"No hay edad para el amor".

Mujeres que encontraron el amor después de los 40

Roni conoció a su marido cuando tenía 40 años, y estaba a punto de renunciar al amor. Por su parte, a los 41 años Inbal se enamoró de Iosi, que se convirtió en el hombre de su vida, y Orit encontró el amor en un viaje al desierto a los 43 años de edad. Para el amor no hay edad, y estas mujeres son la prueba de ello.

Hila Daniel - Adaptado por Beatriz Oberlander |
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El reloj biológico avanza. Al mismo tiempo asoman ideas de que una es demasiado exigente y que hace falta una solución de compromiso, o -lo que es peor- que sigue sola porque tiene un problema. Lo mejor que se puede hacer en esta situación es desterrar esas ideas que crean sentimientos de inferioridad. Eso es al menos lo que dice Inbal Sabag, que encontró al amor de su vida a los 41 años.
“Durante muchos años no quise estar con nadie fijo. Estaba la llamada ‘zona de confort’, metida en la carrera. Aunque mis amigas ya estaban casadas y tenían hijos, yo no sentí ni el mínimo de envidia”, cuenta Inbal, que sólo más tarde se dio cuenta de que ella misma había bloqueado su deseo vivir con un hombre, porque había tenido malas experiencias en el pasado. “Hasta tal punto no quería vivir con un hombre, que cuando ya aceptaba salir a alguna cita lo eliminaba de la lista, lo descartaba por cualquier tontería”, explica.
Alrededor de la edad de 40 años se produjo el primer punto de inflexión. “En Iom Kipur estaba inmersa en mis pensamientos, y me di cuenta que si bien en todos los aspectos de mi vida puedo tener éxito, en lo que se refiere a las relaciones con los hombres no se me daba bien, por lo que convenía que hiciera cosas que me ayudaran”. Pronto comenzó a estudiar Programación Neurolingüística (PNL). “Entonces me di cuenta yo quería tener un hombre y que me lo merecía. Estaba más abierta a conocer hombres, y tuve relaciones cortas, lo que no había ocurrido en el pasado. Pero ésa fue sólo una etapa del viaje, y no me quitó todas las capas con las que me había cubierto”.
Cuando tenía 41 años, el universo se movilizó para ayudar a Inbal, y la despidieron del trabajo, que era su vida. “Fue un terremoto”, cuenta. “Sentí que necesitaba tiempo para entender qué quería en esa etapa de mi vida”. Algo en lo que pensaba con frecuencia era en la posibilidad de ser madre soltera. “Mi familia estaba muy preocupada, y me animó a tener un hijo. Con el paso del tiempo, las dudas de fuera me invadieron, y comencé el proceso”, dice. Y agrega que al cabo de poco tiempo la intuición la frenó, y decidió dejarlo pasar.
Un día vio un anuncio para enseñar cuestiones relativas a la pareja, y decidió inscribirse. “Ahí fue cuando me cayó la ficha”, dice. “Me di cuenta que todos esos años había soñado con un hombre de estudios superiores, con buenos ingresos y una carrera importante, y de repente me di cuenta que lo único que en realidad necesito hombre es un hombre de buen corazón, y que si mi forma de hacer las cosas no me da resultados, tenía que pensar en una nueva forma y salir con otro tipo de hombres”.
Inbal siguió intentando, hasta que un día conoció a Iosi, divorciado y con hijos. “Nos conocimos en Tinder, y salí con él sólo para demostrarme que lo había intentado. Nos encontramos al final de un día de trabajo, y no me había dado tiempo siquiera a ducharme. La cita se convirtió en una conversación de seis horas, y de ahí en una relación de un año. De repente sentí que ‘era ese’”. Pero después de un año, se separaron. “Me dije a mí misma que la vida es como un boomerang, y si se supone que él es para mí va a volver. Si no, tal vez él me llevó a una nueva fase, y yo tengo que dejarlo ir con amor”.
Tras un distanciamiento de dos meses, volvieron a estar juntos. Cuando tenía 43 años, Inbal quedó embarazada, y a los 44 dio a luz al primer hijo de ambos. El segundo vino muy poco después. “Cuando una vive convencida, con toda la fe del mundo, que algo te sucederá, eso ocurrirá. Los sueños se hacen realidad. Entretanto, disfruta del camino”, concluye Inbal. “No envidies a nadie, porque tú ves a las otras personas a través del ojo de la cerradura, y no ves lo que hay detrás de la puerta”, dice.
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Mujeres 40
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"No hay edad para el amor".
(Ynet)
Roni, de 42 años, cuenta que siempre sintió que las historias de Cenicienta sólo le sucedían a otras, y ella se quedaba sola. “Tuve relaciones largas en la década de los veinte de mi vida, pero no estaba madura para casarme. Sólo después de la edad de 30 años, despertó en mí el deseo de una relación seria. Pero en esa época viajaba mucho al exterior por trabajo, lo que me permitió huir. Pensé que lo iba a conocer en un avión, lo que no ocurrió”, recuerda con pesar.
Puesto que no le quedaba más remedio, Roni se inscribió en sitios web de citas y comenzó a salir. “No me gustaba esta forma de conocer a un hombre, pasar las páginas y ‘borrarlo’ de la lista. La estaba pasando muy mal, y cada vez que me decepcionaba, dejaba de salir durante algunos meses, por lo que tenía solo cinco citas al año, y aun entonces lo hacía porque sentía que tenía que hacerlo”.
