En Eilat están acostumbrados a la gran cantidad de buzos de todos los niveles que frecuentan los clubes durante toda la semana, en especial a partir de los jueves, en la previa del fin de semana. Pero incluso en una ciudad donde el buceo es moneda corriente, el último fin de semana recibieron una visita especial.
Once personas, algunas con discapacidades, algunas con extremidades amputadas, llegaron para un recorrido debajo del agua que culminó con una inmersión a 42 metros de profundidad. Se trata de la profundidad máxima que permite alcanzar el buceo deportivo y forma parte del entrenamiento proporcionado por la Asociación de Buceo de Israel.
Al curso asistieron 11 aprendices, seis instructores y tres voluntarios. Entre los participantes había personas con discapacidades físicas, diabéticos (que pueden sufrir una caída de azúcar por debajo del nivel del mar) y personas con diversas limitaciones emocionales.
Uno de los buzos fue Elhanan Gabrieli, (53). Hace nueve años resultó herido en un accidente de motocicleta. Le amputaron la pierna y el brazo izquierdos. "Estuve en coma durante 26 días, perdí una pierna y un brazo. Pero desde entonces decidí tomar las riendas de mi vida con las dos manos”, bromea. “Empecé a hacer cosas que no había hecho antes. Ciclismo, natación, escalada y también buceo", cuenta Gabrieli.
“Alcanzar los 42 metros es una sensación maravillosa. Es una experiencia de empoderamiento y una especie de liberación del miedo"
Elhanan Gabrieli
La Asociación Desafíos, que ayuda a personas con discapacidades y necesidades especiales a través de deportes extremos, estableció el Centro de Buceo Desafíos en 2016. "El buceo es uno de los únicos deportes en los que básicamente dejas la silla de ruedas, las muletas y te mueves por otros medios", explica Tzur Harel, director del centro. "Puedes flotar como un astronauta en el espacio. Cualquier persona con una discapacidad que logre hacer alguna actividad adicional, sin ayudas especiales, es un logro”, sostiene.
"Tengo ganas de más"
"Puede que nunca hubiese practicado el buceo sin la Asociación Desafíos", evalúa Gabrieli. Hace unos cinco años viajó con su familia a Tailandia y allí buceó por primera vez. Cuando regresó a Israel visitó un club de buceo en Eilat y le dijeron que no podría bucear debido a sus limitaciones. "¿Cómo en Tailandia sí, y en mi país no?”, reflexiona.
En ese contexto averigüo en la Asociación Desafíos, donde ya había practicado ciclismo, vela y escalada. Hoy Gabrieli ostenta su segunda estrella, el segundo nivel en buceo deportivo. “Alcanzar los 42 metros es una sensación maravillosa, y tengo ganas de más. Es una experiencia de empoderamiento y una especie de liberación del miedo", concluye.