Foto fechada el 28 de junio de 1953: Gérald y Robert Finaly, de 10 y 12 años, en el pueblo de Saint-Léonard, Francia, después de llegar de España, donde habían estado escondidos.
Foto fechada el 28 de junio de 1953: Gérald y Robert Finaly, de 10 y 12 años, en el pueblo de Saint-Léonard, Francia, después de llegar de España, donde habían estado escondidos.
Keystone-France / Getty
Foto fechada el 28 de junio de 1953: Gérald y Robert Finaly, de 10 y 12 años, en el pueblo de Saint-Léonard, Francia, después de llegar de España, donde habían estado escondidos.

Archivos secretos del Vaticano: la historia de dos niños judíos secuestrados en Francia y el silencio de Pio XII

¿Cómo se relaciona la joven directora de un instituto de menores en un pueblo de Francia con las altas cúpulas eclesiásticas en los años posteriores a la Shoá? ¿Qué relación hay entre el papa Pío XII y el secuestro de dos niños judíos que resonó en la prensa francesa de la época? Tramas secretas de una historia que se empieza a conocer a partir de la publicación reciente de numerosos archivos papales.

David Kertzer - Adaptado por Adrián Olstein |
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A principios de 1953, la fotografía de una reconocida monja siendo arrestada recorrió las portadas de los periódicos franceses. Durante las siguientes semanas, otros tantos clérigos, monjas y monjes correrían el mismo destino. El cargo en su contra: el secuestro de dos niños judíos, Robert y Gérald Finaly, cuyos padres habían muerto en un campo de exterminio nazi.
El caso provocó una intensa controversia pública. Le Monde, en un gesto típico de la prensa francesa de aquella época, dedicó 178 artículos en menos de seis meses a la historia de los hermanos, bautizados en secreto bajo las órdenes de la mujer católica que los había cuidado, y los intentos desesperados de los familiares sobrevivientes por recuperarlos.
La disputa tuvo como protagonistas a la comunidad judía de Francia, recién devastada por el Holocausto, y a la cúpula de la Iglesia Católica en el país, que insistía en que los niños ya eran considerados católicos y debía evitarse que fuesen criados como judíos.
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Foto fechada el 28 de junio de 1953: Gérald y Robert Finaly, de 10 y 12 años, en el pueblo de Saint-Léonard, Francia, después de llegar de España, donde habían estado escondidos.
Foto fechada el 28 de junio de 1953: Gérald y Robert Finaly, de 10 y 12 años, en el pueblo de Saint-Léonard, Francia, después de llegar de España, donde habían estado escondidos.
Foto fechada el 28 de junio de 1953: Gérald y Robert Finaly, de 10 y 12 años, en el pueblo de Saint-Léonard, Francia, después de llegar de España, donde habían estado escondidos.
(Keystone-France / Getty)
La reciente apertura de archivos del Vaticano pertenecientes al papado de Pío XII permiten conocer algo que no se sabía entonces y que se empieza a conocer ahora: el rol central que tuvo el propio Papa en la historia del secuestro, bautismo y negativa -por parte de su tutora francesa- de que los niños sean devueltos a su familia.
En el centro de la trama aparece un alto funcionario de la curia del Vaticano que ayudó a persuadir al papa Pío XII de no levantar la voz en protesta contra la deportación de los judíos de Roma, apodados “los judíos del Papa”, en 1943 a los campos de exterminio nazi. El silencio de Pío XII durante el Holocausto engendró, a lo largo de los años, tristes debates sobre el rol de la Iglesia Católica Apostólica Romana durante la Shoá.
Los memorandos eclesiásticos que se empiezan a conocer ahora, cargados de lenguaje antísemita, muestran discusiones entre los más altos niveles de la Iglesia, acerca de si el Papa debía presentar o no una protesta formal contra las acciones de las autoridades nazis en Roma.
I. Un bautismo secreto
Fritz Finaly, médico de profesión, y su esposa Anni, tenían 37 y 28 años cuando fueron capturados por soldados nazis. El periplo de la pareja comienza en Austria, de donde logran huir en 1938 tras la anexión del país por parte de la Alemania nazi. Su plan era viajar a América del Sur, pero como tantos otros judíos de la época, no lograron hacerlo. En cambio, se establecieron en Grenoble, una pequeña ciudad al sureste de Francia. En 1941, nació Robert, su primer hijo y un año después Gérald.
