Avner Shabetai (segundo de la izquierda de niño)

Salir del armario en el kibutz

El kibutz se considera una comunidad liberal, pero en la que al mismo tiempo es difícil ser diferente. ¿Cómo afrontó el kibutz la cuestión de los homosexuales, las lesbianas y la salida del armario?

Nili Levin |
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“La sensación fue siempre que uno tenía que jugar al fútbol y hacer el servicio militar en una unidad de combate”, dice alguien que se crió en un kibutz. Por otro lado, hay LGBT que cuentan que se sintieron aceptados y apoyados, incluso en la década del ‘80. Actualmente viven allí parejas de homosexuales, “e incluso se podría organizar una marcha de orgullo gay”
“Mi recuerdo más antiguo como homosexual data de la edad de cinco años. En el comedor comunitario había una sección de quesos y mermeladas. Un día, un niño que no había nacido en el kibutz sino que venía de fuera y se llamaba Ofir, era de origen marroquí y muy guapo, probó la mermelada con la cuchara que utilizaban todos para servirse. Recuerdo haber dicho ‘papá, quiero la misma mermelada que come Ofir”.
Quien recuerda esto es Avner Shabetai, que se crió en el kibutz Parod. Ahora tiene 36 años, pero a la edad de cinco no entendió el significado de lo que estaba sintiendo. “Yo no jugaba al fútbol con mis amigos, y nunca me saqué un carnet para conducir un tractor. Cuando empezamos a mirar porno, en 8º grado, no entendí muy bien de qué iba la cosa. Cuando estaba en el grado 11º me di cuenta de que yo sencillamente era diferente, pero no se lo podía contar a nadie. Sólo cuando terminé el servicio militar, inicié el proceso de salir del armario”.
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Avner Shabetai (segundo de la izquierda de niño)
Avner Shabetai (segundo de la izquierda de niño)
Avner Shabetai (segundo de la izquierda de niño)
(Cortesía)
Salir del armario es para todos un proceso emocional complejo. Pero, ¿qué sucede cuando uno se da cuenta de todo esto en una comunidad relativamente cerrada y muy homogénea, en un lugar pequeño en el que todos conocen a todos? ¿Cómo es la vivencia de salir del armario entre las paredes del kibutz?
“La dificultad era más bien interior. El kibutz lo incorporó bastante rápido”, comenta Shabetai. Al principio temía la reacción de la familia: “Se lo conté a mi hermano mayor, pero no fui capaz de decírselo a mis padres; tenía miedo de su reacción. No sólo por lo que yo les revelaba, sino por lo que ellos sentirían frente a todo el kibutz por tener un hijo homosexual”. Finalmente fueron sus padres quienes dieron el primer paso. Fue en el año 2005, y Shabetai tenía 22 años. “Cuando les conté, ellos no lloraron pero yo sí. Les dije que había temido decepcionarlos, y la verdad es que ellos lo aceptaron. Para ellos no fue una sorpresa. Dijeron que no se alegraban, pero que no los entristecía demasiado”.
“Decidí dar a conocer que yo era homosexual por medio de una chica que trabajaba conmigo en la piscina. Ella vendía helados, era responsable de la entrada a la piscina y la más chismosa del kibutz. Por eso decidí contárselo a ella, y una semana después lo sabía todo el kibutz”
Después de haber dado ese paso con los padres, a Shabetai le quedaba hacérselo saber al resto del kibutz. Las conversaciones de uno en uno lo cansaron muy pronto, por lo que encontró una solución más efectiva: “En esa época yo trabajaba como salvavidas en la piscina del kibutz. Y el salvavidas de un kibutz no podía ser homosexual, sino que se suponía que era un joven guapo del que todas las chicas se enamoraban. Y decidí difundirlo a través de una chica que trabajaba conmigo. Ella vendía helados, era responsable de la entrada a la piscina de personas que venían de fuera y también la más chismosa del kibutz. Por eso decidí contárselo a ella, y una semana después lo sabía todo el kibutz”.
