Inbal Faran Perach: "Mirar la prostitución solo como un fenomeno de víctima y victimario resulta superficial".
Yaela Lahav-Raz: "Si hay una característica de la prostitución, es el silencio".
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Inbal Faran Perach: “Para todos ellos el consumo de prostitución era secreto y contarlo una confesión”

¿Por qué los hombres israelíes consumen prostitución?

Decenas de estudios se dedicaron al tema de la prostitución. Sin embargo, casi nadie se preocupó por preguntarse quiénes son los clientes. Cuáles son sus motivaciones, qué historias se inventan a sí mismos, con quién comparten sus experiencias y cómo empezaron a hacerlo. Tres mujeres eligieron sumergirse, cada una a su manera, en el mundo de los consumidores de prostitución.

Or Soffer - Adaptado por Adrián Olstein |
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Sobre un sofá con olor a humedad, en un pequeño departamento de Haifa, hay sentadas tres mujeres. Dos de ellas son trabajadoras sexuales que necesitan atención médica. La tercera es la enfermera que llegó al lugar para asistirlas. Un cliente entra al apartamento. Intercambia algunas palabras con el proxeneta. El proxeneta se ríe y dice:
“¿Escuchaste?”, y mira a la enfermera. “Te eligió a ti. ¿Qué opinas?”.
La enfermera, Inbal Faran Perach, de 41 años, del kibbutz Hanaton, en el norte de Israel, levanta la mirada. Lleva años trabajando en una clínica móvil en el marco de un programa del Ministerio de Salud y brinda servicios médicos y sociales a trabajadoras sexuales. Todas las noches circula por los burdeles del norte, brindando primeros auxilios a las mujeres que los requieren. Su trabajo la había puesto muchas veces frente a los ojos de un consumidor de prostitución. Sin embargo, de alguna forma, ésa era la primera vez.
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Inbal Faran Perach: “Para todos ellos el consumo de prostitución era secreto y contarlo una confesión”
Inbal Faran Perach: “Para todos ellos el consumo de prostitución era secreto y contarlo una confesión”
Inbal Faran Perach: “Para todos ellos el consumo de prostitución era secreto y contarlo una confesión”
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"En mi trabajo en el móvil me concentro sólo en las mujeres. Únicamente las miro a ellas. Les quito algo de su invisibilidad. Y a todos los demás –clientes, proxenetas– los borro del mapa. Para hacer bien mi trabajo, decidí marcar una línea. Sólo me concentro en la persona a quien debo cuidar. Por lo tanto, nunca expresé mis opiniones acerca de los consumidores de prostitución. Por qué lo hacen, qué historias se inventan a sí mismos, cómo se sienten mientras lo hacen, cómo se sienten cuando se van, a quién le cuentan que estuvieron allí y cuándo fue su primera vez. Nunca opiné al respecto, hasta esa noche”, cuenta.
“Yo estaba ahí sentada, vestida de pies a cabeza, con una camiseta con el logo del Ministerio de Salud, y sin embargo esa persona no notó la diferencia. A sus ojos sólo había una mujer más de entre la variedad que se le ofrecía, y me eligió a mí tal como se elige un producto de una estantería. Y allí lo decidí: `si él no me ve a mí, yo a él sí´", explica la enfermera.
Esa noche fue el punto de partida de un extraordinario estudio cualitativo realizado por Faran Perach en el marco de sus estudios de maestría en el Departamento de Género de la Universidad Bar Ilan. Su investigación, denominada "Experiencia del usuario", ofrece una mirada en profundidad al mundo interior de los hombres que consumen prostitución. Es un estudio que busca escuchar la versión del cliente, ver su lado humano y comprender su vulnerabilidad.
Si bien la prostitución es un terreno fértil para los trabajos académicos, pocos investigadores centraron su atención en el punto de vista del consumidor, y entre ellos, pocos se molestaron en hablar directamente con los protagonistas. Faran Perach fue una de las primeras. Publicó en internet una convocatoria abierta a una entrevista para personas que consumen sexo de cualquier tipo y abrió para tal fin una dirección de correo electrónico. Difundió la invitación por todas partes, desde grupos de reservistas en Facebook, pasando por foros de sexo y hasta grupos de amigos de WhatsApp. Cerca de 30 hombres la contactaron. Todos querían hablar.
