“Inmediatamente después de un atentado con bomba hay un silencio que nunca voy a olvidar. No hay gritos ni llantos, la gente todavía está en shock. De a poco se digiere lo que ocurrió, y luego comienza el pánico y el ruido”. Ogen Drori es uno de los miles de israelíes que alguna vez estuvieron cerca de un ataque terrorista. Lo curioso es que fue testigo de esta experiencia en once oportunidades.
Ogen es arqueólogo, trabaja en la Autoridad de Antigüedades de Israel y es dueño de una estadística que a él mismo le cuesta creer: “Es algo de lo que nunca hablo, porque cuando lo cuentas parece delirante. ¿Quién puede creer que alguien estuvo en 11 ataques terroristas?”.
Su historia ligada a los atentados comenzó en 1994, en vísperas de Yom Hashoá, cuando cursaba la escuela secundaria. Era el horario escolar y Ogen estaba parado en la misma vereda en la que un coche bomba se estrelló contra un autobús. Ocho personas murieron y más de 50 resultaron heridas.
“Supe que una compañera de mi clase había sido asesinada porque la vi cruzando la calle”, relata sobre ese primer recuerdo. Entre las pertenencias rescatadas de la joven había un examen de literatura de Ogen, por lo que durante algunos minutos las autoridades sospecharon que el muerto era él. “Recuerdo que saqué un 96 en esa prueba”.
El 21 de octubre de 2002 se disputaba el partido de fútbol entre Maccabi Netanya y Hapoel Beer Sheva. Hacia allí se dirigía Ogen, cuando un automóvil suicida explotó al lado de un autobús de la línea 825. Fue su novena experiencia cerca de un atentado. “No tenía mi botiquín en el auto como de costumbre, pero enseguida salí del vehículo para ayudar a la gente. Y una vez que llegaron las fuerzas de rescate ya no tenía lo que hacer, así que seguí con mi vida”, contó.
Si bien asegura que este es el atentado que recuerda con menor nivel de detalle, al igual que con el examen de literatura su memoria retuvo un dato anecdótico: “Fui al estadio y Netanya ganó 1-0”. ¿Por qué esa información la mantiene en su cabeza pero algunos detalles de la tragedia no? “Después de cada ataque enseguida busco salir adelante. Es una especie de represión, pero para mí es buena porque desde hace décadas me ayuda a sobrellevarlo”, reflexiona.
“Supe que una compañera de mi clase había sido asesinada porque la vi cruzando la calle”, relata sobre ese primer recuerdo. Entre las pertenencias rescatadas de la joven había un examen de literatura de Ogen, por lo que durante algunos minutos las autoridades sospecharon que el muerto era él.
Sin embargo, el ataque terrorista del 9 de noviembre de 2001 lo recuerda muy bien. El motivo: conocía personalmente a Hadas Abutbul, asesinada por disparos en la espalda y en el cuello cuando volvía a su casa en Mevo Dotan, un asentamiento israelí en el norte de Cisjordania.
Hadas conducía su vehículo y volcó luego de recibir el impacto de las balas. “Cuando la bajaron del automóvil la reconocí y supe que sus cuatro hijos habían quedado huérfanos. Es el único atentado del que recuerdo cada detalle, cuando conoces a la víctima es todavía más difícil”, relata más de 20 años después.
.“El post trauma es peor que una lesión física. Hay noches en las que me despierto sudado. Y hasta hace un tiempo no podía sentarme en un restaurante de espaldas a la puerta de entrada. También estacionaba en reversa para tener el vehículo listo para escapar rápidamente”, relata sobre las secuelas. También cuenta de qué manera intenta superar esos recuerdos: “Elijo las cosas buenas, como recordar el viaje que realicé para tratar de olvidarme de los atentados, o el vínculo que mantuve con una pareja de heridos que siguieron con su vida y tuvieron hijos”.
Ogen también sufrió lesiones físicas en algunos de estos episodios, aunque según él son superficiales. “Tuve que someterme a pequeñas cirugías y tratamientos de rehabilitación, pero eso es lo de menos, vivir con eso en la cabeza es para toda la vida”, asegura.
Todavía hoy le cuesta entender cómo es que llegó a estar en 11 escenarios de ataques terroristas, pero se niega a llamarlo mala suerte. “Sigo aquí, así que tal vez en realidad lo que tengo es buena suerte”, dice Ogen. “Probablemente sea Dios que me mandó a que estuviera allí para ayudar”, completa.