Ahora, cuando va de visita al kibutz con su compañero, siente que las cosas han cambiado. “Después de que salir yo del armario, salieron otros dos miembros del kibutz. Y actualmente vive allí una pareja gay, y ambos son muy queridos. Por pequeño que sea mi kibutz, y aunque está alejado de las grandes ciudades, la aceptación allí es maravillosa. Hasta se podría hacer una marcha de orgullo gay en el kibutz Parod”.
Pregunta: ¿No tuvo la sensación de que el kibutz dificultó su salida del armario?
Respuesta: “Yo no tenía una imagen o un personaje con los que podía identificarme. En el kibutz había un homosexual adulto, de quien sabíamos que viajaba a Suecia para ir a bailar. Y eso es más o menos todo lo que yo sabía. Pero no se hablaba de ello. El hecho de que no hubiera personas con las que identificarme, tal vez retrasó mi salida del armario. Pero si me pregunta si estoy satisfecho con la edad a la que salí del armario, le diría que sí, que me alegro de que no haya sido antes. Cuando se lo conté a la gente, yo era más maduro, y estaba mejor preparado para hablar de mi identidad sexual. Ahora veo que muchos jóvenes salen del armario a los 15 años. Bravo por la valentía, pero no sé cómo se hace eso. Ellos ni siquiera han experimentado todavía lo que es norma. A mí no me habría venido bien hacerlo a esa edad”.
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Avner Shabetai en la actualidad
Avner Shabetai en la actualidad
Avner Shabetai en la actualidad
(Cortesía)
“Lo difícil de salir del armario no fue reconocer que prefiero tener relaciones con hombres, sino el hecho de que esa conversación implicaba hablar de cómo eran las relaciones sexuales. Fue un poco raro y embarazoso hablar de eso con mis padres y con otras personas adultas del kibutz. De repente uno tenía que explicarle a la madre y a las tías qué hace en la cama y cómo. Aunque no se entre en detalles, de todos modos…
“Tengo otras críticas respecto al kibutz, pero no en relación con esto. Pienso que mi kibutz hoy en día es capaz de afrontar el hecho de que salga del armario un chico de 14 años; ellos van a saber cómo asumirlo. Y también sabrán asumir cosas como un cambio de género. Estamos en otra época”.
El armario transparente
Efectivamente, las cosas han cambiado. Ya lo creo que han cambiado. Si pensamos en cómo eran varias décadas atrás, nos damos cuenta que se trata de una especie de revolución. En la década del ’40, por ejemplo, era un secreto aun cuando se supiera. “La politización de la comunidad gay comenzó a mediados de la década del ’70”, explica Dotan Brom, de la Universidad de Haifa. Los israelíes que habían definido su identidad sexual antes, consideraban que mantener la privacidad era lo mejor para los homosexuales, y que eso los protegía”, sostiene Brom.
Brom, miembro de un foro que investiga a los LGBT en el kibutz y en las localidades que se construyeron antes de la fundación del Estado de Israel, se dedica a la historia y está escribiendo una tesis sobre el caso de Guiora Manor, homosexual e intelectual que se dedicó al teatro y al ballet, y vivió en el kibutz Mishmar Haemek desde 1939 hasta su muerte en el 2005.
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Guiora Manor, 1983
Guiora Manor, 1983
Guiora Manor, 1983
(Boaz Lanir, archivo del Kibutz Haartsí (la asociación de los kibutz del movimiento sionista socialista) Iad Iaari)
“He escrito sobre su relación con el kibutz y acerca de la actitud del kibutz hacia él como homosexual”, cuenta Brom. Según el investigador, en esa relación había una contradicción: “Por un lado, había una actitud negativa respecto de la homosexualidad. Y aunque se sabía, tenía un precio. Y por otro lado, en un marco como el kibutz es imposible guardar un secreto como éste, y la comunidad intenta aceptarlo como mejor puede”.