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Inbal Faran Perach, enfermera de un programa estatal de asistencia a trabajadoras sexuales.
Inbal Faran Perach, enfermera de un programa estatal de asistencia a trabajadoras sexuales.
Inbal Faran Perach, enfermera de un programa estatal de asistencia a trabajadoras sexuales.
“Finalmente, 14 entrevistados ingresaron al estudio. Hablé con cada uno de ellos durante una hora y media, una conversación profunda y difícil. Fue una entrevista abierta. No se me ocurrió una pregunta específica como '¿Por qué haces esto?', sólo quería escuchar la cronología de los hechos. Comencé la entrevista preguntando sobre su primera vez y a partir de allí que siga para donde fuera. Los hombres que eligieron contar es porque hicieron algún proceso interno. Nadie los obligó. Para todos ellos el consumo de prostitución era secreto y contármelo a mí era un poco una confesión”, detalla.
–Eres una mujer feminista que se gana la vida atendiendo a víctimas de la prostitución. ¿Por qué dar voz a los clientes?
–Esa noche, cuando la línea que yo había marcado se rompió, y me atreví a mirar alrededor, me di cuenta de que estaba ante un escenario con muchas bajas. Mirar la prostitución sólo como un fenómeno de víctima y victimario resulta superficial. Mi investigación me obliga a ver un poco más allá. Sentí que tenía que mostrarle al mundo una imagen un poco más compleja, no de buenos y malos.
Junto con el enojo, desarrollé por estos hombres mucha compasión. Cuando una persona guarda un secreto, todo en su vida se ensucia con ese secreto. Los consumidores de prostitución, al igual que las trabajadoras sexuales, e incluso yo, en mi rol como enfermera, hacemos una especie de desconexión de ese consumo. Esta desconexión nunca es natural, y si una persona busca desconectarse es porque algo le pasa. Muchas veces escucho a las mujeres a las que atiendo decir frases como “por momentos me siento más psicóloga que prostituta”. En última instancia, si queremos erradicar la prostitución ellos son nuestros socios.
El estudio de Fern Perah encontró dos motivos principales por los que los hombres consumían prostitución. El primero es el miedo al cortejo y a la comunicación con las mujeres. La prostitución proporciona un "atajo" para lograr intimidad con personas del sexo opuesto, permite omitir la parte de iniciar un diálogo, seducir, comunicarse, abrirse.
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Inbal Faran Perach: "Mirar la prostitución solo como un fenomeno de víctima y victimario resulta superficial".
Inbal Faran Perach: "Mirar la prostitución solo como un fenomeno de víctima y victimario resulta superficial".
Inbal Faran Perach: "Mirar la prostitución solo como un fenomeno de víctima y victimario resulta superficial".
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“Recibí esta explicación en diferentes proporciones y de distintas formas por parte de todos los entrevistados. El conocimiento que se les exige a los hombres y que nosotras percibimos como obvio –cómo hablar con mujeres, cómo hacer contacto– es algo que les resultó tan difícil que optaron por pagar 200 shekels para acortar el camino y evitar el momento del cortejo. De hecho, la dificultad proviene de sentimientos de inferioridad, de la sensación de que no cumplen con el modelo de masculinidad aceptado. No logran hacer lo que se espera que hagan como hombres. Escuché declaraciones del tipo: 'No soy lo suficientemente alto', 'No soy lo suficientemente fuerte', 'No soy lindo', 'No soy lo suficientemente macho alfa'. Son todas afirmaciones que provienen de una concepción dicotómica entre lo masculino y lo femenino: lo que debe hacer una mujer y lo que debe hacer un hombre. También hay quienes logran ver que hay algo extraño en todo eso y dicen `yo no pienso así, pero tengo que jugar el juego porque así funciona el mundo'”, explica Faran Perach.
