Padres infieles
¿Cómo incide la infidelidad de los padres en la vida de los hijos?
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"Hasta hoy no soy capaz de enfrentarme a él por haberle sido infiel a mi madre".

Hijos de padres infieles: "Descubrí que mi madre tenía un amorío"

Alón entendió que no quería tener una doble vida, Shira se encontró a sí misma en una relación con un hombre en quien no podía confiar, exactamente igual a su papá, y Zóhar se dio cuenta que flirteaba tal como aprendió de su progenitor. Personas cuyos padres fueron infieles cuentan cómo el hecho de haberlo descubierto marcó su vida amorosa.

Libi Rosental - Adaptado por Beatriz Oberlander |
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“Me encontraba en el corredor que había cerca de la puerta de vidrio, y del otro lado estaba el dormitorio de mis padres”, recuerda Alón, de 48 años y residente en el barrio de Ramat Aviv. “Mi madre estaba durmiendo la siesta. Hablaba por teléfono, y yo escuchaba, lo oí todo. Hablaba con un hombre. Recuerdo su nombre hasta el día de hoy. Y recuerdo que enseguida me di cuenta que hablaban de amor. Pensé que nunca la había oído hablarle con ese tono a mi padre. Yo tenía 14 años, y la conversación me produjo sentimientos encontrados y curiosidad, pero sobre todo sentí un inmenso dolor. Una especie de masoquismo me mantuvo junto a la puerta. No hablé de eso con nadie. Ni con mis padres, ni con mi hermana y tampoco con un amigo. Lo reprimí en lo más profundo de mi ser, y seguí viviendo como si no hubiera pasado nada, pero el hecho de que mi madre tuviera una relación amorosa con otro hombre fue el último clavo en el armario de las mentiras y los secretos en el que viví desde entonces… durante muchos años".
“La norma en la casa en la que me crié era reprimir los sentimientos, mostrar una cara falsa y actuar como en el teatro. Nosotros, la familia ideal, presumíamos ante el mundo tener una buena situación económica pese a que vivíamos al borde de la quiebra y con repetidos embargos de bienes. La relación de mis padres en casa se caracterizaba por el desprecio, la mentira y el ocultamiento. Pero no obstante haberlo reprimido, el hecho me influyó mucho personalmente, así como en la manera en que me comporté después en mi vida amorosa. Al igual que mis padres, también yo elegí en mi primer matrimonio a una mujer a la que no amaba. Era el mundo que yo conocía, el modo de vida en pareja en el que el amor está ausente, y hay una vida paralela. No me atreví a elegir a una mujer de la que me podía enamorar, y correr el riesgo de que me hirieran".
“La infidelidad de mi madre no me convirtió en un hombre celoso, pero sí en una persona para la que era natural vivir en el mundo de los secretos, y que está muy lejos de sí mismo, de su verdadero ser. Fui así durante veinte años, y aunque formé una familia no era capaz de tener sentimientos intensos de ningún tipo. Tengo asimismo vagos recuerdos de esos años porque los viví como una persona que estaba actuando y no como un hombre que vive plenamente. A los cuarenta años, empecé a despertar. Algo se fortaleció dentro de mí. Eso sucedió porque tuve un gran éxito profesional. Y también porque tenía relaciones breves con otras mujeres. Pero eso me hizo sentir que no quería tener una doble vida, sino una relación amorosa adecuada a mi personalidad y un segundo matrimonio en el que sintiera plenitud. A diferencia de mis padres, desde el momento en que me di cuenta de la situación con lucidez no pude seguir en la primera relación.
“En ese estado de lucidez, confronté a mi madre respecto a la conversación que oí cuando era joven, y le pregunté si le había sido infiel a mi padre, que entretanto falleció. Pero ella lo negó rotundamente. ‘¿¡Te has vuelto loco; qué tonterías dices!?’, respondió. Sólo al cabo de varios años, cuando yo me acercaba a los cincuenta, planteé otra vez el tema. Y lo hice estando con mi madre y con mi actual esposa, a la que amo. En ese momento, con una copa de vino por medio, nos sentíamos libres. Esa vez, mi madre lo reconoció. Y resulta que la conversación que oí fue la punta del iceberg de un amorío que tenía con su jefe desde hacía diecinueve años. Me produjo una buena sensación saber que los sentimientos que me causó la escena correspondían a la realidad. Porque nuestros sentimientos son una brújula, y si los negamos nos perdemos”.
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Padres infieles
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"Hasta hoy no soy capaz de enfrentarme a él por haberle sido infiel a mi madre".