En febrero de 1944, conscientes de las redadas cada vez más frecuentes de la Gestapo, la familia Finaly puso a sus dos hijos a resguardo en una guardería de un pueblo cercano. Su paradero fue confiado a una amiga del matrimonio a la cual le pidieron que se hiciera cargo de los niños en caso de que ellos fueran arrestados. Apenas días después, los alemanes se llevaron a Fritz y a Anni. La pareja fue deportada a Auschwitz y ya no se tuvo noticia de ellos.
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Apertura archivos vaticanos
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(Getty / Paul Spella / The Atlantic)
Aterrada por la noticia y con temor a que los nazis buscaran también a los niños, la amiga llevó a Robert y Gérald al convento de Notre-Dame de Sion, en Grenoble, con la esperanza de que las monjas los escondieran. Pero por considerarlos demasiado chicos, las hermanas llevaron a los niños a la guardería municipal. Allí, su directora, Antoinette Brun, de mediana edad y soltera, accedió a cuidarlos.
Poco menos de un año después, ya en 1945 y con Francia bajo control aliado, Marguerite Finaly, hermana de Fritz, tía de los niños, exiliada en Nueva Zelanda, escribió al alcalde del pequeño pueblo francés para conocer el paradero de su familia. Al enterarse de los hechos, rápidamente dió inicio a los trámites correspondientes y obtuvo permisos de inmigración para que los niños viajaran a reunirse con ella.
Marguerite le escribió a la directora de la guardería para agradecerle por haber cuidado a sus sobrinos y pedirle ayuda para organizar su viaje. Para su sorpresa, la respuesta de Brun fue evasiva y no dio indicios de que pretendiera devolver a los niños a su familia.
Al año siguiente, la familia hizo otro intento para que los niños Robert y Gérald regresaran. En esa oportunidad aparece Auguste, cuñada de Fritz, esposa de un hermano mayor muerto también durante el holocausto. Auguste, que se había logrado refugiar en Gran Bretaña, viajó a Grenoble para encontrarse en persona con Antoinette Brun.
La mañana del 25 de octubre de 1946 Auguste apareció en la puerta de la casa de la señorita Brun. Le contó que el deseo de Fritz había sido que si algo les pasaba a él y a su esposa, sean sus hermanas quienes se ocupen de los niños. Le suplicó a Brun que mostrara piedad por una familia que había sido destrozada por el Holocausto. Para su sorpresa, Brun se volvió hostil: “Los judíos son unos desagradecidos”, contó Auguste que repetía la directora.
Durante muchos meses Marguerite intentó por todas las vías recuperar a sus sobrinos: pedidos al alcalde del pueblo francés, al ministro de Asuntos Exteriores e incluso a la Cruz Roja. En el último de los pedidos, la tía de los niños recurrió a la curia británica, para acceder a través de ellos al Obispo del pueblo francés de Grenoble. Sin embargo el obispo no ofreció ayuda, influído por un dato que aún la familia Finaly desconocía: los niños habían sido bautizados a escondidas meses antes. Eso significaba para la antigua doctrina de la Iglesia que los niños debían ser criados como católicos y ya no podían ser devueltos a su familia judía.
Cuando los Finaly se enteraron del bautismo, pidieron ayuda a Moise Keller, un antiguo amigo judío, residente del pueblo francés. Con la ayuda de Keller, la familia Finaly llevó el caso a los tribunales de Francia. Sin embargo, la historia de los años siguientes mostró que la joven directora Brun, ni siquiera estaba dispuesta a acatar las órdenes de la justicia de su país. ¿Quién estaba detrás de la joven y persistente directora de un instituto de menores?
Brun no era la madre sustituta de los niños. Robert y Gérald contaron años después que veían a la mujer solo un par de veces al año. Para ocultarlos de las autoridades, las monjas que ayudaban a Brun colocaron a los niños bajo nombres ficticios en una escuela católica en Marsella. En ese momento, los niños ya tenían 10 y 11 años.