La segunda razón que encontró la investigadora fue la necesidad de satisfacer una de las necesidades más básicas de los seres humanos: amor. "Que alguien me vea, que alguien me quiera. Buscan un lugar donde puedan expresarse sexualmente y aprender a comportarse en situaciones sexuales con mujeres. Junto con eso existe una búsqueda de calidez, contención, intimidad. Y lo hacen a través de un servicio de prostitución particular denominado `Experiencia de noviazgo´ (GFE, por sus siglas en inglés)", añade la investigadora.
El GFE –girlfirend experience– es un concepto acuñado por los consumidores de prostitución en los foros de Internet. Describe la expectativa de quien consume servicios de prostitución con la intención de simular una relación amorosa: que tenga afecto, cariño, que el sexo sea más diverso, que progrese lentamente y que incluya prácticas sexuales que no son típicas de la prostitución "normal". En algunos foros los clientes de prostitución califican a las mujeres de acuerdo con una serie de parámetros como apariencia, desempeño sexual, precio o limpieza.
“Hasta que nació este término, los servicios de prostitución eran muy claros: un hombre viene, paga, tiene sexo, eyacula y se va a su casa. Este concepto amplió los términos del contrato. Surgió una expectativa más exigente respecto del rol de la mujer en la prostitución: que no estaría contando los minutos, que expresaría cariño y que se esforzaría por ofrecer una grata experiencia. Ya no se trata solo de un servicio sexual, se trata también de juegos de pareja. Este concepto puede generar disgusto. Pero una vez pasado el asco, es importante entender que se trata de un concepto muy significativo. ¿Qué es lo que buscan exactamente? Algo muy humano: calidez, amor, romance. Lo buscan en el lugar equivocado y pagan dinero por ello”, sostiene Faran Perach.
Junto a estas dos razones, en las entrevistas surgieron muchas historias que abordaron las situaciones de vulnerabilidad de los hombres en el consumo de prostitución. Algunos hablaron de violencia doméstica, abuso sexual en la niñez y adolescencia, experiencias traumáticas y rechazos repetidos. Ellos mismos vincularon estas experiencias al consumo de prostitución, a una búsqueda que parte de la carencia.
–¿Qué historias se inventan a sí mismos los hombres para justificarse? ¿Cómo ven a las prostitutas?
–En esto no hay una sola respuesta. El mismo entrevistado a veces dice “vengo acá a masturbarme dentro de una mujer”, y un minuto después afirma que puede ver la angustia que tienen estas mujeres y diez minutos después que está enamorado de una de ellas. Escuché este tipo de contradicciones todo el tiempo. Uno de los entrevistados, un hombre que trabaja en educación, casado y con hijos, me dijo: “si un día hay una manifestación contra el consumo de prostitución debajo de mi casa, yo me voy a sumar”.
–¿En qué nivel la plata juega un rol en todo esto?
–Me sorprendió descubrir cuán impersonal es el dinero para ellos. El dinero es sólo un atajo para muchas cosas. Si quiero ver una película y no moverme del sofá, pago Netflix. En la prostitución es lo mismo. Ninguno de ellos consumió sólo cierto tipo de prostitución. Todos tuvieron experiencias de cinco dólares con prostitución callejera o de 250 dólares en apartamentos exclusivos. La decisión acerca de qué tipo de prostitución van a consumir hoy no tiene nada que ver con la mujer en sí misma ni el servicio que brinda, sino con los sentimientos con que se levantó la persona esa mañana: “¿Cuánto me quiero hoy?”, “¿Cuánto me valoro hoy?”, “¿Estoy feliz o triste?”. La cuestión del dinero refleja mi experiencia interior hacia mí mismo, y esa experiencia cambia todos los días. Otra pregunta que cambia la respuesta es “¿Qué necesito en este momento? ¿Alguien que me quiera y me escuche? ¿O alguien para acabar adentro?”.
–Se parece a la experiencia de comer en un restaurante importante o comer un falafel en un puesto en la calle.
–Exactamente. El monto del pago está de acuerdo con el deseo en ese momento, y el deseo cambia.
¿Eres consumidor de prostitución? Teléfono para tí.
