"¿Presenciaremos pronto una guerra total?".
La pregunta procedía de una distinguida figura pública con la que coincidí en una reunión. Explicó por qué se niega a permanecer en silencio. Yo, en cambio, expliqué por qué sigo siendo optimista ante la falta de perspectivas de una guerra inminente.
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El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu y los líderes de las principales amenazas del Estado judío.
(Yair Sagi, EPA, AFP)
Sin embargo, no pude evitar expresar mi sorpresa ante la inquietante tendencia de muchos israelíes que parecen estar preocupados por la inminente posibilidad de una guerra total.
Antes de profundizar en las causas profundas de este fenómeno, es imperativo que comprendamos la situación actual sobre el terreno.
En primer lugar, es crucial señalar que la comunidad de inteligencia de Israel no emitió ninguna advertencia ni reunió información concreta que sugiera que nuestros adversarios más peligrosos estén planeando o preparándose conjuntamente para lanzar un ataque simultáneo y en todos los frentes
Está meridianamente claro que Irán, junto con sus apoderados -Hezbollah y algunas facciones palestinas-, está planeando un ataque coordinado.
Están esperando la oportunidad perfecta para sacar provecho de las condiciones actuales: una sociedad israelí debilitada y plagada de desavenencias internas, la vulnerabilidad de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) causada por los reservistas que no están dispuestos a ayudar a lo que perciben como una dictadura inminente, el debilitamiento y la disminución de los intereses del ejército estadounidense en Oriente Próximo y el fracaso de los esfuerzos de Washington por establecer una coalición árabe suní-israelí contra Irán en el Golfo.
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¿Intenta la coalición de Netanyahu atizar el miedo para crear unidad?
(Olivier Pitoussi)
Además, las políticas del actual gobierno de derechas israelí hacia palestinos y el Monte del Templo dejaron a la administración Biden rascándose la cabeza, sin saber qué hacer con el nuevo paradigma estadounidense-israelí.
A pesar de las nubes de amenazas potenciales que se ciernen sobre Israel, la situación actual sugiere que ninguno de estos factores supone un peligro inmediato, capaz de superar el ámbito de los conflictos de desgaste, que suelen ser de corta duración. Los recientes acontecimientos ocurridos durante el Ramadán siguen el mismo guión de siempre, con la excepción de dos incidentes notables.
En primer lugar, un terrorista, actuando a instancias de Hezbollah e Irán, detonó una sofisticada bomba lateral en el cruce de Megiddo, con la esperanza de fermentar el caos y sembrar la semilla de las acusaciones mutuas en lo que ya es una nación con problemas internos.
En segundo lugar, el comandante de la Fuerza Quds de Irán, Ismail Kaani, hizo una aparición inesperada en Beirut. Consiguió convencer o coaccionar al jefe de Hezbollah, Hassan Nasrallah, para que colaborara clandestinamente con Hamás, lo que dio lugar a un aluvión de cohetes lanzados desde el sur de Líbano contra territorio israelí, cuyo volumen no tiene precedentes.
Hamás utilizó los sucesos de la mezquita de Al Aqsa para encubrir el motivo del lanzamiento. Sin embargo, más tarde se reveló que los disturbios y los ataques habían sido planeados de antemano por Irán y sus apoderados.
Según el "Wall Street Journal", Kaani se aseguró de que Hezbollah permitiera los lanzamientos para vengarse de Israel. Esto ocurrió después de que dos oficiales de la facción terrorista murieran en un ataque atribuido a las FDI.
Su primer intento de vengarse fue el lanzamiento de un avión no tripulado por parte de una milicia iraní leal, que fue interceptado por Israel justo al norte del Mar de Galilea.
La reciente descarga de cohetes por parte de Hamás desde el sur de Líbano puede haber sido más pronunciada de lo habitual, pero los daños materiales fueron relativamente menores, ya que los cohetes eran de corto alcance.
A pesar de la mejora de la coordinación entre las facciones palestinas, en especial dentro de Hamás, y de la aprobación tácita del plan de Irán por parte de Hezbollah, todavía no vimos ninguna proeza militar extraordinaria ni por parte del "eje" iraní ni por parte de los palestinos.
