Un rio helado divide el bosque en dos partes.
Un rio helado divide el bosque en dos partes.
Ido Lempert
Casas de granjas en los bordes del bosque.

“Los bisontes de Hitler”: viaje por el bosque más antiguo de Europa

Ido Lempert, un fotógrafo israelí, recibió una invitación para viajar a Polonia a registrar la naturaleza en un bosque de la frontera con Bielorrusia. Allí se encontró no solo con una parte de su historia familiar que algún día llegó hasta él a través de su abuela, sino con el escenario de un extraño experimento del nazismo.

Ido Lempert - Adaptado por Adrián Olstein |
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La llamada telefónica fue algo así: "¿Quieres fotografiar bisontes en Polonia?". Quien preguntaba era mi amigo y compañero de aventuras, viajes, fotografía y todo tipo de planes para escapar de la rutina en Israel.
"¿Bisontes? ¿En Polonia?", pregunté sorprendido. "¿No prefieres fotografiar lemures en Varsovia o cebras en Bucarest?". Resulta que los bisontes se expandieron en el pasado por Europa igual que por las estepas de América del Norte. Hasta donde yo sabía, había que remontarse para eso hasta la Edad de Hielo, unos diez mil años atrás. Desde entonces, mi conocimiento indica que lo único que se expandió por Polonia y Europa del Este, fue el ejército Nazi en la Segunda Guerra Mundial.
Resulta entonces que en Polonia hay bisontes y zorros, linces, gatos salvajes y lobos. Y toda esta fauna se esconde en un maravilloso bosque de la frontera polaco-bielorrusa. Se trataba además de una invitación a un viaje corto. A diferencia de las campañas fotográficas, que requieren de una logística agotadora y un presupuesto considerable, este era un pequeño salto al extranjero de cuatro o cinco días tras los cuales ya podía volver a estar sentado frente a mi computadora y maldecir por ese bisonte que salió desenfocado.
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Casas de granjas en los bordes del bosque.
Casas de granjas en los bordes del bosque.
Casas de granjas en los bordes del bosque.
(Ido Lempert)
Seis semanas después de la propuesta, ya estábamos en una camioneta rumbo al Bosque de Białowieża. Al volante se sentó un guía local de nombre Bartok. La entrada al bosque requería un permiso especial e ir acompañado de un guía. Bartok brinda conferencias sobre aves, ama a las aves y se interesa por ellas todo el tiempo. Contaba con unos binoculares especiales para observarlas y con una falta de consideración absoluta por todo aquel para quien las aves no representan buena parte de su mundo, es decir, el resto de la humanidad.
"Les alegrará saber", comenzó entusiasmado, "que en el bosque de Białowieża hay una enorme riqueza de tipos de pájaros carpinteros, incluidos carpintero negro, el carpintero manchado y el carpintero blanco”, detalló.
"¿Lobos? ¿Osos? ¿Zorros?", preguntamos.
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Un árbol de hoja caduca y de fondo el bosque.
Un árbol de hoja caduca y de fondo el bosque.
Un árbol de hoja caduca y de fondo el bosque.
(Ido Lempert)
“Ah”, dijo Bartok, “hay pocas posibilidades de verlos. Pero el pájaro carpintero negro y manchado se ve mucho por estos días". Ahora ve a explicarle a Bartok que, con el debido respeto a los pájaros carpinteros, queremos ver algo con pelo y orejas. Por eso es que decidimos abandonar sus cálidas recomendaciones ("Aquí también hay cigüeñas negras y grises") y buscar algo más emocionante para la fotografía.
La historia más interesante del Bosque de Białowieża, no está relacionada necesariamente con los animales que hay en él, sino el bosque mismo.
El bosque es el único vestigio de un vasto grupo de bosques que se extendía por Europa desde los Pirineos en el oeste hasta los Montes Urales en el este. En los últimos mil años los bosques de Europa se redujeron, se talaron, se modificaron en favor de las poblaciones que habitaron en sus alrededores a lo largo de los años. La excepción es Białowieża. A partir del siglo XIV, el lugar llamó la atención de los gobernantes de la zona. Siempre que un rey o un noble local veía allí un gran patio de juegos, lo declaraba zona de caza y lo convertía en una reserva natural. Así llegó bien preservado hasta el día de hoy.
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Los caminos del bosque entre paredes de árboles.
Los caminos del bosque entre paredes de árboles.
Los caminos del bosque entre paredes de árboles.