¿Cómo se soluciona esta contradicción? En opinión de Brom, por medio del “secreto a voces”. Él lo denomina “armario transparente”. Se sabía que Manor era homosexual, pero había un código que pasaba por el chisme aunque no en forma pública. Ni en charlas que tenían lugar en el kibutz, ni en los “sketch” de Purim, el Carnaval judío. Por otro lado, el mismo Guiora Manor jugó ese juego y se aseguró de que hubiera cierta ambigüedad. Él no salió del armario públicamente hasta 1996, cuando ya tenía 70 años”.
Brom cree que Manor y otras personas en la misma situación que él adoptaron cierto código. “En el kibutz como grupo social hay una presión muy fuerte para ser como todos y para actuar según las normas. Los homosexuales en realidad querían pasar por heterosexuales. No sólo por razones de supervivencia, sino porque en su identidad homosexual se había incorporado que lo correcto era ser un miembro normal del kibutz, y no destacar”.
“Yo estoy aquí, y punto”
El cambio comenzó probablemente en la década del ’70, pero las cosas aún estaban lejos de las marchas de orgullo gay y de las asociaciones de jóvenes LGBT. Nurit Barkai, del kibutz Rosh Hanikrá, puede hablar dar fe de esto. Barkai, de 66 años, salió del armario entre finales de la década del ’70 y principios de los años ’80. Cuando cayó en la cuenta, ya estaba casada con un hombre y era madre de un hijo.
“Nací en el kibutz, me casé en el kibutz, di a luz en el kibutz, me divorcié en el kibutz y salí del armario en el kibutz”, cuenta. “Tuve una época heterosexual: toda la infancia y juventud. Entonces no se pensaba en saber ‘quién soy’. Pienso que siempre supe que era lesbiana, pero ni siquiera me lo decía a mí misma. No había palabras para ello”.
Fue consciente de su identidad sexual –cada vez con mayor claridad– por su militancia en el movimiento feminista: “Eso maduró cuando ya estaba casada, y mi hijo tenía unos 8 o 9 años. Entonces se produjo el cambio. Un día me bajó la ficha. Me divorcié y salí del armario. En esa época tenía una pareja mujer, y en el kibutz no se puede estar en el armario demasiado tiempo. Tampoco me podía ganar la vida fuera del kibutz. Y sentí que estaba obligada a elegir. Me llevó varios años hacerlo”.
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Sarit Uziel: “Yo me quedo aquí, y la comunidad aprenderá a aceptar a quien es diferente”
Sarit Uziel: “Yo me quedo aquí, y la comunidad aprenderá a aceptar a quien es diferente”
Sarit Uziel: “Yo me quedo aquí, y la comunidad aprenderá a aceptar a quien es diferente”
(Sarit Uziel y Nurit Barkai)
En esa época era maestra de escuela. “En realidad, todo fue más fácil de lo que había pensado. Al principio me dio miedo porque en el kibutz eso significaba estar expuesta al mismo tiempo ante mi familia y ante mi comunidad. Y en el kibutz, cuando una o dos personas lo saben, enseguida lo saben todos. Para el kibutz era una historia interesante. En esa época se consideraba un acontecimiento, pero no recuerdo haber tenido la vivencia de que me excluían, me rechazaban o me aislaban”.
“Yo estoy muy ligada a mi kibutz desde que tengo uso de razón. Formo parte de una comunidad, y participo en sus actividades, comisiones y trabajos. Y no quería ser falsa. En cierto momento tuve miedo de que me hicieran la cruz. En el kibutz es muy fácil hacerle la cruz a alguien, pero eso no sucedió. Pienso que, además, se notaba que yo estaba cómoda y a gusto con la situación. Mi feminismo era muy radical, hice ondear muchas banderas. Pero no hacía un espectáculo del lesbianismo; quiero decir que no me besaba con mi pareja en medio del comedor comunitario”.