Cuando cumplió 38 años, hubo una pausa y un alivio. “La presión social se redujo, tal vez porque no esperaban nada de mí. Pero cuando me dejaron en paz, yo también me calmé y comencé a tener citas por la experiencia de tenerlas. Según cuenta, una de las cosas que la guiaron fue la convicción de que tenía que darle una oportunidad real, y no descartarlo enseguida. Y si la primera cita no había sido un desastre total, aceptaba que hubiera una segunda.
“Salí con un viudo y padre de tres hijos, con otro hombre que tenía cierta discapacidad como consecuencia de un accidente de tráfico. Me encantaba salir con divorciados porque veía en ellos una caballerosidad y un respeto; no hacían juegos. Y también hubo años en los que no estuve con nadie”, cuenta. A los 40 años de edad, después de docenas de citas, Roni conoció al hombre de su vida. “Sucedió cuando ya me había rendido, pensando que no encontraría a un hombre y estaba a punto de fijar una cita en el banco de semen”.
¿Cómo se conocieron?
“Nos conocimos en Ok-Cupid. Él fue muy directo, y me preguntó si íbamos a seguir escribiéndonos, o si íbamos a tener una cita. Esta frase me dio en el plexo, y sentí que tenía intenciones serias”.
Aunque había algo en su aspecto que la molestaba, esa vez Roni fue fiel a la actitud que tenía de darle una oportunidad a pesar de todo. “Cuando nos encontramos, lo que me molestó en la foto era menos pronunciado. Vi un hombre guapo, y me sentí atraída hacia él”, dice. Y agrega que no faltaban motivos para “borrarlo de la lista”, y que él era el último hombre con el que jamás se hubiera imaginado que saldría. “No es mi tipo, ni la fantasía que tengo metida en la cabeza”, reconoce. “Fuma, y tiene antecedentes penales, pero lo que hice fue abrir el corazón, y recibí amor a cambio”. Llevan dos años y medio juntos, y se han sometido a un tratamiento de fertilidad.
El destino quiso que me quedara soltera para poder conocer a mi marido
También Orit, quien pasó los 45 años, cuenta que conoció a su marido después de que haberse decepcionado completamente. “Hasta los 27 años, no quería una relación seria, y cuando empecé a querer me di cuenta que era muy difícil que se diera una. Me dijeron que era exigente, y empecé a dudar de mí misma. Al principio de una relación, me obligaba a quedarme y a intentarlo, aun cuando no hubiera ese ’clic’. Salí con hombres con los que sentía que estaba haciendo una gran concesión, fui a talleres para aprender cómo atraer al hombre apropiado, lo hice todo, y no entendía por qué a mí no se me daba. Especialmente cuando todas a mi alrededor se casaban y tenían niños, y eso destacaba aun más el hecho de yo ni siquiera tenía novio”.
¿Qué hiciste para animarte?
“Me llené de pasatiempos (hobbies), y trataba de estar todo el tiempo ocupada; no paraba. Pensé que también en esos círculos podría conocer a alguien”.
En retrospectiva, Orit se queja de que su enfoque de pensamiento positivo durante años la dejó complaciente. “Sólo a la edad de 42 años, después de años de citas pero sin una relación seria, me di cuenta que si quería un hijo tenía que actuar”. Después de tres inseminaciones fallidas, inició un tratamiento de fertilidad. “Los médicos me dijeron que a mi edad, no hay muchas posibilidades de quedarme embarazada y de dar a luz a un hijo sano, y que a medida que pasa el tiempo las posibilidades disminuyen. Me sometí a un tratamiento tras otro, y después de cada uno que no salía bien, temía que ya no iba a poder tener hijos. Después del noveno intento fallido, me vine abajo completamente. Tenía algo más de 43 años, y el médico me habló de la posibilidad de que me donaran un óvulo”.
En esos días negros para Orit, vio en un grupo de Facebook que se organizaba un viaje al desierto para el fin de semana, y después de algunas dudas decidió sumarse. “Había allí un muchacho que me interesó; era divorciado y tenía dos hijos, pero no se creó un lazo entre nosotros”, cuenta. “Dos semanas después del viaje, el grupo se volvió a reunir, y esta vez él sí me invitó a salir. Fue una cita de la que volví con una gran sonrisa en los labios”, recuerda emocionada. En la segunda cita, Orit le contó de su tratamiento de fertilidad, y en respuesta él le dijo que aunque en ese momento no le venía bien tener otro hijo, estaba dispuesto a acompañarla en el proceso.
“Con motivo de mi cumpleaños número 44, hicimos un viaje al norte de Israel. Allí me hice un examen casero, y dio negativo. Después de algunos minutos volví a examinarme, y vi dos rayas. Tuve miedo de alegrarme en vano; me hice un examen tras otro, y todos dieron positivo”, cuenta con lágrimas en los ojos. Cuando Orit estaba en el séptimo mes de embarazo, se casaron, y ahora tienen una hija de un año y un mes. “Mi marido dice que la única explicación al hecho de haber quedado soltera todos estos años, es que el destino quiso que nos encontráramos”, cuenta. “Es interesante saber si, con todos los respetos a la cuestión del pensamiento positivo, tanto nuestra unión como el embarazo, llegaron a mi vida en un momento en el que me sentía muy pesimista, y ya no creía en nada”. Pero pensándolo bien, fue precisamente en esa situación que la voluntad y la presión pudieron relajarse completamente”.
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