Pareja Auschwitz
David Wisnia y Helen Spitzer
Danna Singer/NY Times
David Wisnia, en su hogar de Pensilvania.

Los amantes de Auschwitz que se reencontraron 72 años después

David Wisnia y Helen Spitzer tuvieron una relación en el campo de exterminio en 1943. Pese a su promesa de reunirse en Varsovia tras la guerra, recién volvieron a verse en 2016.

Keren Blankfeld (NYT) - Adaptado por Ynet |
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La primera vez que le habló, en 1943, junto al crematorio de Auschwitz, David Wisnia se dio cuenta de que Helen Spitzer no era una prisionera común. Zippi, como la llamaban, era limpia, estaba siempre prolija. Usaba una chaqueta y olía bien. Fueron presentados por un prisionero a pedido de ella.
Su presencia era inusual en sí misma: una mujer afuera de una barraca de mujeres, hablando con un prisionero hombre. Antes de que Wisnia se diera cuenta, estaban solos, y todos los prisioneros a su alrededor se habían ido. Esta no fue una coincidencia, se dio cuenta después. Hicieron un plan para encontrarse nuevamente en una semana.
En el día establecido para la cita, Wisnia fue, tal como estaba planificado, para encontrarse en las barracas entre los crematorios 4 y 5. Subió hasta el tope de una escalera improvisada, hecha de atados de ropas de los prisioneros. Spitzer había hecho los arreglos, un espacio en medio de pilas, lo suficientemente grande para que entraran los dos. Wisnia tenía 17 años y ella, 25.
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David Wisnia, en su hogar de Pensilvania.
(Danna Singer/NY Times)
Los dos eran prisioneros judíos en Auschwitz, ambos prisioneros privilegiados. Wisnia, inicialmente obligado a recoger los cuerpos de los prisioneros que se suicidaban, había sido seleccionado para entretener a sus captores nazis cuando descubrieron que era un cantante con talento.
Spitzer tenía una posición de alto poder: era la diseñadora gráfica del campo. Se convirtieron en amantes, encontrándose en el lugar planificado, a una hora establecida aproximadamente una vez por mes. Tras los miedos iniciales por saber que ponían sus vidas en peligro, comenzaron a desear con ansiedad que llegara el día de sus citas. Wisnia se sentía especial. “Ella me eligió”, recordó.
Durante unos meses, se las arreglaron para que cada uno fuera el escape del otro, aunque sabían que esas visitas no durarían. A su alrededor, la muerte estaba por todos lados. Sin embargo, los amantes planificaban una vida juntos, un futuro fuera de Auschwitz. Sabían que estarían separados, pero tenían un plan para reencontrarse después de que terminara la guerra.
Les tomó 72 años.
Este otoño, una tarde, Wisnia estaba sentado en su casa de Levittown, Pensilvania, mirando viejas fotografías. Como todavía es un cantante apasionado, Wisnia se pasó décadas como cantor en la congregación local. Actualmente da sermones una vez por mes, en los que cuenta historias de la guerra, en general a estudiantes y a veces en bibliotecas o congregaciones.
“Quedan pocas personas que conocen los detalles”, afirmó.
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Helen Spitzer, en un libro sobre entrevistas a sobrevivientes de la Shoá.
(Danna Singer/NY Times)
Spitzer estuvo entre las primeras mujeres judías en llegar a Auschwitz en marzo de 1942. A través de su capacidad para hablar alemán, sus habilidades en el diseño gráfico y simplemente la suerte, consiguió un trabajo de oficina.
A medida que aumentaban las responsabilidades de Spitzer, tuvo mayor libertad de moverse por partes del campo y ocasionalmente le permitían hacer algunas excursiones. No obstante, Spitzer nunca fue una colaboradora de los nazis o una kapo, una judía asignada a supervisar a otros prisioneros. En cambio, usó su cargo para ayudar a los prisioneros y los aliados.
Cuando Wisnia llegó, fue asignado a una “unidad de cadáveres”. Pero en unos meses, se corrió la voz de que era un cantante talentoso. Comenzó a cantar regularmente a los guardias nazis y le asignaron un nuevo trabajo en un edificio de la SS, llamado el sauna. Desinfectaba la ropa de los recién llegados con los mismos palés de Zyklon B que se usaban para asesinar prisioneros en la cámara de gas.
Spitzer, que había observado a Wisnia en el Sauna, comenzó a hacer visitas especiales. Su relación duró varios meses. Una tarde en 1944, se dieron cuenta de que probablemente sería la última vez que subirían la escalera para ir a su lugar de encuentro secreto. Los nazis estaban transportando al último de los prisioneros del campo en las marchas de la muerte y destruyendo la evidencia de sus crímenes.
Durante su último encuentro, planearon encontrarse en Varsovia cuando terminara la guerra, en un centro comunitario. Era una promesa.