En 2017, cuando Faran Perach todavía estaba trabajando en su tesis, se abrió la primera John School en Israel, una escuela para consumidores de prostitución. No se trata de una escuela en el sentido físico de la palabra, sino de una página de Facebook que invita a los clientes de prostitución a llamar por teléfono y hablar sobre su consumo. Para el común de la gente, puede parecer una idea disparatada. Para Idit Harel Shemesh, de 50 años, la creadora de la escuela y también la mujer detrás del teléfono que pasó horas y horas hablando con hombres que consumen sexo pago, la apertura de John School fue sólo un hito más en su larga lucha contra la prostitución.
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Idit Harel Shemesh, creadora de la "John School" en Israel.
Idit Harel Shemesh, creadora de la "John School" en Israel.
Idit Harel Shemesh, creadora de la "John School" en Israel.
(Sharon Adler)
“Durante diez años, dirigí una asociación para generar conciencia sobre la lucha contra la prostitución en Israel. Todas mis actividades consistieron en educar y sembrar conciencia sobre qué es la prostitución, cómo se llega a ella, qué le pasa a la mujer que se dedica al trabajo sexual y al hombre que consume sus servicios. Desafortunadamente, los consumidores de prostitución están alrededor nuestro y, aunque decidimos negarlo, los conocemos: amigos, familiares, compañeros de trabajo. No llevan una etiqueta que los identifique. No tienen edad, religión, estatus socioeconómico o un trabajo en particular. Todos son consumidores de prostitución o, mejor dicho, todos son potenciales consumidores. Creo firmemente en educar y denunciar la legitimidad que hoy tiene la `necesidad´ de la prostitución. Creo que una vez que comprendan lo que le están haciendo a una mujer y lo que se están haciendo a sí mismos, dejarán de hacerlo”, evalúa Harel Shemesh.
“Me encontré por primera vez con John School a principios de la década de 2000, cuando Norma Hotaling vino a visitar Israel. Norma fundó la primera escuela del mundo, en San Francisco, y la llamó John School porque, en el lenguaje estadounidense, John es un apodo para los hombres que consumen prostitución. En Estados Unidos la prostitución está prohibida tanto para consumidores como para prostitutas, pero en la práctica durante años la aplicación de la ley recayó casi exclusivamente en las mujeres porque son el eslabón más débil, y las cárceles estuvieron llenas de mujeres prostituidas. Norma, habiendo sido ella misma prostituta, se asoció con una integrante de una fiscalía local y juntas fundaron John School, una especie de taller de educación sobre prostitución que se realizaba un día a la semana en un lugar anónimo. Los hombres que eran sorprendidos consumiendo prostitución debían asistir a este taller como parte de su pena. Allí escuchaban sobre enfermedades de transmisión sexual, sobre el procedimiento penal, y se destacaban las charlas cara a cara con exprostitutas que contaban sus historias. Este modelo fue replicado y hoy en día existen alrededor de 50 centros de este tipo en Estados Unidos. Decidí que quería intentar abrir uno en Israel. Abrí una página de Facebook, contraté una línea telefónica, envié tarjetas de presentación y anuncios e invité a los consumidores de prostitución a llamar y escuchar de mí lo que significaban sus acciones", cuenta la activista.
La John School de Harel Shemesh es esencialmente distinta a la Escuela John original, en dos cuestiones: primero, quien se pone en contacto con la escuela lo hace por propia voluntad y no como parte de un proceso penal; segundo, el "taller de educación" se realiza únicamente por teléfono. Shemesh Harel cuenta que intentó llevar a cabo reuniones presenciales y tras un intento “muy infructuoso” decidió conformarse con la comunicación telefónica.
–¿Qué ocurrió en ese encuentro?
–Era un hombre muy desagradable, en apariencia y en olor. Me senté frente a él y pensé: “Ya sentarse acá es difícil, ¿Por qué una mujer tiene que aguantar que alguien así se meta en su cuerpo?”. Era un hombre realmente repulsivo. Nos encontramos cerca de un centro comercial, y él empezó a presionarme para que diéramos una vuelta. “Vamos aquí, vamos allá”, me decía. Le dije que de ninguna manera, que vamos a hablar aquí mismo, sentados en un banco, cerca de un café. Después de esa reunión, decidí que me conformaría con mantener el contacto a través del teléfono.