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Apertura archivos vaticanos
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(Getty / Paul Spella / The Atlantic)
Documentos desclasificados
Un documento del Vaticano descubierto de manera reciente, proveniente de la Iglesia de Grenoble ofrece información acerca de lo que sucedió durante esos meses en las altas esferas eclesiásticas locales. Allí se señala que en julio de 1952 un tribunal local confirmó la tutela de Hedwig Rosner: otra tía de los niños, hermana de Fritz, residente en Israel. Brun se negó a entregarlos.
El documento del Vaticano señala: “Su actitud, motivada por su conciencia de que los niños son cristianos, es aprobada por Su Excelencia el Cardenal Gerlier”. Gerlier era el arzobispo de Lyon, la diócesis de la que Grenoble formaba parte.
El arzobispo Gerlier, en una carta escrita al Papa en 1953, también descubierta entre los archivos del Vaticano, explica que su principal temor era por la reacción de la prensa si el tribunal de apelaciones francés fallaba contra Brun y contra la Iglesia: “La gravedad del asunto radica en el hecho de que se está creando una profunda agitación de la opinión pública en torno a la cuestión. La prensa judía, la prensa anticristiana y muchos de los principales periódicos están siguiendo el tema. Los comunistas de Grenoble también se están involucrando”, escribió Gerlier.
La carta avanza hacia la pregunta clave por la cual el arzobispo decide dirigir su consulta al Papa Pio XII y al Santo Oficio: “En estas condiciones, ¿es aconsejable oponerse, pase lo que pase, a devolver a los niños, que pertenecen a la Iglesia por su bautismo y cuya fe dificilmente resista la influencia del medio judío en caso de que fuesen entregados?”
II. La “delicada cuestión” de los huérfanos judíos en instituciones católicas
Durante el Holocausto, casi dos tercios de los judíos de Europa fueron asesinados. Miles de huérfanos estaban esparcidos en los años siguientes por todo el continente. Muchos de ellos habían estado escondidos en conventos, monasterios, iglesias e incluso en el seno de familias católicas. En 1945, la principal organización francesa de ayuda a los niños estimó que, solo en Francia, unos 1.200 niños judíos se encontraban con familias o en instituciones no judías. Otro tanto se suponía que podría haber en Polonia, Países Bajos, entre otros.
Para el Papa Pío XII, que leyó la carta del arzobispo Gerlier en enero de 1953, el tema no era nuevo. En 1945, el secretario general del Congreso Judío Mundial, Léon Kubowitzki, acudió al Papa en pedido de ayuda para garantizar que los huérfanos judíos del Holocausto fueran devueltos a la comunidad.
Un año más tarde, en 1946, el Papa recibió la visita de otro distinguido integrante de la comunidad judía: Isaac Herzog, rabino mayor Ashkenazí de Palestina bajo el mandato británico primero, y de Israel después. La visita de Herzog se dio en el contexto de una misión que pretendía localizar a los huérfanos judíos desaparecidos del Holocausto. El rabino solicitó al Papa que emitiera una petición pública a los sacerdotes de Europa para pedirles que revelen la ubicación de los niños judíos huérfanos en manos de familias e instituciones católicas.
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El papa Pío XII.
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(Wikipedia)
El accionar del Papa a partir del pedido de Herzog sólo se conoció ahora, tras la apertura de archivos del Vaticano. El papa Pío XII delegó la gestión de todas las cuestiones relacionadas al judaísmo en monseñor Angelo Dell'Acqua. Con Dell'Acqua era con quien el rabino Herzog debía reunirse.
Los archivos ahora descubiertos también permiten entender quién era Dell'Acqua. En los años anteriores, durante el Holocausto había aconsejado al Papa acerca del rol que debía tomar el Vaticano respecto a la política del nazismo para con los judíos europeos en general, y en particular para con los judíos italiano. Tras un intercambio de cartas en las que se discute si el Papa debía hacer algún pronunciamiento público, Dell'Acqua concluyó que era mejor abandonar por completo la idea de una presentación formal del Vaticano. Mejor hablar en términos más generales con el embajador alemán ante la Santa Sede, "recomendándole que no se agrave aún más la ya grave situación de los judíos".
Fue este prelado quien se reunió, en 1946 con Isaac Herzog. Tras la reunión, Dell'Acqua brindó su consejo al Papa sobre cómo se debía responder a lo que según él era un “problema bastante delicado”. Comenzó descartando cualquier declaración pública: “Tampoco sugeriría responder con un documento de la Secretaría de Estado dirigido al Gran Rabino porque ciertamente sería aprovechado por la propaganda judía”. La mejor opción, aconsejó Dell'Acqua, era instruir al delegado papal en Jerusalem para ofrecer una respuesta verbal genérica, diciendo que sería necesario examinar cada caso individualmente.