“La palabra ‘lesbiana’ no aparecía entonces en ningún lugar: ni en los diarios ni en las películas… Tuve que encontrar por mí misma la definición de quién soy. Dar con las palabras. Y después encontrar a alguien con quien hablar de ello. Llevó mucho tiempo. Pienso que si sucediera ahora, en el siglo XXI, yo formaría parte de las organizaciones de juventud LGBT”
P.: Usted describe una vivencia que no suena para nada traumática.
R.: “Para mí no lo fue. Creo que para mis padres fue mucho más duro. La parte difícil para mí fue elegir y decidir: decirme a mí misma ‘esta soy yo, y aquí me quedo. Y seguiré viviendo como hasta hoy’. Por suerte, en el kibutz se recibió todo esto con apertura y sentido de la amistad. Más sentido de la amistad que apertura. Eso no se refería a todo lo que soy yo, y no se superaron enseguida todos los estereotipos sobre el lesbianismo, que eran muy poderosos a principios de la década del ’80, dado que la gente no conocía personas lesbianas ni homosexuales. Pero no tengo la sensación de que me hayan quedado cicatrices. Por el contrario, alabo a mi comunidad y a mi familia por su actitud a mi salida del armario. Y por supuesto a mi hijo, que entonces era un niño. No fue fácil”.
P.: ¿Piensa que su salida del armario relativamente tardía está relacionada con la vida en el kibutz, o con la época en la que sucedió?
R.: “Fue más la época. Y también el hecho de que mi kibutz está alejado de las grandes ciudades, de la vida cultural y social en la que se ve ese fenómeno de cerca. En esa época no se veía la palabra ‘lesbiana’ por ningún lado: ni en los diarios ni en las películas… Tuve que encontrar por mí misma la definición de quién soy, dar con las palabras. Y después encontrar a alguien con quien hablar de ello. Por eso llevó tanto tiempo. Pienso que si sucediera ahora, en el siglo XXI, yo formaría parte de las organizaciones de juventud LGBT. Actualmente, en el Consejo Regional hay actividades oficiales de y para jóvenes LGBT”.
Barkai, que tiene hace mucho tiempo una relación de pareja con una mujer del kibutz Shaar Haamakim, dice que en el kibutz de ahora hay una gran apertura: “El fenómeno de familias gays está mucho más presente ahora en el kibutz. Por ejemplo, en el nuestro hay dos parejas de lesbianas. El kibutz se ha vuelto muy abierto porque no es un gueto, sino que está influenciado por lo que sucede en Israel y en el mundo. En el mundo hay una gran apertura al respecto en los últimos quince o veinte años, y la comunidad LTBG está muy presente, por lo que llegó asimismo al kibutz”.
Para Barkai, la decisión de quedarse en el kibutz fue también una declaración de principios. “Los kibutz fueron algo nuevo e innovador cuando se fundaron, y como toda comunidad nueva creó sus propios estándares. Allí el estándar era no ser diferente, y por supuesto no ser lesbiana ni homosexual. Yo siempre fui muy activista, y el hecho de ser diferente para mí no quería decir que me iban a sacar de aquí, que el estándar seguiría siendo la uniformidad. Parte del cambio consiste en ser lesbiana, y seguir viviendo en una comunidad heterosexual. El kibutz sigue siendo una comunidad heterosexual, aun cuando permite más diversidad que antes. El kibutz de ahora fortaleció a la familia; no la debilitó. Tengo la sensación de que esto forma parte de mi misión en la vida: yo me quedo aquí, y la comunidad aprenderá a aceptar a quien es diferente. Yo estoy aquí, y punto. Aprendan a vivir con esto. Afortunadamente, no les resultó difícil vivir con esto”.
Los kibutz fueron algo nuevo e innovador cuando se fundaron, y como toda comunidad nueva creó sus propios estándares. Allí el estándar era no ser diferente, y por supuesto no ser lesbiana ni homosexual.
