creer, pero la aplicación de mensajería que se convirtió en parte integral de nuestras vidas se lanzó hace sólo diez años, y se convirtió en algo común y corriente varios años después. Hoy en día, quien no tiene whatsapp puede encontrarse en una situación problemática desde el punto de vista social.
A diferencia de la tecnofobia de las personas mayores, respecto de quienes las causas del miedo son bastante claras, en los tecnófobos jóvenes hay varios factores que pueden provocar rechazo a la tecnología. “Hay personas a las que sencillamente no les gustan los cambios. Están a gusto en lo que se llama su ‘zona de confort’, señala Baher. “Si uno les cambia algo, ya sea el teléfono o incluso una versión del programa ‘Word’, eso los saca totalmente de quicio y pueden volverse locos. A veces eso se manifiesta incluso con síntomas físicos como temblor, sudor e incluso llanto. Hay quienes están muy ocupados, y debido a la falta de tiempo no pudieron dedicarse a aprender cosas nuevas. También hay gente que se dedica desde hace mucho tiempo a trabajos manuales como pintar o escribir, y no tuvo necesidad de recurrir a la tecnología. Con el tiempo, esas personas empiezan a sentir que tienen algún tipo de discapacidad, y se dan cuenta que no tienen más remedio que aprender a utilizar la tecnología”.
"Sé escribir en Facebook y apretar la tecla ‘publicar’, pero cuando me hacen falta cosas más complejas como ‘dropbox’ o ‘Google docs’ me resulta mucho más complicado”
Como en todo en la vida, también la tecnología es una cuestión de talento. Hay personas a las que el contacto con computadoras y equipos tecnológicos les resulta natural, mientras que otros tienden a complicarse, lo que se puede convertir en un elemento disuasorio y de rechazo. “Ciertamente, se puede decir que la actitud y el acceso a la tecnología son como un músculo, que en determinadas personas tal vez no esté suficientemente desarrollado”, dice Baher. “Cada uno de nosotros está hecho de otra manera. Tengo una clienta que es realmente incapaz de diferenciar entre derecha e izquierda, por lo que le pegué etiquetas en el coche para que entendiera lo que quiere decir ‘Wise’. Es cierto que no se puede obligar a nadie a que aprenda nada, pero es importante entender qué es lo que quiere lograr”.
G., que ronda los 30 años y es directora de una asociación, pero prefirió permanecer el anonimato, es un ejemplo más de tecnofobia en una persona joven. Ella es una activista de cambio social y tiene que usar mucha tecnología en su trabajo, que incluye cambios y promoción de leyes, pero le cuesta mucho llevarse bien con ella.
“Sé escribir en Facebook y apretar la tecla ‘publicar’, pero cuando me hacen falta cosas más complejas como ‘dropbox’ o ‘Google docs’ me resulta mucho más complicado”, cuenta. Y pone un ejemplo: “Una amiga me abrió Linkedin, y ésa fue la primera y la última vez que logré entrar. Yo hablo mucho en público, pero hace años que no he preparado por mí misma diapositivas para esos casos. Hay alguien que prepara las diapositivas para mis presentaciones, y para eso tengo que sentarme a su lado y explicarle lo que quiero. Se pierde mucho tiempo, y me hace sentir muy incómoda. Por otro lado, me envían mensajes para fijar reuniones, pero no consigo abrirlos porque no tengo una dirección electrónica en Google. Nunca me las arreglé con correos en Google. Preferiría que en lugar de mensajes para reuniones la gente me dijera sencillamente cuándo quiere que nos reunamos, y yo lo anotaré en mi agenda de papel. Y ahora empezó la locura esa del Zoom. Todo el mundo quiere hablar por Zoom, pero yo no estoy en eso. Una niña de 12 años con Instagram es tecnológicamente más avanzada que yo."
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Los tecnófobos pueden volverse locos si se les cambia la versión de Word.
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¿Cómo afrontar esta dificultad, que limita cada vez más y se vuelve cada vez más molesta? La solución frustrante y predecible es, como en el caso de todos los miedos: simplemente tirarse al agua. No hace falta poner todo el cuerpo al principio; se puede juguetear sólo con las piernas. “Yo les explico a mis clientes que no hay ningún motivo para tener miedo. Ninguna tecla causa la autoeliminación; apriete las teclas, y no pasará nada malo”, dice Baher. “Hay ocasiones en las que le propongo al cliente que entre en Facebook. Al principio se niega, pero después se da cuenta que se pierde la posibilidad de ver las fotos de sus hijos y otras cosas interesantes, y entonces acepta”.
Baher propone un truco a quienes tienen miedo a las redes sociales, los lugares más rebosantes en la era tecnológica, que consiste en tener un perfil no abierto a todos. Y se puede abrir Facebook sin foto y sin perfil, e incluso con seudónimo, y no proponerle amistad a nadie. De este modo, su presencia en Facebook será como la de un observador: usted elige a quién seguir y qué mirar, sin que otros conozcan todas sus actividades.
