Más de 40 años después de su fundación, y después de cuatro años de profunda renovación, “Nosotros - El Museo del Pueblo Judío” se erigió la semana pasada en el campus de la Universidad de Tel Aviv como la versión actualizada del legendario museo Beit HaTfutsot (Casa de las Diásporas).
El espacio cuenta con 7 mil metros cuadrados de exposición cuyo diseño estuvo a cargo de Patrick Gallagher, un estadounidense de origen católico y convertido al judaísmo, y un profesional de prestigio mundial en el campo del diseño de museos: en su currículum aparece el Museo Olímpico de Estados Unidos, el Museo de la Segunda Guerra Mundial de Nueva Orleans, el Museo Grammy de Cleveland y la Galería Nacional de Singapur, entre otros.
También fue el diseñador responsable del Museo Nacional de Historia Judía Estadounidense de Filadelfia, y en buena parte gracias a eso fue seleccionado para encabezar esta remodelación sin precedentes, en una época económica difícil por la pandemia, para una obra plagada de sensibilidades políticas y culturales. Una semana después de la inauguración, Gallagher le contó a Ynet los entretelones de una tarea que le llevó diez años de trabajo a partir del momento en fue seleccionado para liderar el proyecto.
“Cuando me preguntaron qué similitudes y diferencias iba a tener este museo con el Filadelfia, respondí que había muchas diferencias. La historia judía-estadounidense tiene unos 300 años y se trata principalmente de inmigración, mientras que la historia del pueblo judío está llena de aspectos históricos y desafíos culturales, un legado cargado de dolor, política, religión, muy desafiante y que me haría feliz afrontar”, relató Gallagher sobre el origen del museo y las conversaciones iniciales con las autoridades. “La idea fue romper la estructura de lo que se espera de un museo histórico, el foco no es la historia sino la identidad, creo que por eso fuimos elegidos”, agregó.
Una vez que al equipo de trabajo le quedó claro que la historia judía no se iba a exhibir de manera lineal, el siguiente paso fue dar vuelta la historia: los visitantes del Museo del Pueblo Judío comienzan el recorrido en el presente. Lo primero que se observa es la figura de varias personas que pertenecen a una amplia gama de categorías del judaísmo. Desde allí y hacia el pasado se bifurcan diferentes caminos temáticos.
“Si empezamos por un pasado lejano, un visitante joven puede pensar que eso que observa no tiene nada que ver con él, que se trata de sitios antiguos y personas que ya murieron. Pero cuando se muestra que cada uno es parte de la historia se genera más interés para entender cómo la historia influyó en quién es y cómo se define cada uno”, explica Gallagher.
Según su visión, este formato no es aplicable a toda narración histórica, pero encaja perfecto para describir al pueblo judío. “Ateos, ortodoxos, heterosexuales, gays, todos somos parte de la misma historia”. Por eso en el museo, así como en el judaísmo, cada uno elige su propio camino.
Gallagher también eligió un camino dentro del judaísmo, al dejar a un costado su origen católico y convertirse a la religión años después de conocer a su esposa, criada en un hogar judío tradicionalista. “El punto de inflexión fue cuando decidimos tener hijos y creímos importante tener una creencia común en la familia. Y el cristianismo en mi opinión no es tan flexible. Me fascinaba la idea de vivir una religión sobre la que puedo preguntarme cosas y desafiarla, y así fue que tomé la decisión de convertirme”, relató sobre un proceso que incluyó dos años de estudios con un rabino, un ritual en una mikve y la celebración de su bar mitzvá.
“En general la gente piensa al judaísmo como una religión, pero yo lo veo también como una cultura. Y ese delicado equilibrio entre religión y cultura es algo que quise plasmar en el museo, por eso este también fue un desafío significativo desde lo personal”, sostuvo.
Al momento de abarcar el capítulo del Estado de Israel dentro de la historia judía, Gallagher contó la particular experiencia de haber trabajado en este proyecto con un equipo de profesionales que combinó israelíes con estadounidenses. Según su experiencia con la comunidad judía norteamericana, “el 99% de las personas que van a la sinagoga en Estados Unidos no saben realmente qué es Israel, pero tienen una profunda conexión emocional con el país”.
“Claro que es una generalización, pero en su imaginación creen que todos los israelíes usan sombrero negro y van a la sinagoga todos los días. En realidad es un país pequeño pero de una diversidad inconcebible. No puede haber ciudades más diferentes entre sí como Jerusalem y Tel Aviv, son dos mundos, y es interesante tratar de explicárselo a una persona que nunca estuvo en Israel”, expresó.