Durante el fin de semana el primer ministro Naftalí Bennett se llenó de elogios sobre la gestión de la pandemia de coronavirus y afirmó que su gobierno fue el mejor del mundo a la hora de lidiar con la reciente ola de la variante Ómicron. Pero la caída de Israel en el Ránking de Resiliencia COVID-19 de Bloomberg (BCRR) muestra una realidad diferente.
En junio Israel ocupaba el cuarto lugar en el mundo respecto de su manejo de la crisis sanitaria, mientras que en este momento ocupa el puesto 37 sobre 53 países. La última actualización del ránking indica una caída de 16 posiciones. Nada de lo que muestra el BCRR puede justificar la afirmación de Bennett. A lo sumo podrá jactarse de no ser el peor.
Al calcular su ránking, Bloomberg considera las tasas de morbilidad, el impacto de la pandemia en las empresas, las restricciones, el acceso a las vacunas y el índice de vacunación, entre otros factores. A pesar de que muchos gobiernos criticaron este método de calificación, en el último año esta fue la única herramienta de medición citada y respetada. Bennett, un hombre de mundo, debe conocer este ránking pero prefiere ignorarlo.
China, por ejemplo, optó por una política de cero contagios a un alto costo social y económico, lo que derivó en una baja calificación en el BCRR. Políticas opuestas tomadas por otros países, que ignoraron la rápida propagación del virus, no fueron interpretadas como exitosa ni despertaron halagos de parte de Bloomberg.
Israel se acerca a un punto en el que corre el peligro de perder el recurso de estadísticas creíbles. El principal problema es la política de testeo: en lugar de confiar en las pruebas PCR, Israel apuesta a los test de antígenos, un método que se estima que arroja un 50% de falsos positivos.
Tampoco se exige que los israelíes contagiados de COVID-19 informen sobre su enfermedad a las autoridades sanitarias. Esto da lugar a la falta de datos sobre el alcance de las infecciones y afecta a la recopilación de estadísticas. Además, en Israel prácticamente se suspendieron las investigaciones epidemiológicas para rastrear las cadenas de contagio, y en muchos casos se eliminó la exigencia de aislamiento.
Israel también modificó su definición de enfermedad grave, lo que provocó informes tardíos y erróneos sobre muertes causadas por el virus. El jefe de un hospital israelí asegura que todos los pacientes hospitalizados con la variante Ómicron deberían considerarse graves, ya que si no lo fueran deberían ser tratados en sus hogares.
Todos estos cambios provocan errores técnicos y de cálculo en las cifras de contagios y presentan panoramas alejados de la realidad. Así, los esfuerzos de los investigadores por identificar las tendencias de morbilidad, incluido el factor R de propagación comunitaria, no proporcionan información creíble. Con tantas variables sin informar ni documentar, ni el matemático más calificado podría presentar análisis válidos.
Aún si la quinta ola de coronavirus estuviera en declive, debido a que dos tercios de los israelíes ya se infectaron, Israel no puede presentarse como “una luz para todas las naciones” en lo que respecta a la lucha contra el COVID-19. El resto de las naciones parecen ser una luz para nosotros.