(Ido Lempert)
En la actualidad es el único bosque de Europa que en los últimos siglos vivió y se reprodujo sin intervención humana. Nadie corta nada en él, ni siembra allí tal o cual planta. Los árboles viven, mueren y se regeneran tal como la naturaleza los concibió y no los humanos.
Ya en el siglo V, el bisonte llamó la atención de los reyes de la zona. La bestia fue declarada como prohibida para la caza. Excepto, por supuesto, para el propio rey. Así fue que hasta la Primera Guerra Mundial, una población estable de esta poderosa bestia permaneció como testimonio animal de la Edad del Hielo. Durante la Gran Guerra, el área fue bombardeada y la mayor parte de su población de bisontes se extinguió. En 1941 los nazis ocuparon la zona.
Hermann Göring declaró el bosque como una zona protegida en favor de una particular, por no decir descabellada, iniciativa. Traer a la vida animales extintos de la zona para establecer una especie de "Jurassic Park" nazi. El atractivo principal: un toro salvaje mitológico, protagonista de pinturas rupestres en cuevas antiguas, la poderosa bestia que pastaba en las grandes extensiones de la antigua Europa. Se trataba del Uro euroasiático, en el cual Schering vio una representación mitológica de la Gran Alemania.
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Granja experimental del doctor Lutz Heck, hoy puesto de observación de los guardabosques.
Granja experimental del doctor Lutz Heck, hoy puesto de observación de los guardabosques.
Granja experimental del doctor Lutz Heck, hoy puesto de observación de los guardabosques.
(Ido Lempert)
Un grupo de científicos fue llevado hasta el lugar y bajo la dirección del zoólogo alemán Lutz Heck, director del Zoológico de Berlín, se comenzó a investigar e hibridar algunos de los bisontes que quedaron en el área y otros traídos de Berlín, con toros y vacas que Lutz consideró de similares características a "Uro", el mitológico toro salvaje. Con el tiempo, los pocos residentes que vivían en la zona fueron expulsados o​ asesinados, y una primera manada de los súper toros, conocidos por esa época como "las vacas de Hitler", pastaba por todo el bosque.
A las seis de la mañana nos presentamos a la orden de Bartok, para buscar al bisonte, antes de que saliera el sol. La camioneta se alejó de la carretera principal y continuamos por un camino de tierra, con paredes oscuras de densos árboles cerrándose a los costados. Después de un rato, Bartok detuvo el vehículo al lado de una cerca baja de madera. Salimos hacia el frío invernal y nos instalamos en un campo de tierra cerca de una puerta de hierro oxidada y cerrada.
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Puerta hacia "la reserva dentro de la reserva".
Puerta hacia "la reserva dentro de la reserva".
Puerta hacia "la reserva dentro de la reserva".
(Ido Lempert)
Tras una larga espera que consistió en mirar la densa oscuridad frente a nosotros, Bartok juró que un bloque de sombra a unos trescientos metros era la silueta de un bisonte. Se sorprendió, por no decir se decepcionó, por nuestra casi nula reacción. “Durante el día”, continuó, “es muy difícil encontrarlos y generalmente preferirán esconderse en las profundidades del bosque. Saquen, saquen fotos. Por la mañana y al mediodía, vamos a tener oportunidad de fotografiar pájaros carpinteros, si quieren”, insistió.
En ese momento, teníamos claro que no habíamos viajado hasta la frontera entre Polonia y Bielorrusia para fotografiar la sombra de un bisonte en la oscuridad. Y si escucháramos otra recomendación para fotografiar pájaros carpinteros, la esperanza de vida de Bartok sería como la de un pájaro carpintero.
Decidimos que era hora de tomar las riendas y en un sentido bastante literal dirigimos al disgustado Bartok a deambular de un lado a otro entre los campos que se extendían al borde del bosque. Después de unas dos horas nos detuvimos. Salió el sol, derritiendo la poca nieve que caía en montículos de barro y agua. Antes de la primera fila de árboles los vimos, estaban frente a nosotros. Eran cinco pesados bisontes: tres casi inmóviles, apenas masticando y los otros dos caminando lento mientras olfateaban el suelo.
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Bisonte europeo, "el doble de tamaño que una vaca normal".
Bisonte europeo, "el doble de tamaño que una vaca normal".
Bisonte europeo, "el doble de tamaño que una vaca normal".
(Ido Lempert)
Ahora solo quedaba acercarse de a poco, dando un rodeo para evitar ahuyentar a los animales hacia el bosque. Solo cuando estuvimos a unos veinte metros del bisonte tomamos dimensión de su tamaño. Es un animal enorme, el doble de tamaño que una vaca normal. Dos metros de alto y cerca de tres metros de largo. La lana marrón rojiza rizada cubre su cuerpo lo hacía aún más robusto. El aire frío convertía sus exhalaciones en potentes chorros de vapor.
