Gaia y su madre.
Gaia y su madre.
Abigail Uzi
Gaia y su madre.

La oficial destacada del Ejército que sobrevivió a un padre golpeador

Nació de un padre abusivo que impuso en su casa un régimen terror y de violencia severa, y buscó servir en las FDI cerca de su casa para poder proteger física y mentalmente a su madre y hermanas. Pero cinco años después, a la edad de 23 años y con un certificado de excelencia entregado por el jefe del Directorio de Inteligencia Militar, la confidencialidad de su nombre no mantiene por temor a que su padre pueda localizarla, sino por su rol secreto en Sapir, una unidad de élite encargada de establecer y dirigir en la nube del departamento de inteligencia. ¿El padre cruel? Lejos de casa. ¿Y el futuro? Muy prometedor.

Samadar Shir - Adaptado por Leandro Fleischer |
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Gaia (seudónimo) se dirigió al centro de enrolamiento de Tel Hashomer con una mochila que no contenía expectativas. "Me acostumbré a ser la niña abusada por su padre y a contener en el estómago lo que pasaba en nuestra familia, que exteriormente parecía feliz, o al menos normal, y tenía miedo de lo que pudiera pasar cuando saliera de casa", dice. “Temía de que si mi papá no podía golpearme, como era su costumbre, atacaría a mamá y sentí que tenía la responsabilidad de cuidarla. Pedí servir cerca de mi casa y partí con una sensación de 'vida o muerte'. Decidí que si me enteraba de que mi padre golpeaba a mi mamá, iría a ver al psicólogo de la base Kaban, contaría todo lo que sucedía en hogar y me liberarían", recuerda.
Es la hija menor de una maestra de escuela primaria y de un agente de ventas. Su madre siempre trabajó y con su salario mantenía a la familia, a diferencia de su padre, que no logró permanecer en un mismo trabajo durante más de un año, y cada vez que lo despedían culpaba a sus jefes.
"Recuerdo algunos momentos en los que realmente me sentí como una hija mimada. Papá me decía que yo era su mundo entero, que él bajaría la luna por mí, pero no recuerdo cuántos años tenía cuando me di cuenta, de manera clara, de que tenía dos padres. Uno era cariñoso, gentil y tierno, el papá perfecto, en tanto que el otro era un lobo que me arrancó de la cama en medio de la noche, me arrastró a la ducha y me exigió que me lavara el pelo con agua fría", expresa.
- ¿Por qué?
- No me callaba. Mis dos hermanas mayores son muy diferentes a mí, son introvertidas y obedientes, pero yo no. Soy incapaz de agachar la cabeza ante situaciones que me parecen injustas, incluso cuando no me conciernen. Por ejemplo, cuando mi papá nos gritó que teníamos media hora para lavar y ordenar toda la casa, le respondí que era una exigencia irracional, y seguí discutiendo con él a pesar de que veía que él estaba perdiendo el control. Para mí era importante luchar por la justicia, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para mi madre, mis hermanas y yo estuviésemos unidas y paradas del mismo lado.
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Gaia y su madre.
Gaia y su madre.
Gaia y su madre.
(Abigail Uzi)
Gaia, cuenta su madre, era la que más golpes recibía, sobre todo por su tendencia a rebelarse. "Recuerdo la primera vez que papá me tiró una silla", relata la hija. "Estábamos sentados en nuestra casa anterior, alrededor de la mesa, debí haber dicho algo que no le gustó, y ¡pum! las cuatro patas de la silla cayeron sobre mi cabeza y mi cara estaba aplastada. Tenía cuatro años, tal vez tres. Ya en ese momento me di cuenta de que el problema era mucho más grande de lo que papá podría llegar a hacer cuando se enfadaba. El dolor físico es momentáneo. Lo que no te deja ni un minuto es la incertidumbre. Cuando te levantas por la mañana no sabes si te encontrarás con el buen padre o con el malo. Es un pánico cotidiano que te devora por dentro", agrega.
Cuando tenía ocho años, comenta, su padre la despertó en medio de la noche gritando, le ordenó que empacara un poco de ropa en un bolso, la arrastró al automóvil y la llevó a un vecindario remoto. "Todo el camino lloré, rogué por mi vida, y no ayudó. En una de las casas se detuvo, abrió la puerta, me arrastró a la acera y dijo: 'Listo, te quedarás aquí, este es tu nuevo hogar' y se fue. Me dejó allí sola, en la oscuridad. Tenía miedo y lloré. Después de aproximadamente media hora, papá regresó, me metió en el auto y manejó a casa como si nada hubiera pasado. Después de esa noche, abandoné mi habitación y me fui a dormir en una litera que estaba en la habitación de mi hermana del medio. Tenía miedo de dormir sola. Me fui a la cama con una muñeca y la abracé fuerte". A pesar de esto, hasta los 13 años, Gaia no pensó que