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Itamar Ben Gvir junto a miembros de su partido en el asentamiento de Eviatar.
(Elisha Ben Kimon)
Las audaces palabras de sus comandantes se ven obstaculizadas por problemas internos, lo que convierte sus amenazas en poco más que bravuconadas vacías.
A excepción de Irán, los demás países del eje ya se desmoronaron, e incluso la propia República Islámica se enfrenta a graves problemas económicos y sociales.
Mientras tanto, los palestinos dependen en gran medida de Israel para su supervivencia y seguridad.
Sin embargo, según el Dr. Michael Milshtein, director del Foro de Estudios Palestinos del Centro Moshe Dayan de Estudios sobre Oriente Medio y África, los regímenes autoritarios suelen evaluar a países democráticos basándose en sus propias debilidades, lo que les lleva a hacer suposiciones erróneas sobre las vulnerabilidades de Israel y Estados Unidos en la actualidad.
Según fuentes de inteligencia israelíes, se espera que las tensiones disminuyan tras el Ramadán. Aunque continuará la ola de terrorismo en Cisjordania, el catalizador de al-Aqsa perderá gran parte de su brillo yihadista.
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Las fuerzas policiales ingresan al complejo de la mezquita de Al Aqsa durante los disturbios que se produjeron a principios de este mes.
(AFP)
Además, se espera que la situación en Gaza y el norte de Israel vuelva al statu quo, pero los principales peligros residen en escaladas inesperadas en uno de los sectores y en atentados terroristas mortales en Israel que pueden ser difíciles de frustrar.
Una preocupación común entre las personas con las que hablé sobre una posible guerra, era la idea de que el primer ministro Benjamín Netanyahu pudiera instigar una acción militar audaz, bien para sofocar las protestas internas o para presionar a Benny Gantz y a su partido para que se unieran a un gobierno de emergencia nacional, con la esperanza de eliminar el escozor de las protestas por la reforma judicial.
Sin embargo, Netanyahu tiene un historial de prudencia en sus decisiones de seguridad y es poco probable que haga un movimiento tan descarado. Además, si lo hiciera, probablemente se enfrentaría a la firme oposición del ministro de Defensa, Yoav Gallant, y de otros altos cargos de seguridad.
La coalición está difundiendo valoraciones alarmistas y exageradas de la situación, con la esperanza de suscitar un sentimiento de unidad nacional y sofocar la creciente marea de disidentes contra la actuación del gobierno.
Incluso Gallant, que destaca entre sus hermanos del Likud por su sensatez, es en cierto modo culpable de exagerar la inmediatez y gravedad de la amenaza a la seguridad.
Es posible que lo haga para obligar a Netanyahu a poner fin a sus maniobras políticas y justificar su propio estatus excepcional dentro del círculo íntimo del primer ministro.
Dicho esto, los líderes de la oposición no son precisamente espectadores inocentes, ya que están avivando descaradamente las llamas del miedo y la ansiedad en la opinión pública, utilizándolo como herramienta para presionar a Netanyahu para que detenga su temeraria carrera por la reforma legal, y no escatiman en utilizar tácticas de miedo para convencer a los votantes de derecha de que se unan a su causa.
Mientras tanto, los altos mandos de las Fuerzas de Defensa de Israel y de la policía parecen conformarse con dejar que cunda el miedo entre la población, ya que sirve a sus propios propósitos de poner coto a las aspiraciones extremistas y militantes de incendiarios nacionalistas como Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich.
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Líderes de la coalición - Izquierda: Itamar Ben-Gvir y Arye Deri; Centro: Benjamin Netanyahu; Derecha: Bezalel Smotrich, Yitzhak Goldknopf.
(AFP)
Si a esto añadimos que varios dirigentes iraníes, libaneses y palestinos esperan convertir los problemas internos de la Tierra Santa en una especie de cataclismo para reclamar la "legítima Palestina", tenemos la receta para la angustia pública ante una guerra inminente.
Esta angustia, sin embargo, no resiste el escrutinio de los hechos.