III. De regreso al caso francés: "Aconseja a la mujer que resista"
En enero de 1953, Pío XII envió la consulta del Arzobispo Gerlier de Lyon en el caso de los niños Finaly al Santo Oficio. La Iglesia, aconsejó el Santo Oficio, debería hacer todos los esfuerzos posibles para evitar que los niños Finaly sean devueltos a su familia judía. Si la justicia francesa falla en contra de Antoinette Brun y concede la tutela a la tía de los niños, "hay que retrasar su ejecución el mayor tiempo posible, apelando al Tribunal de Casación y utilizando todos los demás medios legales", afirman los escritos del Santo Oficio.
El texto del Santo Oficio en respuesta al Arzobispo Gerlier, agregaba además lo siguiente:
Los peligros para su fe, si fueran devueltos a esta tía judía, requieren una consideración cuidadosa de las siguientes consecuencias:
por derecho divino, estos niños pudieron elegir, y han elegido la religión que asegura la salud de su alma;
el derecho canónico reconoce a los niños que han alcanzado la edad de razón [7 años] el derecho a decidir su futuro religioso;
la Iglesia tiene el deber inalienable de defender la libre elección de estos niños que, por su bautismo, le pertenecen.
Mientras tanto, en Francia, fue una monja, la madre Antonine, quien se encargó de llevar a los niños hasta un internado católico a 500 kilómetros de allí y registrarlos bajo nombres falsos. El 29 de enero de 1953, el tribunal ordenó que arrestaran a Brun por no presentar a los niños. Brun permanecería en prisión en Grenoble durante las siguientes seis semanas. Poco tiempo después, la madre Antonine, acusada de secuestro, fue encarcelada.
La fotografía de su arresto y el misterio de lo que había sucedido con los niños dio inicio a lo que serían meses de intenso interés público en el caso. Durante las semanas siguientes, otros monjes y monjas serían detenidos y encarcelados, acusados de participar en una clandestinidad clerical que había llevado a los niños a cruzar la frontera española hacia el corazón del País Vasco.
IV. Un vuelo a Tel Aviv
Pasarían todavía tres meses más sin que se conociera el paradero de los niños, antes de que las autoridades eclesiásticas españolas los entregaran a sus pares en Francia y ellos a Hedwig Rosner, tía de Robert y Gérald, y poseedora ya de su tutela legal. Rosner abordó un avión junto a los niños y voló a Tel Aviv.
Los esfuerzos del Papa Pío XII y de la curia por evitar que la familia Finaly obtuviera la custodia de los niños solo se vieron atenuados por la preocupación por la mala prensa que se extendía por Francia y corría riesgo de llegar a otros países, una preocupación destacada en los escritos del Arzobispo Gerlier en sus pedidos cada vez más urgentes a Roma.
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El papa Juan XXIII, quien mejoró las relaciones con los judíos después del papado de Pío XII.
El papa Juan XXIII, quien mejoró las relaciones con los judíos después del papado de Pío XII.
El papa Juan XXIII, quien mejoró las relaciones con los judíos después del papado de Pío XII.
(Wikipedia)
Sólo después de la muerte de Pío XII las actitudes de la Iglesia hacia los judíos cambiarían de manera significativa, gracias a su sucesor Juan XXIII, quien convocó un Concilio Vaticano dedicado en parte a erradicar los vestigios de la doctrina de la Iglesia medieval sobre los judíos.
No hace mucho, pude comunicarme por correo electrónico con Robert Finaly en Israel, donde él y Gérald, ahora conocido como Gad, han vivido desde entonces. Robert recordó el ambiente escolar en que habían sido retenidos, antes del reclamo de su familia, como un lugar “100% católico”. De no haber sido por la persistencia de su familia, él y Gad estarían viviendo en otro lugar, en Francia o España tal vez. En Israel vivieron una vida sin sobresaltos. Gad hizo carrera primero en el ejército israelí y luego como ingeniero. Robert estudió medicina, siguiendo los pasos de su padre.

Fuente: The Atlantic
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