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"Ya no veía a mi padre como un héroe, sino como un mentiroso en quien no se puede confiar"
“Yo tenía 15 años. Estaba con mi hermana de 13 en el jardín de nuestra casa, cuando mi madre se acercó llorando y en pocas palabras nos contó que nuestro padre tenía un romance”, recuerda Shira, de 34 años, soltera y residente en la ciudad de Guivataim próxima a Tel Aviv. “De la noche a la mañana cambiaron los papeles de mi madre y yo. Me convertí en una hija-madre, a quien ella le contaba los secretos. Mi madre me preguntó qué hacer, y después, cuando decidió perdonar a mi padre, fui yo quien siguió enojada con él en nombre de ella. Se podría decir que mi madre lo castigó a través mio".
“Yo conocía bien a la muchacha. Era la secretaria de mi padre, y solía venir a cenar a casa sola los viernes porque era soltera y mi madre sentía compasión por ella. Después de la escena con mi madre, mi padre se fue de casa, pero volvió pocos días después. Mis padres fueron a terapia de pareja, y sus relaciones mejoraron. Pero yo no lo perdoné, y después de ser el ‘ojito derecho de papá’ que se sentía muy cerca de él, decidí alejarme. Yo ya no veía a mi padre como un héroe y un hombre perfecto, sino a un mentiroso en quien no se puede confiar".
“Todos estos años pensé que la infidelidad de mi padre fue la que me hizo tener mucho cuidado, y elegir hombres que me daban una sensación de seguridad. Hasta la última relación que viví, en la que tuve una crisis de confianza y sentí una especie de traición por parte de mi novio. Pese a que hace algunos meses terminé la relación con ese hombre, todavía me cuesta liberarme de él y estoy reconsiderando la separación. Siento que estaría dispuesta a perdonarlo si él aceptara ir conmigo a terapia de pareja. Esa era mi condición. Esto me hizo pensar que tal vez no soy tan diferente de mi madre. Y ahora veo con otros ojos, menos críticos, la decisión que tomó cuando finalmente perdonó a mi padre".
“Al mismo tiempo, me digo a mí misma que si vuelvo con mi novio, tendré que pagar un precio porque siempre estará ahí el dolor que me causó y el temor de que quizás me hiera otra vez. Lo curioso es que después de separarme de ese hombre, mi padre me llamó por teléfono y me dijo que hice bien y que no tengo por qué quedarme con alguien que no es digno de confianza. No le contesté. No soy capaz de enfrentarme a él por haberle sido infiel a mi madre. Hasta hoy niega haber sido infiel, pese a que existen pruebas de un detective. Es imposible hablar con él de eso. Y este es uno de los motivos por los cuales no lo perdono. Esa mentira, y su falta de disposición a asumir la responsabilidad por el dolor que le causó a la familia, nos siguen separando”.
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"Era natural vivir en el mundo de los secretos".
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"Prefería a otra mujer en lugar de a mí madre"
“Me crié en un kibutz situado en el centro de Israel. Desde pequeño fui consciente de que tenía un padre guapo, sociable y con una personalidad que despertaba la admiración de mujeres y hombres”, recuerda Zóhar, de 52 años, casado y padre de varios hijos residente en la ciudad de Raanana próxima a Tel Aviv. “Cuando tenía 15 o 16 años empecé a oír chismes sobre ‘sus picardías’ -así lo calificaban en el kibutz-, y me decía a mí mismo que la gente interpreta mal su popularidad. Cuando yo estaba en el servicio militar, mi padre hizo un viaje de trabajo -uno de muchos- a Sudamérica. Pero esta vez le anunció a mi madre que se quedaría a vivir allí porque tenía una relación amorosa con una mujer del lugar, y que no tenía intenciones de volver a Israel. Me sentí terriblemente ofendido por el hecho de que mi padre, de quien me sentía tan cerca, decidiera vivir en el exterior, lejos de mí mientras yo hacía el servicio militar. Y prefería a otra mujer en lugar de mi madre".
“Poco antes de terminar el servicio, y pese a que todos mis compañeros de equipo se quedaron un año más en el ejército como militares profesionales, le informé a mis comandantes que iba a hacer un viaje para traer a mi padre de vuelta a casa. Volé a Sudamérica, viví en la ciudad en la que estaba él, trabajé allí y lo veía casi todos los días. Y así, poco a poco, hubo algo en mi presencia y en mi relación con él que lo llevó a pensar en lo que se estaba perdiendo. Y finalmente, al cabo de dos años más, volvió a casa. Mi madre lo aceptó de vuelta, y ambos vivieron juntos hasta el último día de la vida de él".