“Yo les explico a mis clientes que no hay ningún motivo para tener miedo. Ninguna tecla causa la autoeliminación; apriete las teclas, y no pasará nada malo”
Otro grupo de tecnófobos jóvenes es el de los padres. Éstos tienen un argumento convincente: que es difícil impedir que sientan rechazo a la tecnología. La era tecnológica tiene muchas cualidades, pero también un gran número de peligros, y contenidos a los que no es deseable que se expongan los niños. Los “padres tecnófobos” evitan que la tecnología entre en sus casas –ya sea el llamado “teléfono inteligente” (smartphone, en inglés), e incluso un televisor– debido a la necesidad natural de los padres de proteger a sus hijos. Baher sostiene que la solución, en este caso, podría ser una combinación de usar cuentas privadas que limitan el seguimiento, y el estricto control de los padres. “Me llamó una clienta que quería abrirle Instagram a su hija, pero al mismo tiempo controlarla. La solución que le propuse fue abrir un Instagram privado que no todos pueden seguir. También le expliqué que ella tendría que tomar el teléfono de su hija un día o una semana para mirarlo, y comprobar que no haya nada indeseable. La tecnología nos obliga a controlar a nuestros hijos”.
Recientemente, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu anunció una medida que fue muy criticada e incluso limitó el Tribunal Superior de Justicia de Israel: que se llevará a cabo un seguimiento digital para monitorear a enfermos de coronavirus o a quienes deberían estar en confinamiento. Esa medida que había anunciado Netanyahu se sumó a una larga lista de publicaciones que hubo en los últimos años sobre el elevado precio que se cobra la tecnología en todo lo que tiene que ver con la pérdida de privacidad.
Es exactamente en ese espacio donde entran los “tecnófobos ideológicos”. Al menos en apariencia, se trata de tecnófobos un poco más “sofisticados”. Sus miedos a la tecnología están amortiguados y rodeados de argumentos muy de actualidad llenos de pathos sobre la pérdida de privacidad, y su deseo de no ser parte del rebaño. “Yo no me conecto con Facebook para preservar mi privacidad”. “No quiero que Google me siga, y por eso no tengo ‘gmail’”. “¿Y a mí qué me importa que todos tengan Instagram… o que todos se tiren del techo?” Y cosas por el estilo. “Yo califico a esas personas de ‘intelectualoides’”, dice Baher. “Pero no tardan en darse cuenta de que sus principios se vuelven contra ellos como un boomerang. Porque cuando ese ideólogo quiere conocer a una chica, y no tiene Facebook ni Whatsapp, se le encenderá una lucecita roja. La tecnología está hoy en día en todas partes. Un joven de 30 años que tiene un negocio tiene que tener una página comercial en Facebook. Una persona que conduce tiene que saber usar Wise y Pango”.
La velocidad vertiginosa a la que se desarrolla la tecnología les dificulta a muchas personas, jóvenes y mayores adultas, seguir el ritmo. Muchos de ellos perseveran con los prejuicios hacia determinado medio tecnológico debido a la primera versión con la que se toparon la primera vez. Facebook, por ejemplo, no comenzó como un sitio que pone en marcha grandes revoluciones, y no siempre ha sido una herramienta efectiva para la promoción de negocios. Antes era sobre todo un sitio para divertirse, o para el seguimiento indiscreto a personas habían desaparecido de sus vidas (en la mayoría de los casos con razón…), y juegos tontos y escapistas. Pero hay mucha gente terca que se negará incluso hoy en día a abrir Facebook porque lo ven como un sitio para personas con infantilismo, y como una pura pérdida de tiempo. Baher aconseja que “se le dé a esa gente con la realidad en la cara”. Si “el dueño de un negocio se niega a abrir Facebook, hay que mostrarle negocios parecidos al de él, preferiblemente competidores o colegas que sí están en Facebook. De esa manera se dará cuenta que se ha quedado atrás, y que tiene que cerrar la brecha”.
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La pérdida de privacidad es una excusa de muchos tecnófobos.
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Para personas como Packer, que –como decíamos antes– padece tecnofobia, una de las cosas que ayudan es la repetición. Precisamente porque la tecnología no es algo que se le da en forma natural, sólo consigue sobreponerse si lo intenta una y otra vez. Como dice el lugar común, “la práctica lleva a la perfección”. “Facebook y el correo electrónico son herramientas que uso mucho, y por eso ahora logro controlarlas bien”, dice.
“La gente tiende a tener mucho miedo a cosas de las que dependen pero sobre las que no tienen control. Ésta es la definición casi perfecta de tecnología”, dijo el catedrático Christopher Bard, y así sentó las bases para lo que probablemente sea el consejo más importante para los tecnófobos en un mundo cada vez más tecnológico. Precisamente ahora, cuando estamos encerrados la mayor parte del tiempo en casa y llevamos a cabo la mayor parte de nuestras actividades por medio de la red, no debemos permitir que la tecnología nos dirija nuestras vidas. Si sabemos ponernos en primer lugar, por delante de la tecnología, y no le permitimos a ésta que nos dicte cómo tenemos que vivir, también se desvanecerá el miedo a perder el control que puede implicar el uso de la tecnología. “Ustedes tienen derecho a no responder enseguida a todas las ‘llamadas’ que llegan. No hay que conmoverse con todas los mensajes que entran. Ustedes también tienen derecho a estar en una reunión y a no estar disponibles”, dice Baher. De modo que el control sigue en sus manos. "Denle a la tecnología el lugar que le corresponde en la escala jerárquica: un aprendiz eficiente y obediente, y nada más”.
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