Aviv, uno de mis compañeros de viaje, se tiró al suelo para obtener un mejor ángulo de disparo. Yo decidí caminar y adentrarme entre los árboles al borde del campo. Dos minutos de andar y entre la espesura me lo encontré: una cabeza lanuda y gigante a menos de un metro mío. Ambos estábamos igualmente sorprendidos. Lo último que quería era a esa mole de músculos corriendo en dirección a mí preso del pánico. Caminé lentamente hacia atrás y salí a campo abierto. Regresamos hacia el vehículo y hacia el aterrorizado Bartok. Ya estábamos listos para enfrentar el resto del día. Esta vez con un buen conjunto de fotografías del bisonte europeo.
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Bisonte europeo.
Bisonte europeo.
Bisonte europeo.
(Ido Lempert)
Nos despertamos a la mañana siguiente. Después de una noche de ventisca, el bosque se había vuelto blanco. El suelo embarrado de la noche anterior era ahora una capa profunda de nieve. El propósito de la ruta de ese día era adentrarse en las profundidades del bosque milenario. La reserva dentro de la reserva. Un lugar donde no se permite la entrada de vehículos. Ni siquiera hay caminos lo suficientemente anchos para hacerlo. Los senderos para caminar también son pocos y son los que marcan los propios animales.
Una elegante puerta de madera de unos cien años todavía protege la entrada. El paseo por el bosque, que se encontraba a nuestro alrededor cubierto por un manto de nieve que absorbe los ruidos, nos transportaba a los reinos de la leyenda y la fantasía. Las huellas en la nieve revelaban que una manada de lobos había pasado recientemente por aquí. Los gritos de los pájaros se escuchaban a la distancia. Caminamos en silencio, con cuidado de no tropezar con las ramas de los árboles caídos o de raíces que se asomaban antes de volver a hundirse en el suelo.
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Plaza de un pueblo cercano al bosque.
Plaza de un pueblo cercano al bosque.
Plaza de un pueblo cercano al bosque.
(Ido Lempert)
Lentamente, una nube comenzaba a nublar la magia del bosque. Pensé que ya era inmune a ella, que había desarrollado la resiliencia y el cinismo suficientes como para no dejar que me afectara. Pero resulta que hay cosas que logran penetrar hasta el bosque más enmarañado. Mi abuela creció cerca de aquí, al otro lado de la frontera, donde hoy es Bielorrusia. A principios del siglo XX todavía era Polonia. Yo era demasiado joven para entender o suficientemente tonto para no preguntar más, pero todavía recuerdo las pocas historias que ella compartió conmigo. Historias de una niña que conducía un caballo que tiraba de un carro con leña en un espeso bosque. Historias sobre la perplejidad, la curiosidad y tal vez incluso los celos respecto de niños y niñas cristianos, a los que veía jugar. Historias del día que rompió con su familia y emigró a Israel antes de que se cerraran las puertas de este continente y la tierra abriera su boca y enterrara en ella a sus padres y hermanas.
Y allí estaba yo, con el mejor traje de abrigo de marcas estadounidenses y canadienses, armado con equipo fotográfico japonés, y andando por caminos que, incluso si ella no caminó, sin duda estaban cerca de los que sí recorrió en torno a su pueblo.
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Una cruz de madera indica la ubicación de una fosa común de victimas del nazismo.
Una cruz de madera indica la ubicación de una fosa común de victimas del nazismo.
Una cruz de madera indica la ubicación de una fosa común de victimas del nazismo.
(Ido Lempert)
Como si se tratara de un giro dramático justo a tiempo, vimos entre los árboles una cruz de madera con un hilo de alambre que ajustaba sus brazos. Cuando terminó la guerra, los nazis se fueron, los habitantes de la zona regresaron de a poco a sus pueblos en ruinas. Pasaron semanas antes de que se atrevieran a adentrarse en el bosque. Allí descubrieron cientos de cuerpos, de partisanos y civiles, fusilados durante el último año de la guerra. Incapaces de identificar a las víctimas, cavaron fosas comunes como la que yo tenía enfrente y la marcaron con una cruz. En ese momento mi último muro de defensa también se resquebrajó.
Fue más o menos en ese momento que sentí una mano darme una palmada sobre mi hombro. "¿Oyes eso?" Bartok me miró emocionado y luego dirigió su vista en dirección a uno de los árboles. "Creo que es un carpintero manchado. Tienes que fotografiarlo", expresó.
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