“A lo largo de todos estos años, en nuestra familia se habló de ese tema. Cuando le dije a mi padre que yo sabía que esa no había sido la única vez, él respondió ‘tampoco tu madre es perfecta’. Yo lo dudo. Al principio estaba muy enojado con él, pero con el tiempo entendí que no puedo juzgarlo, y que en la vida amorosa cada uno es responsable de lo que hace y de sus consecuencias. Se puede decir que hasta que me casé tuve una vida disoluta como la de mi padre, e incluso mantuve una relación amorosa con una mujer casada. Vi por mí mismo cuánto dolor se causa a la persona a la que se es infiel, mientras el causante no hace más que divertirse".
“Aunque me era importante no llegar tan lejos como mi padre, empecé mi vida de casado con el deseo de disfrutar de todos los mundos posibles. Nunca le fui infiel a mi esposa pero flirteaba todo el tiempo, y tardé en ‘dejar el vicio’. Al principio de mi matrimonio no le di a mi esposa la sensación de seguridad que se merecía. Cuando vivíamos en el exterior por cuestiones de trabajo, me pasé de rosca al flirtear con una colega, y mi esposa me dijo clara e inequívocamente que ella no iba a aceptarlo y que no estaba dispuesta a vivir de esa manera.
“Yo era candidato a vivir como mi padre. Pero el hecho de haber elegido a una mujer inteligente y fuerte que no lo aceptaba todo como mi madre, una mujer a la que quería mucho y que me era importante conservar, fue lo que me ayudó a cambiar y a deshacerme de viejas costumbres que hacían daño. Yo fui el último eslabón entre dos generaciones".
“Mi hijo es completamente distinto. Él se crió con una escala de valores completamente diferente a la escala en la que me crié en lo que respecta al modelo de pareja. Es una persona fiel, y no suele flirtear cuando tiene novia”.
"Hay cosas que ustedes no saben"
“La relación de mis padres fue muy mala desde siempre”, cuenta Adi, de 35 años, soltera y residente en la ciudad de Kfar-Saba próxima a Tel Aviv. “Recuerdo que muchas noches mi padre se quedaba a dormir en la oficina o en la casa de mis abuelos, y mi madre solía decir frases como ‘hay cosas que ustedes no saben’. Me acuerdo de mí misma sentada en el salón de casa, y ver que de repente alguien se iba dando un portazo después de una discusión. A mí siempre me causaba ansiedad, miedo de que no volvieran a casa".
“Mi padre tenía un grupo de amigos de la universidad, y entre ellos había una chica llamada Miki. Recuerdo este nombre porque mi madre lo mencionó muchas veces en casa con ironía. Un día -yo tenía 15 años y mi madre estaba en el exterior-, mi padre nos llevó a mí y a mis hermanos a la casa de la tal Miki. Me sentí rara, y sobre todo pensé que estaba traicionando a mi madre. Mi hermano le preguntó a mi padre si tenía un romance con ella, pero él rehuyó la pregunta".
“Mi padre era muy dominante y nos criticaba todo el tiempo. Yo le doy a su conducta el nombre de ‘violencia de cuello blanco’. Él decía las cosas con calma, pero eran destructivas: la podían destrozar a una en un instante. Al mismo tiempo, sentía que era ‘el ojito derecho de mi padre’. Ahora entiendo que la actitud que tenía hacia mí era consecuencia de su mala relación con mi madre. Finalmente, mis padres se divorciaron cuando yo tenía 21 años. Mi madre nunca dijo de manera clara que mi padre le había sido infiel, pero hace dos años encontré a alguien de la familia que sencillamente lo soltó. Y dijo ‘cuando él tenía a esa americana, yo no permitía que viniera a casa’. A mi madre le dolió que yo me enterara, pero le dije que era preferible saber la verdad a vivir en medio de secretos".
“El modelo de pareja que vi en casa me influyó mucho. Cuando tengo novio, me resulta difícil confiar de verdad. Pero al mismo tiempo siento un deseo casi incontrolable de aferrarme a quienes me hieren. La combinación de dolor y amor es clara e intensa en mi caso. Me siento atraída hacia hombres que hacen daño y que no dan sensación de seguridad en absoluto. A fin de no resultar herida, he creado un modelo original y particular mío: me enamoro de ese tipo de hombres, pero me convierto en íntima amiga de ellos. De esa manera logro no resultar herida, por un lado, y por el otro satisfago mi enorme necesidad de estar cerca de personas de ese tipo. El precio que pago por ello es, naturalmente, que el amor que siento por ellos no cristaliza, no se convierte en una realidad”.
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