–¿Y quién llamó?
- Muchos de los llamados eran en busca de aprobación o para explicarme por qué lo estaban haciendo. “Mira, estoy divorciado, estoy solo, en el ámbito de las citas no logré encontrar a nadie, yo también me merezco la caricia de una mujer”. Hubo quienes dijeron: “Si hasta se aprovechan de mí, me quitan el dinero, me apuran, no me dejan acabar, no me sonríen, no me tienen paciencia”. Quejas sobre el servicio. Otros afirmaban: “Ella me dice que soy lindo, que me ama, que soy bueno para ella, que soy dulce”. Literalmente se habían convencido a sí mismos de que se trataba de una especie de relación igualitaria de pareja. Cuando escuchas estas cosas, te das cuenta el nivel de desconexión con la realidad que manejan.
–¿Alguna conversación telefónica en particular que te acuerdes?
–De mi humilde muestra, puedo decir con certeza que la participación del público religioso y ultraortodoxo en el consumo de prostitución es mayor que su porcentaje en la población. Uno de los hombres que llamaba con regularidad a la Escuela era un joven ultraortodoxo de Jerusalem. Tenía 18 años y nunca había consumido prostitución, pero deseaba desesperadamente hacerlo. No tenía a nadie en el mundo con quien conversar estas cuestiones. Ni padres, ni hermanos, ni amigos, ni rabino. Tuvimos muchas conversaciones. Durante meses fui la única persona con quien compartió sus problemas. La sola idea de un joven ultraortodoxo conversando durante horas con una mujer feminista laica ya es sorprendente.
Entre las docenas de personas que se pusieron en contacto con la Escuela, había hombres a quienes Harel Shemesh identifica como "adictos".
–¿Cuál es la diferencia entre un hombre que consume prostitución y un "adicto a la prostitución"? ¿Se trata sólo del volumen de consumo?
- No, no es sólo eso. Es el modo de relacionarse con ese consumo. La adicción se nota en las cosas que dicen: "Dos o tres veces por semana sí o sí tengo que ir", "Es la única forma de relajarme”, "No lo puedo dejar”. Después de cada uno de esos encuentros sienten vergüenza, frustración o enojo y hasta llantos. Esta adicción les obliga a vivir una mentira, porque se mueven entre dos mundos separados. Los apartamentos de prostitución a veces se encuentran en zonas de difícil acceso, con delincuencia y drogas por todas partes. La transición entre este tipo de lugares y tu mundo, tu familia, tus ámbitos de estudio, es muy difícil.
Al igual que Inbal Faran Perach, Idit Harel Shemesh también se vio expuesta a historias de abuso sexual experimentado por parte de los propios consumidores de prostitución en su infancia o juventud.
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Idit Harel Shemesh: "Los consumidores de prostitución están alrededor nuestro".
Idit Harel Shemesh: "Los consumidores de prostitución están alrededor nuestro".
Idit Harel Shemesh: "Los consumidores de prostitución están alrededor nuestro".
(Shutterstock)
“Son conversaciones profundas. De repente las personas te están contando historias de abuso, de agresión sexual. Ese tipo de relatos personales duelen, porque la prostitución también proviene en muchos casos de allí. Pero yo de pronto los frenaba y les decía: 'Oíme, no soy analista, no nos metamos en lugares en los que no te puedo ayudar'. Yo no los odio. Desarrollé cierta empatía por ellos ".
El objetivo real de Harel Shemesh no era la empatía sino reducir el consumo de prostitución. “¿Y eso cómo se hace?”, se pregunta. “Se le transfiere la responsabilidad al Estado”, concluye. Hoy el Taller de Educación de la Escuela John forma parte de la Ley de Prohibición de la Prostitución, promulgada en Israel en 2018 que entró en vigencia el 10 de julio de este año. Según la ley, la persona que sea sorprendida consumiendo prostitución recibirá una multa o, como alternativa, la opción de asistir a un taller de tres sesiones sobre prostitución.