Lesbianas en el kibutz, trans en las ciudades
En efecto, todo indica que el kibutz en verdad aprendió a vivir con esto. La doctora Guili Hortal lleva a cabo actualmente un amplio estudio sobre mujeres no heterosexuales que viven lejos de las grandes ciudades. Y cuenta que descubrió que hoy en día la mayoría de las lesbianas que viven en “la periferia” –o sea, lejos de las grandes ciudades– se encuentran en el kibutz. Y no en ciudades, del tamaño que sean. “Ahora mismo no sé por qué sucede esto. Supongo que el kibutz es un espacio mucho más cómodo para las mujeres desde el punto de vista económico y social. Esto es así en lo que respecta a las lesbianas. Pero en cambio he visto mujeres trans sólo en ciudades”.
Hortal también es miembro del foro para la investigación de LGBT en el kibutz, que dirigen las catedráticas Silvia Foguel Bizaui y Amit Kama. “No hay duda de que el espacio del kibutz es muy diferente al de las localidades alejadas de las grandes ciudades en Estados Unidos, y por supuesto de las praderas de Australia. La vivencia de ser LGBT en el kibutz es específica de Israel, por lo que es todo un tema”. Así explica Hortal el motivo por el cual actualmente hay veinte investigadores dedicados al tema.
A la pregunta acerca de si se puede distinguir entre salir del armario en el kibutz o en otros lugares de la “periferia”, responde que no hay una respuesta única. “¿Es más fácil o más difícil? Imposible responder a eso. Depende de muchos factores. No sólo del kibutz, sino también de los padres, del carácter de la persona, de la familia y otros”.
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La mayoría de las lesbianas de la periferia prefieren vivir en un kibutz.
La mayoría de las lesbianas de la periferia prefieren vivir en un kibutz.
La mayoría de las lesbianas de la periferia prefieren vivir en un kibutz.
(Amit Magal)
Hortal cuenta que descubrió que hay muchas más lesbianas en la “periferia” del norte que en la del sur. Pero Tali Levinsky, de 38 años y miembro del kibutz Ifat, dice que para ella aún es notoria la ausencia de LGBT en los kibutz. “Pienso que estas comunidades en efecto son abiertas y aceptan bastante al que es diferente. Aquí todos saben que soy lesbiana; no es ningún secreto. No me siento incómoda en ese sentido, pero sí una excepción. Porque ahora mismo en el kibutz no hay muchos LGBT. Esto es lo que más echo en falta aquí”, dice.
Levinsky salió del armario cuando tenía 25 años y vivía en Tel Aviv. “Empecé a darme cuenta cuando hacía el servicio militar. Me llevó varios años aceptarme a mí misma, y a dar pasos en ese sentido. Fue un proceso, pero del que no se hablaba. Casi no conocí gente de la comunidad LGBT. No era como hoy, que la gente ya se esconde mucho menos en el armario”.
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"El kibutz es abierto y acepta bastante al que es diferente, pero todavía me siento una excepción"
"El kibutz es abierto y acepta bastante al que es diferente, pero todavía me siento una excepción"
"El kibutz es abierto y acepta bastante al que es diferente, pero todavía me siento una excepción"
(Tali Levinsky)
P.: ¿Había en esa época LGBT declarados en el kibutz?
R.: “Recuerdo sólo una mujer. Ahora hay más. Pero no había nadie que me pudiera guiar. Tal vez fuera así porque me llevó tiempo abrirme y aceptarme a mí misma, y a entender que no es terrible. Cuando no se conoce a nadie en la misma situación que una, da mucho más miedo y es más amenazador. El kibutz es una comunidad pequeña y cerrada, y una no quiere ser diferente. Puede ser que ése también fuera el motivo por el que me negaba a reconocer que yo era distinta de mis compañeras de clase en el colegio. Una quiere ser como todos. Puede ser que el hecho de negarlo tuviera que ver en parte con eso”.
