En las últimas 24 horas, Israel ha sido testigo de las mayores manifestaciones desde los horribles acontecimientos del 7 de octubre. La dirección del Sindicato de Trabajadores ha anunciado una huelga general para el lunes.
El catalizador de estas protestas son las terribles noticias que Israel recibió el sábado por la noche. Hamás ejecutó a seis rehenes, se presume, 48 horas de que fueron hallados por las FDI. Ellos son: Hersh Goldberg-Polin, de 23 años; Eden Yerushalmi, de 24 años; Ori Danino, de 25 años; Almog Sarusi, de 27 años; Alex Lubanov, de 33 años; y Carmel Gat, de 40 años.
Ahora, amigos y observadores del extranjero se preguntan por qué los israelíes dirigen su ira hacia su propio gobierno.
La respuesta se basa en un consenso que ha surgido dentro del aparato de seguridad de Israel, un consenso alarmante que atraviesa al ministro de Defensa, al jefe del Estado Mayor y al jefe del Mossad. Creen que el gobierno, encabezado por el primer ministro Benjamín Netanyahu, está poniendo en peligro una oportunidad real para traer a los rehenes a casa. Las demandas que está haciendo el gobierno, que parecen carecer de cualquier valor sustancial de seguridad, aparentemente están impulsadas más por un cálculo político que por un imperativo estratégico.
Nadie en Israel se hace ilusiones acerca de Hamás. Se trata de un grupo que ha cometido actos de asesinato en masa, secuestro, violación y saqueo. Los israelíes son plenamente conscientes de que Hamás es el responsable último de la pesadilla que vive el país. Pero existe una expectativa fundamental, especialmente de las familias de los rehenes y de aquellos que ya han sido devueltos, vivos o muertos, de que el gobierno israelí agotará todas las vías posibles para asegurar su regreso. Esta expectativa incluye la voluntad de participar en un acuerdo, sin importar cuán doloroso o políticamente arriesgado sea.
Israel ya ha logrado hitos significativos en las negociaciones, incluido un entendimiento tácito de los principales países moderadores e incluso del propio Hamás de que cualquier acuerdo para liberar a los rehenes no significaría el fin de la guerra. Las Fuerzas de Defensa de Israel continuarían sus operaciones contra Hamás después de un acuerdo provisional que se suponía vería la liberación de entre 18 y 30 rehenes, algunos de los cuales fueron brutalmente ejecutados por Hamás días atrás.
La tragedia es que la mayoría de los israelíes ya no confían en su gobierno. La administración de Netanyahu no se ha ganado la confianza del público en ninguna encuesta respetable desde marzo de 2023, mucho antes del horror del 7 de octubre, y ciertamente no desde entonces. Las encuestas muestran sistemáticamente que los israelíes creen que el primer ministro está más preocupado por su supervivencia política, en particular por mantener contentos a los elementos de extrema derecha de su coalición, que por el regreso seguro de los rehenes. El temor de que una derrota electoral catastrófica pueda significar el fin de su carrera política parece cernirse más que cualquier otra consideración.
Este es el contexto en el que decenas de miles de israelíes, incluidos muchos reservistas, han salido a las calles en protesta, incluso en medio de la guerra. Su demanda es simple: que el gobierno haga todo lo que esté a su alcance para traer a los rehenes de vuelta a casa. Protestan con el pleno entendimiento de que no sólo depende del gobierno –ya que el enemigo es cruel y calculador– sino que precisamente por eso el gobierno debe estar a la altura de las circunstancias.
Esta demanda va mucho más allá de ejercer presión política sobre el gobierno. Se trata de la esencia de lo que significa ser israelí. En el corazón de la sociedad israelí hay un profundo compromiso con la solidaridad, encapsulado en la enseñanza de la Mishná de que salvar un alma es similar a salvar al mundo entero. La creencia de que Israel hará todo lo posible –no sólo a través del poderío militar, que es indiscutible, sino también a través de la moderación política y el compromiso– para traer a casa a aquellos que fueron secuestrados de sus camas por un enemigo despiadado es fundamental para la identidad israelí.
Las acciones de este gobierno, sin embargo, han desanclado esa identidad. El fracaso del gobierno no es sólo no traer a todos los rehenes a casa. Hay dos lados en este acuerdo, y uno de esos lados es un grupo de asesinos en masa comprometidos con la aniquilación de Israel. El verdadero fracaso del gobierno radica en su incapacidad para convencer al público y a todos los expertos involucrados en las negociaciones de que están actuando de buena fe y están realmente comprometidos con la defensa de los valores que definen la identidad israelí. Es por eso que la gente se está manifestando.