"Me alegra haber hecho comprender a los que diseñan las políticas que los hombres también tienen un rol en todo esto. Espero que ahora encuentren mujeres que hayan sido trabajadoras sexuales dispuestas a dar esas charlas y brindar su testimonio. No es fácil encontrar quien lo haga”, sostiene.
Un panorama diverso y sórdido
Otra mujer que decidió investigar la prostitución a través de los ojos de los consumidores es la doctora Yaela Lahav-Raz, profesora del Departamento de Antropología y Sociología de la Universidad Ben-Gurion. Durante cuatro años, Lahav-Raz investigó textos de varios foros de consumidores de prostitución y estuvo expuesta a las visiones de sus usuarios: a su lenguaje, a los sentimientos, vivencias y discusiones entre ellos.
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Yaela Lahav-Raz, profesora del Departamento de Antropología y Sociología de la Universidad Ben-Gurion.
Yaela Lahav-Raz, profesora del Departamento de Antropología y Sociología de la Universidad Ben-Gurion.
Yaela Lahav-Raz, profesora del Departamento de Antropología y Sociología de la Universidad Ben-Gurion.
(Shlomi Yosef)
"Si hay una característica de la prostitución, es el silencio", explica la investigadora. "El consumo de prostitución es un tema muy silenciado. No se le cuenta a tu pareja o familia, no es un tema de conversación con amigos. Esa ya es una buena razón para investigarlo. Estos foros son el único lugar donde los hombres expresan sus sentimientos sobre el consumo", sostiene Lahav-Raz.
En estos foros existe una comunidad online donde los miembros intercambian consejos sobre cómo ocultar la práctica –cómo asegurarse de que su mujer no se entere, cómo gastar grandes sumas de dinero sin que nadie sospeche–, comparten experiencias y sentimientos y, lo más importante, publican reseñas sobre las mujeres en lo que llaman “Calidad del servicio”. Se trata de una clasificación de la experiencia en números, como si fuese un hotel de vacaciones o cualquier otro producto de consumo.
Esta comunidad virtual creó un cambio dramático en el “mercado” de la prostitución. Primero porque las propias mujeres conocen la existencia de estos foros y les queda claro que si no cumplen con las exigencias su calificación empeorará. El ya de por sí pequeño poder de las mujeres en este campo se ve reducido. En segundo lugar, estos espacios les permiten “negociar” el precio del servicio. En 2011, los consumidores encabezaron una protesta denominada “La protesta de los 400”. Una lucha obstinada para que el precio de un acto sexual no supere los 400 shekels (unos 120 dólares). Los consumidores de prostitución se organizaron para no pagar más de esa cifra y dejaron en claro a las trabajadoras sexuales quién fija el precio.
–¿Cómo perciben estos hombres a esas mujeres?
–Diferentes consumidores miran con diferentes ojos. Aquí no hay blanco o negro. Lo que hay es un panorama diverso y sórdido. Junto a la cosmovisión del consumidor liberal-capitalista que califica a la mujer como un producto de consumo, también hay quien confiesa sentimientos de malestar en ese acto o que lo percibe como un acto inmoral.
Yo divido los relatos de esos foros en dos tipos. Los primeros son los que se confiesan a sí mismos como quien confiesa sus pecados ante un sacerdote. Cuentan sus historias y el resto les brinda su apoyo. En este caso, los otros miembros del foro actúan como una especie de cura. Muestran su apoyo con frases como “no te preocupes, es normal”, “yo también pasé por eso”, “todo está bien” y “te entiendo”. Después de compartir su relato y recibir su redención, la persona ya puede volver a consumir. Los segundos son aquellos que realmente abrieron sus ojos y buscan producir un cambio. Como un converso que vio la luz y siente que quiere compartir eso con el resto del mundo. Estos son expulsados ​​del discurso muy rápidamente porque la comunidad no puede contenerlos. Si su ejemplo se replica, no hay foro y no hay comunidad.
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