Wisnia se fue antes que Spitzer en uno de los últimos transportes que salieron de Auschwitz. Fue transferido al campo de concentración de Dachau en diciembre de 1944. Inmediatamente después, durante una marcha de la muerte desde Dachau, Wisnia encontró una pala, golpeó a un guardia de la SS y huyó. Al día siguiente, mientras se escondía en un establo, oyó algo y pensó que eran tropas soviéticas que se aproximaban. Corrió hacia los tanques esperando lo mejor. Resultaron ser estadounidenses.
Aunque, como polaco, nunca pudo ser un soldado estadounidense completo, Wisnia realizó varios trabajos después de la guerra para el ejército. Trabajó en el correo que suministraba provisiones básicas a los soldados. Una vez que se unió a los estadounidenses, su plan de encontrar a Zippi en Varsovia dejó de ser una opción. Estados Unidos era su futuro.
Spitzer estuvo entre las últimas personas que dejaron el campo con vida. Fue enviada al campo de mujeres en Ravensbrück y a un subcampo en Malchow antes de ser evacuada en una marcha de la muerte. Ella y una amiga escaparon quitando la franja roja que tenían en sus uniformes, lo que les permitió mezclarse entre la población local que huía.
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Wisnia llegó a Estados Unidos en 1946.
(Danna Singer/NY Times)
En medio del caos, Spitzer llegó hasta el primer campo para judíos desplazados todas judías en la zona estadounidense de la Alemania ocupada, que en la primavera de 1945 alojó a al menos 4.000 sobrevivientes.
Poco después, Spitzer se casó con Erwin Tichauer, el jefe de policía del campo y oficial de seguridad de la ONU. Una vez más, Spitzer, ahora conocida como Tichauer, estaba en una posición privilegiada. Aunque también eran desplazados, los Tichauer vivían fuera del campo.
Finalmente, la pareja se mudó a Estados Unidos. Primero a Austin, Texas, y en 1967, se estableció en Nueva York, donde Tichauer se convirtió en profesor de bioingeniería en la Universidad de Nueva York.
En algún momento después de que terminó la guerra, Wisnia se enteró por un ex prisionero de Auschwitz que Tichauer estaba viva. Para entonces, estaba profundamente arraigado en el ejército estadounidense, con base en Versailles, donde esperó hasta que finalmente emigró a Estados Unidos.
Cuando sus tíos lo fueron a buscar al puerto en Hoboken, en febrero de 1946, no podían creer que el muchacho de 19 años vestido con uniforme de soldado estadounidense fuera el pequeño David que habían visto por última vez en Varsovia.
Apresurado por compensar el tiempo perdido, Wisnia se lanzó a la vida neoyorquina, donde asistía a bailes y fiestas. En 1947, en una boda, conoció a su futura esposa, Hope.
Durante años, Wisnia supo de la vida de Tichauer a través de un amigo en común. Mientras tanto, su familia se ampliaba; tuvo cuatro hijos y seis nietos. En 2016 Wisnia decidió intentar encontrarse con Zippi. Había compartido la historia con su familia. Su hijo, que ahora era un rabino en la sinagoga reformista en Princeton, Nueva Jersey, inició el contacto por él. Finalmente, ella estuvo de acuerdo en recibir la visita de Wisnia.
Habían pasado 72 años desde que vio por última vez a su ex novia. Se enteró de que ella no estaba bien de salud, aunque sabía muy poco de su vida. Sospechaba que ella lo había ayudado a sobrevivir y quería saber si eso era verdad.
Cuando Wisnia y sus nietos llegaron a su departamento en Manhattan, vieron a Tichauer acostada en una cama de hospital, rodeada de estantes llenos de libros. Estaba sola desde la muerte de su esposo en 1996, y no habían tenido hijos. Con el paso de los años, postrada en su cama, estaba cada vez más sorda y ciega.
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El encuentro de Wisnia y Spitzer.
(Danna Singer/NY Times)
Al principio, no lo reconoció. Entonces, Wisnia se inclinó y se acercó.
“Su ojos se abrieron, casi como si volviera a la vida. Nos desconcertó”, contó el nieto de Wisnia, Avi.
La reunión duró unas dos horas. Finalmente tenía que preguntarle: ¿Había ella tenido algo que ver con el hecho de que él se las hubiera arreglado para sobrevivir en Auschwitz?
Ella levantó la mano para mostrar sus cinco dedos. Su voz era fuerte, su acento eslovaco, profundo. “Te salvé cinco veces de que te llevaran”, aseguró.
“Sabía que había sido ella. Es absolutamente asombroso. Asombroso”, les dijo Wisnia a sus nietos.
Y había más. “Te esperé”, le aseguró Tichauer. Wisnia quedó estupefacto. Después de escapar de la marcha de la muerte, ella lo esperó en Varsovia. Había cumplido con el plan. Pero él nunca llegó.
Ella lo amaba, le dijo suavemente. Y él le respondió que también la amaba.
Wisnia y Tichauer nunca más volvieron a verse. Ella murió el año pasado a los 100 años. En su última tarde juntos, antes de que Wisnia se fuera del departamento, ella le pidió que le cantara algo. Él le tomó la mano y le cantó la canción húngara que ella le enseñó en Auschwitz. Y quiso demostrarle que recordaba la letra de la canción.
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