Campo
Al día de hoy no queda casi nada del campo.
Edward Dukes y Amir Mendel
Granjeros judíos muestran los frutos de su trabajo.

Un viaje al Campo del Reposo: el koljós judío perdido en las estepas de Ucrania

A comienzos del siglo XIX, judíos enviados por el zar crearon ocho colonias. Pero no ha quedado rastro del éxito ni de la visión de un futuro agrícola.

Edward Dukes - Adaptada por Beatriz Oberlander |
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¿Han oído hablar del Campo de Reposo? Si intentan buscarlo en el mapa, es probable que no encuentren nada. Pese al nombre que suena de alguna manera parecido a "kibutz", esa comunidad judía cercana a las estepas de Jersón –que hoy en día se encuentran en el sur de Ucrania- existió durante 150 años. Se trata de la primera colonia cooperativa agrícola judía de ese tipo en Rusia, también llamada “koljós judío”. “El Campo de Reposo” -tatarka, en ruso- fue creado en el año 1807. Era la época del zar Alejandro I, quien al subir al trono creó la “Comisión para mejorar la situación de los judíos”. En el año 1804 había modificado el “Reglamento de los judíos” (o la “Constitución de los judíos”), que establecía que los judíos eran responsables de todos los problemas económicos y sociales de Rusia occidental, y que era necesario modificar su situación con objeto de que la sociedad se protegiera de ellos. Como parte de la “Enmienda de los judíos”, se les prohibió tener tabernas, se les exigió que sus reuniones tuvieran lugar únicamente dentro de los límites del moshav (un área poco atractiva y restringida a la colonización judía), pero el zar dio un paso revolucionario y les entregó tierras a los judíos de la Gran Rusia, después de años en los cuales les estuvo prohibido tener tierras. Se trataba de zonas conquistadas a Turquía. El zar incluso decidió que había que enseñarles a los judíos el trabajo agrícola en lugar de que se dedicaran al comercio y a las tabernas, o, en la versión antisemita más conocida: “convertir a los judíos en personas productivas”.
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Granjeros judíos muestran los frutos de su trabajo.
(Oster Visual Documentation Center)
“Aquí descansaremos” Los judíos que aceptaron sumarse al emprendimiento recibieron tierras y la promesa de acceder a préstamos (que en la mayor parte no se concretaron), una exención de impuestos durante ciertas épocas, y el retraso por mucho tiempo de su reclutamiento en el Ejército. Pero el camino emprendido por los nuevos colonos no fue fácil. Viajaban en carros tirados por caballos desde los distritos de Moguilev y de Vitebsk, en Bielorrusia, un viaje que duraba cuatro y hasta cinco meses. Muchas personas enfermaron en el camino, y parte de ellas murieron. Pero otros no renunciaron al sueño de tener sus propias tierras, aun cuando en el camino perdieron la mayor parte de sus ahorros, como escribe en su blog Shaúl Dagán, quien investigó el tema. Se cuenta que cuando los primeros colonos llegaron al lugar, vieron un campo: “Aquí descansaremos”, se dijeron a sí mismos. Y le dieron el nombre de “Campo de Reposo” (seide menuja, en ídish). A la colonia se le dio el nombre de “Campo de Reposo Grande” tras la fundación del “Pequeño Campo de Reposo”. Según otra versión, presentada por la familia Simjoni (según el perfil familiar de Facebook, la tribu Simjoni), la colonia lleva el nombre de la nieta del primer rabino de Jabad, llamada Menuja (que en hebreo significa ‘reposo’). “Nos costó mucho conseguir semillas para la siembra” Para entender hasta qué punto los primeros pioneros del Campo de Reposo en efecto lo fueron, Akiva Ettinguer publica en su libro (Con granjeros judíos en la diáspora, de la Editorial Sifriat Poalim) una carta de un grupo de judíos que se dirigía a la colonia y que se conservó desde entonces: “Después de un viaje de cuatro meses, finalmente llegamos a Carmentsug, y de allí fuimos en carretas alquiladas por el gobierno al lugar que se nos había destinado. El gobierno nos dio una exigua asignación sólo para comida, y nada más. Cuando llegamos, cansados y extenuados agotados por el largo viaje, el frío, la mala alimentación y todo tipo de dificultades, vimos una estepa desolada y desierta. En ese estado tuvimos que construir viviendas temporales, a fin de tener un techo en esa zona expuesta y con fuertes vientos, que eran calurosos de día y fríos en las noches heladas. Muy poco después padecimos enfermedades, algunas de las cuales desconocíamos, y nuestra situación era desesperada".
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"En ocasiones solo conseguíamos semillas para moler".
(Oster Visual Documentation Center)
