Etíopes en Israel
Naftali Abraham
Ynet
Campamento de refugiados etíopes.

El infierno que atravesaron los judíos etíopes para llegar a Israel

Pasaron meses en la jungla, caminaron en los desiertos de Sudán, sufrieron abusos de los soldados locales y se destruyeron familias que sólo soñaban con llegar a Jerusalem. Naftali Abraham tenía sólo 13 años cuando salió solo de su casa en Etiopía para cumplir el sueño. Las experiencias que tuvo a lo largo del camino no las olvida, y pide que la sociedad israelí se sume a la memoria.

Naftali Abraham - Adaptado por Leandro Fleischer |
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Es abril de 1983. Una travesía a pie de unos cuantos meses finalizó cuando nosotros, jóvenes de entre 14 y 18 años, arribamos a la frontera con Sudán. Allí, a orillas del río que separa los dos países, esperamos poder ingresar como refugiados. Tenía 13 años y medio cuando salimos de Etiopía, decididos a llegar a la Tierra Prometida, después de cuatro meses en las selvas, en una sucá que construimos cerca de la frontera. Mis padres se quedaron en mi país natal.
Todas las noches, los soldados sudaneses llegaban desde un campamento militar cercano e intentaban secuestrar a las mujeres del grupo para convertirlas en sus esclavas sexuales. Debido a nuestra oposición a este acto despreciable, fuimos víctimas de abusos infinitos. Cabezas ensangrentadas, piernas destrozadas por las patadas despiadadas con pesadas botas militares que recibimos de los soldados, y nuestra ropa, rota por los tironeos, exponía nuestros cuerpos a arbustos espinosos. Gritos y llantos se convirtieron en la rutina de nuestras noches, la linterna encendida que se movíaa hacia nosotros era la señal de una pesadilla que se aproximaba.
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Campamento de refugiados etíopes.
(Prensa FDI)
Cuando los soldados sudaneses llegaron durante la quinta noche, decidimos abandonar el campamento, por lo que nos levantamos y comenzamos a caminar de regreso hacia el lugar desde donde habíamos partido: Etiopía. No es que pensáramos que regresaríamos sanos y salvos a las aldeas que abandonamos, pero ya no podíamos tolerar el abuso de los soldados. La decisión estaba acompañada de una sensación de caminar hacia una muerte segura. Los soldados nos seguían, a cierta distancia de nosotros, y después de caminar unos dos kilómetros, sorprendentemente, uno de los militares se acercó y nos pidió que regresemos al campamento.
Nosotros establecimos dos condiciones para nuestro regreso: la primera, el cese del abuso, y la segunda, una promesa de que al día siguiente se nos permitiera ingresar como refugiados a Sudán. Los soldados se miraron en la oscuridad, y después de un momento que parecía eterno, aceptaron nuestras demandas. Extraño. Un grupo de niños indefensos le impone condiciones a Goliat, y por si eso fuera poco, él, el más fuerte, acepta los términos. ¿Qué estaba sucediendo allí?
No sin serios temores, volvimos al campamento para pasar el resto de la noche (que en retrospectiva había sido la más tranquila desde que llegamos). Temprano en la mañana, vimos al lado del campamento un camión militar cargado con sacos de pimienta seca, y nosotros, un grupo de niños, nos levantamos y nos sentamos sobre esos sacos. El camión se puso en marcha, y durante las horas de viaje estornudamos y lloramos por la pimienta que había allí. No hace falta aclarar que ninguno de nosotros se quejó al respecto. Después de aproximadamente 10 horas, el camión llegó a la ciudad de Gadarif y se dirigió directamente a un campamento del ejército.
Apenas tuvimos tiempo de comer los emparedados que nos dieron, y los soldados ya nos habían ordenado que nos dividiéramos en dos: las niñas en el aula de estudios y los varones en el pasillo. Esta es la norma en un país musulmán. No olvidaremos los gritos de las chicas durante la noche, y el guardia que dejó ingresar de contrabando a través de una ventana a los soldados que intentaron secuestrarlas. La pesadilla terminó al amanecer. En las primeras horas de la mañana, un oficial militar nos registró y nos dio permiso para ir al campo de refugiados.
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Etíopes en Israel
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La foto que estaba destinada al pasaporte falso que se emitía a los judíos.
(Gentileza)