"El kibutz es una comunidad pequeña y cerrada, y una no quiere ser diferente. Puede ser que ése también fuera el motivo por el que me negaba a reconocer que yo era distinta de mis compañeras de clase en el colegio. Una quiere ser como todos"
Levinsky vivió mucho tiempo en Tel Aviv, y hace algunos años regresó a su kibutz Ifat, sobre todo porque quería tener un hijo y criarlo cerca de su madre. Ahora está en pleno embarazo. “Ya no es el kibutz de otras épocas. Tuve parejas mujeres a las que traje al kibutz, y no había ningún problema en pasearme con ellas por los senderos de la comunidad. Pero no es como Tel Aviv, donde la gente está acostumbrada a ver parejas del mismo sexo que se pasean tomadas de la mano. Supongo que si lo hiciera aquí, me mirarían mucho más”.
“El Ejército era más abierto que el kibutz”
Sí, el kibutz y el mundo en general han cambiado mucho en relación a los LGBT. Pero a comienzos de este siglo la vida era difícil para todo el que fuera un poco diferente. Para Amit Levin (revelación: hermano de esta reportera), ser diferente era amenazador. “Había la sensación de que querían que jugaras al fútbol y que estuvieras fuera de tu casa, mientras que a mí me gustaba estar dentro dibujando y viendo dibujos animados”, dice con una sonrisa. “Le hacen sentir a uno que está fuera de la norma, que es una excepción. Después llega la adolescencia y uno empieza a mirar chicos, y entonces te agarras la cabeza y dices ‘¡oh, no, estoy realmente fuera de la norma, soy diferente!’ No es que el kibutz sea una comunidad homofóbica, sino que se trata más bien del ‘qué dirán los vecinos’”.
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“En el Ejército te das cuenta que la cosa no es tan terrible”
“En el Ejército te das cuenta que la cosa no es tan terrible”
“En el Ejército te das cuenta que la cosa no es tan terrible”
(Amit Levin)
Amit tiene ahora 31 años. Pasó casi una década desde que salió del armario. Y también él, al igual que Tali Levinsky, salió del armario después de irse del kibutz. “Cuando vivía en el kibutz, no había allí homosexuales ni lesbianas, pero no era un entorno homofóbico. Dicho esto, hasta ahora no sé en qué medida aceptarían parejas gays. Es cierto que el kibutz es liberal, pero yo sentía que era una comunidad extremadamente homogénea. Las personas se parecen mucho unas a otras. Todos son miembros de los mismos movimientos juveniles. Todos aspiran a aprobar los exámenes de bachillerato. Todos los varones aspiran a alistarse en unidades de combate en el servicio militar obligatorio. Y todos aspiran a ser heterosexuales, y finalmente a casarse y tener hijos. Cuando uno se siente atraído por personas del mismo sexo, es como un clavo en una rueda. Tiene un efecto negativo en ese ideal al que aspira la comunidad. Entonces uno lo reprime y lo niega, y eso no es bueno para la salud mental. Es posible que si uno se hubiera criado en un entorno urbano, en una ciudad, las cosas habrían sido diferentes. Eso es al menos lo que sentí cuando era adolescente”.
P.: ¿Y en el ejército?
R.: “En el ejército es un poco diferente. El ejército es ‘un crisol de diásporas’; hay de todo. Cuando hice el servicio militar, en mi grupo había homosexuales, por ejemplo. Y entonces uno ve que la cosa no es tan terrible. El ejército es supuestamente lo más homogéneo que existe y todos se ven iguales con el uniforme, pero es precisamente en el entorno militar, que se supone que es machista y descalifica la homosexualidad, que ocurre justo lo contrario: es más abierto. Quizás porque parecería que al ejército realmente no le importa. En este sentido, fue más liberador que el kibutz”.
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