“Puesto que no estábamos acostumbrados a trabajar la tierra, y nos encontrábamos muy lejos de otras colonias de las que podíamos aprender, nos vimos obligados a contratar trabajadores y a pagarles 15 rublos por cada desiatina (unos 10 mil metros cuadrados) que cultivaran. Y lo peor fue que en lugar de la asignación diaria prometida -en total diez kopeks diarios por cabeza hasta la primera cosecha-, nos dieron solamente cinco kopeks, una cantidad menos que ínfima". “Por eso nos resultaba muy difícil conseguir semillas para sembrar y harina para hacer pan en la estepa que nos rodeaba. En ocasiones conseguíamos sólo semillas para moler y convertir en harina, aunque no teníamos dónde molerlas, por lo que tuvimos que triturarlas y cocinarlas así. Esa era nuestra situación en los primeros tiempos. Pasaron varios años difíciles hasta que algunos de nosotros pudimos ponernos en marcha. Fuimos unos pocos porque muchos que entraron en crisis y se fueron, y otros murieron”. El primer koljós judío millonario Al comienzo de la colonización había 60 familias que vivían en cuatro comunidades judías. Shaúl Dagán las enumera: Bobrobi-Kot, Sahiadek, Izraelibka (o, según el nombre hebreo, Iaazar) y el Campo Grande de Reposo. Tres años después se crearon cuatro colonias más: el Pequeño Campo de Reposo, Kaminka, El Buen Río Grande y El Buen Río Pequeño (en la actualidad llamado “Nagratov” en ucraniano).
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Solía haber un cementerio judío en el campo.
(Edward Dukes y Amir Mendel)
Las colonias contaban con una población de cientos de familias, que padecieron hambrunas y enfermedades como consecuencia del acoso de las autoridades locales. Pero después de la intervención de las fuerzas del zar a favor de la colonización judía, al cabo de varios años la población judía de las colonias llegó a 7.000 y siguió creciendo, e incluso obtuvo resultados impresionantes en agricultura. En la segunda década del siglo XX, toda la región se declaró zona judía-nacional, y allí funcionaban koljós judíos asistidos por el Agro-Joint. Los frutos del trabajo eran uno de los más altos de la Unión Soviética. A una de las colonias, a la que se dio el nombre de “El camino al socialismo” se convirtió en el primer koljós millonario de la Unión Soviética. Dos lápidas en fosas comunes La historia de los koljós judíos terminó trágicamente. El 16 de septiembre de 1941, los nazis y sus cómplices concentraron a los judíos del lugar en el tambo, los hicieron correr en grupos de 60 personas hasta el canal y allí les dispararon. Así fue la aniquilación sistemática nazi de toda la población judía que vivía en la zona, y que ascendía a 15.000 almas. A partir de entonces se vinieron abajo las colonias judías de las estepas de Jersón, y jamás volvió a haber vida allí. Ahora sólo quedan dos lápidas en fosas comunes, como recuerdo de los judíos del Campo de Reposo. Desde que era niño, siempre soñé con venir aquí. Mi abuelo, Akiva Tarkatirshetsik, estuvo al frente de uno de los koljós de la zona en la década de los años 20 del siglo pasado, y me contó muchas historias románticas sobre los tractoristas judíos que hablaban en ídish en las estepas de Jersón. Hace poco viajé allí con otras 11 personas, todos descendientes de Shimón Meizlin, quien inmigró a Israel en el año 1929, ya convertido en un agricultor sagaz. Cuatro generaciones de sus antepasados vivieron en el Campo de Reposo.
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Una placa en conmemoración a los judíos asesinados en el Holocausto.
(Edward Dukes y Amir Mendel)
Y parecería que tal como les fue difícil a nuestros antepasados encontrar reposo, también nosotros fuimos condenados en el siglo XXI a vuelos que no salen a tiempo y a todo tipo de obstáculos, dificultades y retrasos. Las carreteras no han cambiado mucho en los últimos 200 años. Nosotros viajamos por el camino “bueno”, y llegamos con dificultad al cabo de tres horas (en nuestro grupo había cuatro personas mayores de 80 años). No hay ningún rastro de los judíos En la entrada al Campo de Reposo pequeño nos esperaba Vladimir Zbudiani en su coche. Este maestro de Física e investigador entusiasta de historia escribió un libro sobre el Campo de Reposo, e incluso creó un museo en la escuela local. Para los descendientes de esos judíos que hacen un peregrinaje a sus raíces, es tradición sacarse fotos junto al cartel que está a la entrada de la aldea, escrito en letras cirílicas. Pero esa tradición se cortó de raíz después de que personas malvadas arrancaran el histórico cartel. En la bucólica aldea en la que no queda siquiera un recuerdo de los judíos, nos recibieron algunas vacas rojas, y junto a la abandonada casa judía del siglo XIX a orillas del río, encontramos una gran cantidad de cannabis que crecía en forma natural. A mediodía viajamos al Campo de Reposo Grande, ahora llamado Kalinovskoia. En el museo local hay una foto muy especial, en la que figura un destacado miembro del Partido Comunista, Mijail Kalinin, pronunciando un discurso parado sobre un carromato tirado por caballos en medio de campesinos judíos. Estos quedaron tan impresionados por el gesto que le cambiaron el nombre al koljós y lo llamaron Kalinindorf. Y después de que el Ejército Rojo liberara la zona de los nazis, en el año 1944, se cambió el nombre del pueblo, llamado ahora Kaliniskoia. En el año 2016, como parte del desmantelamiento del comunismo por parte del gobierno, las autoridades cambiaron el nombre del lugar a Kalinovskoia, sin rastro de judíos ni de Kalinin.
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