la pesadilla diaria fuera un fenómeno inusual. "Yo era una niña inocente", admite, "yo pensaba que eso era lo que pasaba en todas las familias, en todos los hogares. Que todo padre castiga a sus hijos para educarlos. Realmente no lo veía como algo fuera de lo común. Hoy entiendo que mi inocencia provenía del hecho de que papá me aisló de todos. Él exigía que yo regresara a casa al final de la jornada escolar y no saliera hasta la mañana siguiente. Solo cuando crecí, y en contra de su voluntad, comencé a ir a las casas de mis amigos, y vi que todo era diferente. Envidiaba a mis amigos cuyos padres se sentaban con ellos a cenar tranquilamente. Estaba enojada con Dios y con el mundo entero. Me preguntaba por qué no pude haber nacido de otro padre”, añade.
- ¿Tu padre solía disculparse por sus acciones?
- Nunca. Cuando era niña, mamá trató de protegerlo con declaraciones como 'Él está pasando por un momento difícil, su madre se está muriendo' o 'Cuando encuentre un nuevo trabajo, se calmará'. Pero a medida que pasaban los años, se le acabaron las excusas. Ella también se dio cuenta de que nada podía justificar sus acciones. Comprendió que no podía justificar el hecho de que llegara borracho a casa en medio de la noche y nos arrojara a todas de la cama. Me esforzaba en ocultar los moretones. Incluso en días de mucho calor, yo salía a la calle con mangas largas. Al final de la escuela secundaria mi madre comenzó a intentar divorciarse y empezamos a acercarnos. Fui con mi madre a reuniones con un abogado, también fui con ella a la policía una y otra vez. Había una orden de restricción en su contra que no le impidió irrumpir en la casa y hacer de las suyas. En aquel momento vivíamos en un apartamento en una planta baja, por lo que pusimos rejas en las ventanas y cambiamos la cerradura. El sueño de mi vida era dormir una noche tranquilamente, sin preocupaciones.
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Cuerpo de Inteligencia de las FDI.
Cuerpo de Inteligencia de las FDI.
Cuerpo de Inteligencia de las FDI.
(Unidad de Portavoces de las FDI)
Me sentí fuerte
Gaia fue entrevistada por el Cuerpo de Inteligencia de las FDI, hizo un curso de programación antes comenzar su servicio militar, y luego se enroló. “No pensé en una carrera militar”, admite, “pero como en cualquier otra área, fui hasta el final. Mis padres ya estaban divorciados, borré a papá de mi vida, mis hermanas también le dijeron que no les interesaba tener contacto con él, y por primera vez en mi vida comencé a pensar en mí misma; por lo que es bueno y saludable para mí. El salario militar me ayudó a financiar el tratamiento psicológico que me brindaba un especialista en abuso parental. Me llevó a varios lugares que me traían malos recuerdos, como el área remota donde papá me dejó en medio de la noche. Fue difícil, pero después del tratamiento me sentí más fuerte".
Luego sucedió la gota que colmó el vaso. “Una mañana, cuando iba camino a la base, papá se detuvo a mi lado y me ordenó que entrara en el auto. No tengo idea de por qué accedí, nunca fui una niña obediente. Salí del auto con golpes en los ojos y me di cuenta de que estaba en serios problemas. Tenía moretones debajo de los ojos. Y eso no era algo que podía ocultar con mangas largas. Llegué a la oficina, comencé a trabajar, y de repente mi comandante directo se paró frente a mí y me preguntó qué había pasado. Al principio traté de esquivar la pregunta, le dije 'nada, todo está bien', pero él no se rindió. Me derrumbé y le conté todo. Sin lágrimas y sin dramatismo, solo le di un informe conciso, como te cuento ahora. Me preguntó qué necesitaba. Me dio vergüenza pedir algo especial, pero mantuvo reuniones con otros superiores para discutir el asunto. Cuando debíamos hacer guardias en asentamientos, pedí una exención y me ofrecí como voluntaria para otras tareas. Solo él sabía que tenía miedo de ir a cierta localidad donde vivían los familiares de mi padre. Y cuando dudaba si ingresar o no al curso de oficiales, me prometió que me iba a otorgar algunos permisos especiales como una llamada telefónica diaria con mamá”, recuerda.
Una oficial que siguen los soldados
"Cada maceta tiene flores que se destacan más que otras, y Gaia es una flor así", dice la coronel M., comandante de Sapir. “Es una oficial a la que siguen los soldados. Se hizo cargo de todo tipo de proyectos tecnológicos que casi ni se usaban, o directamente se encontraban en un punto muerto, y con su liderazgo logró convertirlos en un producto perfecto. Son cambios tecnológicos radicales que inciden en asuntos operativos y en el bienestar de los soldados”, añade.
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