Una larga caminata nos llevó a un enorme y sombrío campamento de refugiados detrás de la única colina de la zona. El lugar me dio una sensación de miedo y ansiedad. Cruzamos el sitio para llegar al campamento de la Agencia de Refugiados de la ONU. A lo largo del camino polvoriento había muchos de los otros refugiados, cubiertos de polvo, con sus ropas rasgadas que apenas cubrían sus cuerpos lastimados, y nos miraban y gritaban en voz alta: "¿Por qué, por qué vinieron a este maldito lugar? ¿Por qué? ¿Por qué dejaron nuestro hermoso país?”. Sentimos su angustia, y sus gritos son aterradores.
Cruzar el campo de refugiados en Sudán se siente como caminar hacia el infierno. Yo tiemblaba de miedo. Mis piernas flacas y rodillas cansadas no podían sostenerme adecuadamente. Sentía temor de mirar a los ojos a las personas que me llamaban con gritos de súplica. Debía mirar hacia abajo y seguir adelante.
Finalmente, llegamos al portón del campamento de la Agencia de Refugiados. Allí había un hombre delgado que hablaba tigriña. No pasó ni un segundo y me cubrió con un polvo desinfectante. En el campamento nos dejaron dos semanas para recomponernos. Luego comenzamos la "vida real" dentro del campo de refugiados. Y nos instalamos en chozas proporcionadas por activistas etíopes que actuaban allí en secreto.
Durante los primeros días no quise salir afuera, y permanecí adentro de la choza que se convirtió en mi lugar de protección. Lenta y cuidadosamente intenté acostumbrarme a la nueva realidad. Al principio sólo salía a cortas distancias para saber qué sucedía afuera. El campamento era ruidoso y polvoriento. Había gente que apostaba, y criminales y refugiados de guerras caminaban con una especie de vara con un hacha en la punta y la cara nerviosa. Sentía que estaba deambulando por un lugar muy peligroso.
La permanencia en el campo de refugiados se volvía insoportable con cada día que pasaba. Violencia desenfrenada, enfermedades y hacinamiento. Todo era sombrío y perturbaba la mente. Día a día aumentaba la cantidad de muertos. La muerte no distinguía entre ancianos, bebés, mujeres y hombres. Se convirtió en parte de la rutina de la vida en el campo. No había un sistema de salud, y los que iban "a un hospital" no volvían con vida.
La tierra de Sudán abre su boca para aniquilarnos sin piedad, sin dejar rastro. El entierro tampoco es entierro, por temor a que descubran que somos judíos. El miedo no nos abandonó ni siquiera a la hora de enterrar a nuestros seres queridos. Miles se encuentran con la muerte allí, en la sangrienta tierra de Sudán en su camino a Israel.
En 1984, finalmente llegué a Israel. Al año siguiente, mis padres también emigraron. Han pasado 36 años desde aquellos días en que vivimos entre la esperanza y la desesperación, desde los días en que el dolor permanente acompañaba nuestras vidas. Hoy (jueves) y mañana celebraremos el Día del Recuerdo para los judíos etíopes que perecieron camino a Jerusalem, a la Tierra de Israel. Sí, éste es el orden, primero Jerusalem y luego la Tierra de Israel. Muchos no pudieron cumplir con su sueño. Hay muertos y desaparecidos, allí en las carreteras de Etiopía y en los desiertos de Sudán.
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Naftali Abraham.
(Abuja Madhani)
Miles de nosotros que hemos pasado por esta terrible experiencia aún tenemos marcas físicas y mentales. Algunos de nosotros todavía nos sentimos culpables de no haber hecho lo suficiente para salvar a nuestros seres queridos. Algunos de nosotros somos huérfanos que no pudieron probar el abrazo de los padres, en tanto que otros continúan extrañando a un niño del que no podrán disfrutar. Para muchos en la comunidad, la tragedia que atravesaron en Sudán es un secreto. La familia tiene miedo de tocar el asunto, como al fuego. El arrepentimiento, la culpa y el dolor nos han acompañado desde entonces.
No nos queda opción más que recordar a nuestros seres queridos que no llegaron aquí como nosotros, y que permanecieron enterrados al borde de las carreteras de Etiopía y en los desiertos de Sudán. Rezamos para que los desaparecidos que aún viven vuelvan pronto a nosotros. No tenemos alternativa, más que considerar como un milagro el heroísmo y el alto precio que pagó la comunidad por el deseo de generaciones de llegar a Jerusalem.
“Debemos recordar, documentar, contar e inculcar esta pieza del rompecabezas del pueblo judío y su historia en toda la sociedad israelí, por su recuerdo y por todos nosotros”, agrega Simcha Gathon, presidente del Centro del Patrimonio del Judaísmo de Etiopía, cuya misión es preservar la herencia de la memoria para las generaciones futuras. "Desde aquí, invitamos todos los miembros de la comunidad a ser socios activos en la construcción de la narrativa de la memoria", concluye.
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