Amram Dahan, un sobreviviente del Holocausto de 84 que vive en Ashdod, tiene una historia de vida difícil y sus recuerdos nunca lo abandonaron. Hasta el día de hoy lo acompaña la imagen de la violencia que sufrió su padre por parte de soldados del régimen pronazi en Marruecos.
Llegó a Israel cuando tenía 7 años y formó una familia, pero nunca se imaginó este momento de su vejez: desde que comenzó la pandemia de coronavirus es considerado paciente de riesgo, vive solo y en medio de una angustia financiera.
Su salud también sufrió el impacto de los últimos meses. Además de dolores y debilidades propias de la edad, padece problemas de estómago y disminución visual. Pero, según afirma, para él lo más difícil de sobrellevar es la soledad: “Estoy aislado, nadie viene a visitarme, me tienen miedo”, dice.
“Perdí 15 kilos, no tengo apetito. No puedo ver bien entonces no leo, solamente escucho televisión, y realmente extraño mucho a mi familia”, relata desde su casa en el sur israelí. “Lo económico también es difícil para mí, vivo con 3200 shekels (950 dólares) del Seguro Nacional”, cuenta.
En Israel hay muchos casos como el de Amram. Y la Fundación para el Bienestar de las Víctimas del Holocausto intentan aplacar los daños. “El coronavirus está afectando mucho a los sobrevivientes de la Shoá. Están en riesgo, deben ser aislados, y consecuencia de ello sufren escasez de productos básicos, deterioro físico y alimentario, y crece el sentimiento de soledad y desesperación”, describe Ety Farhi, directora de la organización.
Pero por sus historias de vida las consecuencias del aislamiento también arrastran un sentimiento particular para los sobrevivientes. “La pandemia también evoca traumas del pasado, como el aislamiento, la separación de los miembros de la familia, un sentimiento de amenaza constante y en algunos casos graves dificultades económicas”, sostiene Farhi.
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"Me evoca traumas y recuerdos", afirma Boris sobre las condiciones de aislamiento que sufre por su edad.
(Gadi Kablu)
Boris Sitner, un sobreviviente del Holocausto que vive Tirat HaCarmel, reconoce ese fenómeno propio de esta crisis. “Esta sensación de estar encerrado sin tener a dónde ir me evoca traumas y recuerdos”, asegura. “La canasta de alimentos que nos acercan es de gran ayuda, pero vivimos de la asistencia y no es fácil. A veces me pongo a llorar cuando me acuerdo que mi madre tuvo que repartir una rebanada de pan entre todos sus niños”, describe.
Jane Solomon, de 79 años, nació en un gueto de Bulgaria. “Desde que comenzó el coronavirus estoy triste, veo gente que no tiene para comer y eso me hace retroceder al pasado”, relata, y describe una infancia difícil en la que pasó por situaciones de hambre. “Antes del coronavirus me encontraba con una trabajadora social y ella me hacía reír mucho. Me falta un abrazo, es una triste realidad”, agrega compungida.
